lunes, 24 de noviembre de 2008

Juan Lockward


Las miradas fugaces (5)



Hace apenas un par de años que murió Juan Lockward, músico y poeta, amigo entrañable y ser humano dotado de calidades excepcionales. Entonces yo estaba fuera del país y la noticia me llegó una mañana cuando aún no me había levantado.
Como todas las noticias que anuncian muerte, ésta me entristeció por múltiples razones. Juan Lockward es autor de algunas de las canciones más hermosas que se han escrito en mi mediaisla, en el mejor castellano, siendo entre todas Dilema la más conocida (Que dilema tan grande / se presenta en mi vida…../Ella tiene otro hombre y yo otra mujer…/Ella dice que me ama con pasión desmedida / y yo la quiero con toda la fuerza de mi ser… Esta canción ha caminado por toda América Latina e distintas interpretaciones, la que hace el trío Los Panchos es la más conocida, pero la más sugerente y conmovedora es la que hace el mismo Juan Lockward, bautizado como El mago de la media voz.
Todavía yo era un adolescente cuando bien temprano en las mañanas veía a Don Juan, chacabana blanca y cigarrillo colgando de los labios, salir como una aparición por alguna esquina de la calle El Conde. Era un hombre alto y delgado, de acentuado semblante triste con una tierna y no menos triste sonrisa, que se hizo más triste cuando en la vorágine de los doce años del Dr. Balaguer, un hijo suyo –en la misma flor de la juventud- fue asesinado en la vieja y peligrosa zona norte de la ciudad.
Desde el exterior di seguimiento a los actos del amigo ya fallecido y no fueron pocos los elogios, pero solo Rafael Solano, el magnífico autor de Por amor, advirtió lo que era una verdad: vamos a preocuparnos ahora por la viuda, dijo Fello.
Ahora tengo noticias de que en la familia de Don Juan las cosas no andan bien en el aspecto económico. La casa ubicada en a Albert Thomas se cae a pedazos y la precariedad dificulta todo.
Juan Lockward es un monumento del arte. Hay que enarbolar, como bandera al viento, su recuerdo; pero en nombre de quien se ha ido, debemos hacer la vida menos complicada a los que quedan

domingo, 23 de noviembre de 2008

Nicaragua en el corazón

Rubén Darío, el gran poeta
Las miradas fugaces (6)


Hace tres años que desempeño funciones diplomáticas en Nicaragua, país extraordinariamente hermoso como su gente, la que sonríe en las calles y en los centros comerciales, tierra de excelentes poetas. Pero en los últimos meses quebrantos de salud me han mantenido fuera de ese país, y aun así no he perdido el amor de su gente, la sonrisa de un niño ni el calor de sus noches bajo un cielo espléndido, o –¿por qué no?- el gesto de amor en la Ruta Maya o ante un gin tonic mientras espero en la Casa de los Mejía Godoy alguna canción que me devuelva a otros tiempos o me hunda en la realidad cuando, a media mañana del día siguiente, me enfrente a la lectura de los diarios dominicanos, y después a la pantalla en blanco antes de que los personajes de algún relato o de alguna novela vuelvan a desafiarme.
Pensarán que para alguien que vaya a trabajar en el cuerpo diplomático y que viva en Las Colinas Nicaragua no tiene el zumo amargo de una realidad que golpea, aunque alguien quiera hacerse el ciego o el sordo. Quien así piense se equivoca, Nicaragua es todo un sueño pero es, asimismo, una realidad visible y muy cruda, de esas que afectan a todos los latinoamericanos.
No vaya nadie a creer que la ausencia física me ha desconectado de aquel terruño. Todo lo contrario. Estos meses de ausencia me han metido más en ese país y en su gente. Cada mañana, antes de que regrese el colibrí que día por día viene a recoger el polen de la flor en la ventana del estudio donde escribo y leo, me paseo por los diarios nacionales y, ya conectado a la red, me voy a Periódicos del Mundo y caigo en Nicaragua, me detengo en El Nuevo Diario y en La Prensa, cosa que ya se ha vuelto costumbre en mi vida. Cuando fumaba pretendía escaparme en las volutas del Marlboro Light, pero ahora que-¡válgame Dios mío! - hace más de un año (después de un terrible susto que me declaró hipertenso) me he desprendido del tabaco y del café, lo hago junto al primer vaso de jugo de naranjas de los dos o tres que consumo diariamente, cuando no es el Ensure con tostadas y pistacho.
Es así como me mantengo dentro de un país que siento mío de alguna manera, que no me ha negado nada y que, probablemente, me ha devuelto algunas ilusiones. Me duele lo malo que le sucede y disfruto esos breves momentos de felicidad aunque venga en caramelo envenenado. Muchas veces creo que regreso del Hipa Hipa durante algún atardecer, y vuelvo a la Zona Hipo o al Pelícano Feliz reconstruyendo alguna felicidad mentida mientras un trovador interpreta viejos boleros y rancheras que, indefectiblemente, hablan de nuestras vidas.
En los 90 fue en México, D. F. donde viví inolvidables noches como las había vivido en las calles de San Juan en aquel Puerto Rico del alma; después ha sido en Caracas, en San José, en Antigua Guatemala, algunos días en La Habana. Pero desde hace tres años es en Managua. Desde entonces no me olvido, y ahora que me propongo regresar espero que la sangre de hermanos no vuelva a manchar las calles adoquinadas ni que en sus bosques tan frecuentes la muerte haga de las suyas.
En el alma de cada nicaraguense está el alma de Rubén Darío, y en cada sonrisa del niño o del adolescente toda la ternura, la infinita ternura que no miente.
Apuesto a la cordura.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Si puedes tú con Dios hablar

Espérame en la lluvia,
si regreso…


REWIND

Aquel amor, aquellos cuerpos suaves de muchachas tristes,
frágiles,
ligeras...
aquéllas pieles húmedas, dóciles,
aquéllas manos tibias: señoras de rocío y porcelana,
aquel río constelado en mi hombro.
Este jadeo de sombras sin furor: mástil quebradizo,
Luz de música fascinante, rubor de estrella incontenible,
Pasajero de la noche, delfín tras el navío danzante:
Esta fascinante ausencia de ser,
tumulto de pájaros en celeste hechicería,
niebla vaporosa, tristeza de mar
que ha conocido la sed en el verano,
musgo de mis días, dactiles_fluyendo
como espadas de mis noches
minuciosamente tristes: flor de insomnio,
débiles vínculos de amor y, muerte
Oh fertilidades de noviembre
sobre un pasto adormecido,
muchachas cuyos cuerpos he tocado!
Toda presencia es llama, destello:
abriendo muros de silencio.
Enciendan en mis manos las pasiones,
las cenizas de amores que se han ido,
las antorchas del deseo y el instinto.
Revélenme el secreto de la estrella
que en la arena deja huérfana su luz,
el lucero que en la piel es agua y río,
quimera llenando la ausencia donde existo.

Llena de inmensidades
cada semilla crece en mí.
El rumor del agua entierra voces,
contiene cuerpos leves,
pálidos musgoso júbilos del viento.

Contra el deseo incierto del crepúsculo
un golpe de olas me ha llamado.
Ciudades que existen por el humo
olvidan las promesas de aquel fuego,
las razones del instinto.

Tu cuerpo y la dulce tibieza de tus manos,
el lazo que en tu pelo era solsticio, llama
y leopardo: tu cabellera, río en mi casa derramado,
instante de estrella fugaz y, sin premura:
sortilegio del hechizo.

Aquellos muslos suaves, tibios en mis labios trémulos
todavía me hablan de un país distante
y de ciudades que cantan como el viento
anudado a los veleros,
aquellos labios dulces donde el mar
dejaba gestos pertinaces,
este deseo de sombras que conformo:
habitación donde me encuentro con el mundo
disfrazado de palabras,
gacelas consteladas y cardúmenes,
tímidas alondras perseguidas.

Manos que han tocado la núbil paz de un cuerpo
llevan lejos los bordes de mi mundo
hacía estivales catástrofes de insomnio.
Lugares donde hemos estado alguna vez
aúllan en nosotros, dejan sus linternas de agria luz.
Nombres que resuenan en la noche
fértiles como los amores y el rocío
devoran artesanías conyugales, piedras desprendidas,
te pueblan de vínculos y hablan como luciérnagas.

Nombres que vienen con sus lámparas,
prado y trébol, humaredas, gardenias
colgando de tus pechos:
brújulas de¡-navío en que me hundo.
En fin: nombres, cuerpos como diásporas
ardiendo entre mis manos
beben el agua ciega de mis ojos,
llamas de luz mojan sus sílabas, sollozan.

Inmóviles palabras me habrán dicho
que no vale la pena este silencio:
No se ahoga en el-agua aquel lucero.


Los hábitos comunes

PALABRAS PARA MAMA
DESDE UNA NOCHE DE INVIERNO SIN FONDO


Dejar la casa, madre,
después de tantos años, tantos deseos perdidos.
Saber que ya no volveremos a soñar juntos
en este balcón
desde donde he inventado la noche y el rocío.
Saber que Pedro, Antonio ni Ramón Andrés
traerán la primavera con sus risas
o que los alcatraces y golondrinas de este viernes
serán para otros ojos, otras manos débiles,
otros muchachos que como nosotros
podrán atrapar entre sus manos un lucero,
una gaviota constelada,
alguna estrella .fugaz en el solsticio.
Cambiar de casa -y en diciembre, madre-
dejar estos peldaños que conocen
mis pasos de memoria
y los de mis amores consentidos
y los de aquellos hijos míos
que aquí dejaron sus primeras. palabras.
Dejar estos árboles, estas margaritas
que tus manos con tanto amor sembraron
para mis ojos tiernos, estas paredes, madre...
Durante más de veinte años he crecido en esta casa
donde con amor cuecías nuestros alimentos
en un sabio monólogo de sombras, desmemorias y boleros,
estas habitaciones que son espejos de mi vida
y de la tuya, madre...
Dejar la casa como se dejan sombras y palabras,
cabellos e inmuebles olvidados.
Más de veinte años viviendo en está casa,
soñando la vida sin pesares...

Aun estarán en aquella habitación
los tristes pasos lentos de mi abuelamadre,
pedazos de unos días que no podré reconstruir.
En mi pequeño cuarto estaré escribiendo
esta noche
como cuando tenía quince años,
mirando los astros junto al rumor del viento.
Talvez otro estará sentado bajo el mismo techo
donde yo escribía pensando en mis amores.

Allá estará el poema que mis ojos no escribieron
y una muchacha que se ahoga en luz de astros
dirá las palabras del instinto.

Cambiar de casa, madre, no es cambiar de traje...


Ahora que no tengo llaves
nadie me pregunta si almuerzo o si me baño,
si estoy triste o si vendrán los niños.
Nadie me pregunta...
Ahora que ni los maniquíes me dirigen la palabra,
penas como espadas de mi brotan, lirios
como días que sollozan...
Entristecido, musito unas palabras.

Ya no entrará aquel aire dulce por las persianas
abiertas, el verdor de los cipreses que yo amo.
Y estarán jugando en aquel barrio, entristecidos,
Ramón con su paciencia
y los niños que amando vi crecer desde un balcón.



LA MUSICA BROTA DE TUS OJOS

La música brota de tus ojos
y de tus pechos tenues emerge la pradera
vibrante, vaporosa, plena
como las circunstancias en que tu amor asumo.
Oscura, lívida te veo
tendida en la noche, abierta y sin reposo.
Por tus ojos cruzan los días que se han ido.
Te veo altísima y risueña en mi pobreza.
Vas caminando bajo una lluvia triste,
viene a mi el árbol que en tu viento es llama.
Termino en ti como lucero débil.
Tu estrella que en mí canta es ya nostalgia.
Llueven palabras de otros jóvenes,
Sombras furtivas llueven.
La mano incierta sobre tu cuerpo resbala.

CARACAS, 1990, A LA MUCHACHA QUE CONOCI
EN LA ESTACION DEL METRO

No supe su nombre ni su estirpe.
Sólo conocí sus ojos y sus piernas.
Estaba erguida como un lucero
junto al color salobre de la tarde
mirando su silueta en mi corbata.
Todo el cielo crecía en sus ojos,
todo el mar, todo el campo en noviembre.
En su piel el mundo era un axioma,
tatuaje sobre el pecho donde sollozaba
alguna estrella anochecida,
pechos como los del colibrí.
Éramos la ausencia de un olvido.



FIESTA CEREMONIAL

Inventamos la noche
con sus mástiles delgados
y el viento triste en los almendros.
Inventamos la noche con su lluvia
y el dejo de nostalgia enloquecida.
He podido tocar estrellas en el viento,
constelaciones anochecidas en tus pechos.
En un balcón cercano también otro
inventaba la noche con sílabas de olvido.
En tus senos dormían nubes y madréporas,
pueblos insurrectos que no sabía si brotaban
del humo o de la lluvia
o de unos labios tristemente hermosos.
Inventamos la noche y el navío, el lucero
sobre tus pechos tibios...
Me llenabas de música y de prado...


JUBILOSO RUMOR

Delicadas manos jóvenes,
último cielo que se escapa
en el temblor tristísimo de tu piel,
la estrella huye del, jubiloso rumor,
inaccecible soledad que mis sentidos puebla.
Quiero aquí tu cintura, tus pechos constelados,
la hoja que en su brillo sostiene
alguna nube o río, escarabajo o musgo,
y es espejo sideral de la mañana.
Despierta en mí, sombra, luna fúlgida
ligera sobre el césped.

Si puedes tú con Dios hablar

Espérame en la lluvia,
si regreso…


REWIND

Aquel amor, aquellos cuerpos suaves de muchachas tristes,
frágiles,
ligeras...
aquéllas pieles húmedas, dóciles,
aquéllas manos tibias: señoras de rocío y porcelana,
aquel río constelado en mi hombro.
Este jadeo de sombras sin furor: mástil quebradizo,
Luz de música fascinante, rubor de estrella incontenible,
Pasajero de la noche, delfín tras el navío danzante:
Esta fascinante ausencia de ser,
tumulto de pájaros en celeste hechicería,
niebla vaporosa, tristeza de mar
que ha conocido la sed en el verano,
musgo de mis días, dactiles_fluyendo
como espadas de mis noches
minuciosamente tristes: flor de insomnio,
débiles vínculos de amor y, muerte
Oh fertilidades de noviembre sobre un pasto adormecido,
muchachas cuyos cuerpos he tocado!
Toda presencia es llama, destello:
abriendo muros de silencio.
Enciendan en mis manos las pasiones,
las cenizas de amores que se han ido,
las antorchas del deseo y el instinto.
Revélenme el secreto de la estrella
que en la arena deja huérfana su luz,
el lucero que en la piel es agua y río,
quimera llenando la ausencia donde existo.

Llena de inmensidades
cada semilla crece en mí.
El rumor del agua entierra voces,
contiene cuerpos leves,
pálidos musgoso júbilos del viento.



Contra el deseo incierto del crepúsculo
un golpe de olas me ha llamado.
Ciudades que existen por el humo
olvidan las promesas de aquel fuego,
las razones del instinto.

Tu cuerpo y la dulce tibieza de tus manos,
el lazo que en tu pelo era solsticio, llama
y leopardo: tu cabellera, río en mi casa derramado,
instante de estrella fugaz y, sin premura:
sortilegio del hechizo.

Aquellos muslos suaves, tibios en mis labios trémulos
todavía me hablan de un país distante
y de ciudades que cantan como el viento
anudado a los veleros,
aquellos labios dulces donde el mar
dejaba gestos pertinaces,
este deseo de sombras que conformo:
habitación donde me encuentro con el mundo
disfrazado de palabras,
gacelas consteladas y cardúmenes,
tímidas alondras perseguidas.

Manos que han tocado la núbil paz de un cuerpo
llevan lejos los bordes de mi mundo
hacía estivales catástrofes de insomnio.
Lugares donde hemos estado alguna vez
aúllan en nosotros, dejan sus linternas de agria luz.
Nombres que resuenan en la noche
fértiles como los amores y el rocío
devoran artesanías conyugales, piedras desprendidas,
te pueblan de vínculos y hablan como luciérnagas.

Nombres que vienen con sus lámparas,
prado y trébol, humaredas, gardenias
colgando de tus pechos:
brújulas de¡-navío en que me hundo.
En fin: nombres, cuerpos como diásporas
ardiendo entre mis manos
beben el agua ciega de mis ojos,
llamas de luz mojan sus sílabas, sollozan.

Inmóviles palabras me habrán dicho
que no vale la pena este silencio:
No se ahoga en el-agua aquel lucero.


Los hábitos comunes

PALABRAS PARA MAMA
DESDE UNA NOCHE DE INVIERNO SIN FONDO

Dejar la casa, madre,
después de tantos años, tantos deseos perdidos.
Saber que ya no volveremos a soñar juntos
en este balcón
desde donde he inventado la noche y el rocío.
Saber que Pedro, Antonio ni Ramón Andrés
traerán la primavera con sus risas
o que los alcatraces y golondrinas de este viernes
serán para otros ojos, otras manos débiles,
otros muchachos que como nosotros podrán atrapar entre sus manos un lucero, una gaviota constelada,
alguna estrella .fugaz en el solsticio.
Cambiar de casa -y en diciembre, madre-
dejar estos peldaños que conocen mis pasos de memoria
y los de mis amores consentidos
y los de aquellos hijos míos
que aquí dejaron sus primeras. palabras.
Dejar estos árboles, estas margaritas
que tus manos con tanto amor sembraron
para mis ojos tiernos, estas paredes, madre...
Durante más de veinte años he crecido en esta casa
donde con amor cuecías nuestros alimentos
en un sabio monólogo de sombras, desmemorias y boleros,
estas habitaciones que son espejos de mi vida
y de la tuya, madre...
Dejar la casa como se dejan sombras y palabras,
cabellos e inmuebles olvidados.
Más de veinte años viviendo en está casa,
soñando la vida sin pesares...


Aun estarán en aquella habitación
los tristes pasos lentos de mi abuelamadre,
pedazos de unos días que no podré reconstruir.
En mi pequeño cuarto estaré escribiendo
esta noche
como cuando tenía quince años,
mirando los astros junto al rumor del viento.
Talvez otro estará sentado bajo el mismo techo
donde yo escribía pensando en mis amores.

Allá estará el poema que mis ojos no escribieron
y una muchacha que se ahoga en luz de astros
dirá las palabras del instinto.

Cambiar de casa, madre, no es cambiar de traje...


Ahora que no tengo llaves
nadie me pregunta si almuerzo o si me baño,
si estoy triste o si vendrán los niños.
Nadie me pregunta...
Ahora que ni los maniquíes me dirigen la palabra,
penas como espadas de mi brotan, lirios
como días que sollozan...
Entristecido, musito unas palabras.

Ya no entrará aquel aire dulce por las persianas
abiertas, el verdor de los cipreses que yo amo.
Y estarán jugando en aquel barrio, entristecidos,
Ramón con su paciencia
y los niños que amando vi crecer desde un balcón.



LA MUSICA BROTA DE TUS OJOS

La música brota de tus ojos
y de tus pechos tenues emerge la pradera
vibrante, vaporosa, plena
como las circunstancias en que tu amor asumo.
Oscura, lívida te veo
tendida en la noche, abierta y sin reposo.
Por tus ojos cruzan los días que se han ido.
Te veo altísima y risueña en mi pobreza.
Vas caminando bajo una lluvia triste,
viene a mi el árbol que en tu viento es llama.
Termino en ti como lucero débil.
Tu estrella que en mí canta es ya nostalgia.
Llueven palabras de otros jóvenes,
Sombras furtivas llueven.
La mano incierta sobre tu cuerpo resbala.

En CARACAS, A LA MUCHACHA QUE CONOCI
EN LA ESTACION DEL METRO

No supe su nombre ni su estirpe.
Sólo conocí sus ojos y sus piernas.
Estaba erguida como un lucero
junto al color salobre de la tarde
mirando su silueta en mi corbata.
Todo el cielo crecía en sus ojos,
todo el mar, todo el campo en noviembre.
En su piel el mundo era un axioma,
tatuaje sobre el pecho donde sollozaba
alguna estrella anochecida,
pechos como los del colibrí.
Éramos la ausencia de un olvido.



FIESTA CEREMONIAL

Inventamos la noche
con sus mástiles delgados
y el viento triste en los almendros.
Inventamos la noche con su lluvia
y el dejo de nostalgia enloquecida.
He podido tocar estrellas en el viento,
constelaciones anochecidas en tus pechos.
En un balcón cercano también otro
inventaba la noche con sílabas de olvido.
En tus senos dormían nubes y madréporas,
pueblos insurrectos que no sabía si brotaban
del humo o de la lluvia
o de unos labios tristemente hermosos.
Inventamos la noche y el navío, el lucero
sobre tus pechos tibios...
Me llenabas de música y de prado...


JUBILOSO RUMOR

Delicadas manos jóvenes,
último cielo que se escapa
en el temblor tristísimo de tu piel,
la estrella huye del, jubiloso rumor,
inaccecible soledad que mis sentidos puebla.
Quiero aquí tu cintura, tus pechos constelados,
la hoja que en su brillo sostiene
alguna nube o río, escarabajo o musgo,
y es espejo sideral de la mañana.
Despierta en mí, sombra, luna fúlgida ligera sobre el césped.

Radhamés Reyes-Vásquez visto por Don Víctor Villegas


RADHAMES REYES-VASQUEZ, UN DISIDENTE
Por Víctor Villegas


Conocer a Radhamés Reyes-Vásquez significa conocer su poesía. El temperamento y las realizaciones son correlativas y nadie consciente y voluntariamente puede separarlos. Como no es posible la colina sin el llano!
De sosegada mirada, andar tímido; de aparente auto­control como si se pensara único entre su piel, Radhamés Reyes-Vásquez es una disidencia característicamente crónica, no una mera actitud porque la disidencia es una rebelión del ser, aventada hasta la inconformidad sobre todo en los artistas, albergues preferidos del más elevado de los sentimientos, el amor, sea éste el que se autogenera en las profundidades de la fantasía y de la belleza, o aquel que nos llega de las cosas, aun las más inverosímiles, sudorosa superficie, desnudas calles, zapatos deshechos que aprisionan gritos o redondas campanadas.
Radhamés es un artista y un disidente y, en consecuen­cia, natural habitad de grandes dosis de inconformidad frente a una realidad imperfecta e incongruente, diseñada a imagen y semejanza de la naturaleza, no terminada en el supremo momento de su nacer doloroso y clara justifica­ción de sus ricos secretos que tanto limitan al hombre, pero que al mismo tiempo lo colman de lucidez para que los descubra y cese algún día su actitud inconforme.
Todo espíritu selecto siente los punzantes filos de esa realidad, el flagelo de la impotencia con que ella lo impresiona y lo atemoriza. Muchos son los casos de los que han sucumbido o por lo menos han presentido la cercanía del caos. Recuerdo las dolorosas expresiones del gran pintor israelí Marcel Janco, vanguardista y símbolo de la resistencia de su pueblo, en entrevista que se le hiciera; "me he propuesto toda la vida construir un mundo nuevo. Lamentablemente no veo el mañana" Como él, ¿Cuántos le precedieron con igual fatiga en el alma? Recordemos a Goethe, a Rimbaud, a Moiakovsky. ¿Y cuántos hoy padecen los efectos del mismo virus? Ah!, pero han existido siempre los que confían en que ese mundo nuevo se edificará porque el mañana no es más que el hoy, el presente, esto es el ser humano pensante a cada instante en su propia destrucción naciendo, ¡limita­damente transformándose.
Significativos creadores de la literatura dominicana amaron demasiado, pero no vislumbraron el mañana: Federico Bermúdez, Apolillar Perdomo, Ramón Cifré Navarro, Ramón Lacay Polanco; René del Risco Bermúdez, Juan Sánchez Lamouth. Todos sintieron el poder de la autogeneración y la autodestrucción, el eterno con­flicto, la contradicción entre ser uno y a1 al mismo tiempo negarse, arroparse en la individualidad o ser al mismo tiempo en los demás, vale decir, estar en el ámbito de lo negado pero también en el de las dimensiones secretas. Mas, ellos, sucumbieron en sus esferas emocionales puesto que no pudieron horadarles y saltar de nuevos a la luz de donde procedían.
Todos esos nombres de nuestras letras y los numero­sos con historias parecidas de las de otros países, tienen la misma talla, la misma medida, en sus temperamentos, ni una pulgada más ni una menos en el.tamaño de las emociones. Ninguno es ajeno al grito, a la exageración aún en los círculos de la mente donde la discreción es la materia inofensiva más codiciada; -ninguno es capaz de dosificar mínimamente de razón la libertad desenfrenada que cruza por sus cuerpos y desborda sus espíritus. Cada uno de estos caminos no conducen sino a una única e intransferible puerta, más allá dé la cual no hay nada.
Ellos son los absolutos, los poetas del amor absoluto, y como en todas partes, los grandes románticos. También Radhamés Reyes-Vásquez es un poeta del amor, medu­lar, casi enfermizo, sólo que no forma parte de la casta de los románticos de una viciosa y única línea, como aque­llos, porque, deslocaliza los temas; en especial el de su predilecta manera de ser y de actuar, dándoles categoría filosófica, universal, donde tantas ventanas abiertas reci­ben las claridades del mañana.
Así ha sido siempre Radhamés Reyes-Vásquez, a pesar de la modernidad del lenguaje y de la técnica de su poesía, y muy probablemente también, de los coqueteos que se ha permitido en ciertas ocasiones con esa otra parcela de la poesía, que se viste de obrera y de injusticias.
Desde su obra Las memorias del deseo hasta el pre­sente volumen Música total, absoluto amor, un solo hilo atraviesa sus textos: el sentimiento romántico del autor. Su lectura, si se la descuida, puede conducir a equívocos, a creer que se acerca a aquella puerta por donde la vida, la auténtica, no entra. Pero si percibe su esencia, su testimo­nio, toda concepción fatalista se desvanece tal como lo expresa en los siguientes fragmentos de poemas de su libro Las memorias del deseo:


Y debemos empezar.
Empezar qué?
¿El fin del mundo?
Sólo sé que atrás están mis viejos huesos,
mis no redimidas culpas, mis deudas
cuantiosas.
y
Cenizas de los muertos que en mí llevo.
Y más allá del espejo en que me hundo
un sonido creciendo
en lo inefable del vacío.
.
Y ¿qué es eso del comienzo?
¿Dónde está el comienzo?
Acabo en el principio.
…Estoy
Tratando como siempre de vencer
Humano
demasiado humano
miro los velámenes licuados .
¿Cómo esperar sobre un papel en blanco?
Empezar es concluir
Definirse
Ir teniendo conciencia del fracaso- ...
Porque perdí mi sueño peleando con el mundo.
Aun cuando los textos del nuevo volumen Música total, absoluto rumor se nos sugieran más cercanos a los primeros momentos de la explosión romántica, no por ello encuadran en el cataclismo emocional que hizo tradi­ción en el mundo, a cuya fuerza centrípeta no pudimos resistirnos, como lo demuestran la vida y la obra de muchos poetas dominicanos, entre ellos los mencionados anteriormente. Más bien podríamos arriesgar la aprecia­ción, salvando naturalmente las distancias estilísticas que la separan de Las memorias del deseo, de sus novedosos sonetos y de otras obras aún inéditas, que la poesía de este nuevo libro es la misma en toda la trayectoria de Radhamés Reyes-Vásquez, menos el atrevimiento de sus imáge­nes, excepto el que encontramos en la formidable imaginación-conmoción del poema Los hábitos comunes (Palabras para mamá desde una noche de invierno sin fondo); y que el deslumbramiento de la gran sustitución de lo caótico y lo imperfecto, es para él un hecho cercano porque es la vida misma, el mismo fenómeno de ser comienzo y fin a cada instante. En este predicamento el poeta nos dice:
Dejar la casa, madre,
Después de tantos años, tantos deseos
perdidos,
saber que ya no volveremos a soñar juntos
en este balcón
desde donde he inventado la noche y el
rocío.
………………………………………………………………………………………
Cambiar de casa –y en diciembre, madre-
Dejar estos peldaños que conocen mis pasos
de memoria
y los de mis amores consentidos
y los de aquellos hijos míos
que aquí dejaron sus primeras palabras.
Más de veinte años viviendo en esta casa,
Soñando la vida sin pesares…
Ese es el poeta Radhamés Reyes-Vásquez, un nombre, un alto exponente de las generaciones más jóvenes. Mientras más duro es su contorno más vibra con su canto. Recordemos que el canto del ruiseñor es más hermoso cuando va a .

domingo, 16 de noviembre de 2008

Miriam Makeba


Las miradas fugaces (4)


Allá en Sudáfrica, con 76 años a cuestas, ha muerto Mamá África, Miriam Makeba, la del Pata-pata. El sábado último las trompetas gimieron mientras la poesía se elevaba y, triste pero muda jamás, flameaba a media asta la bandera-
Ella que luchó contra el aphartei y, comezón defendió los derechos humanos, ahora estaba rígida en la solemnidad de la muerte pero viva en el recuerdo y la admiración que supo ganarse tras una vida auténtica consagrada al canto y la solidaridad.
En mi país la recordaremos porque la admiramos desde que, en los ya lejanos 60, el Pata-pata se convirtió en un himno popular que recorría los rincones de la isla y anidaba en las voces de las muchachas y los muchachos como si fuese un ave o un sortilegio cuyos pronósticos parpadeaban en la singladura de los tiempos.
La Makeba ha muerto y su cadáver ha sido cubierto de flores y bendiciones.
Ha muerto con la misma dignidad con que vivió, como mueren los de verdad, aquellos que vivieron con lo que proclamaron.
Pero como nos queda su voz, la Makeba no ha de morir.
Ahora mismo la recuerdo en mi país en la antigua fortaleza Ozama, no muy lejos de mi hogar, bailando y cantando el Pata-pata.

Ahora podemos decir que la Makeba ha muerto cantando como las olas en el arrecife.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Daiquirí

Estos sonetos de amor los escribí en un momento muy especial de mi vida, allá por los años 80. Mis lectores, los de entonces y los de ahora, sabrán comprenderme y perdonar la osadía.

A la memoria viva de Rafael Valera Benítez,
patriota, poeta y amigo inolvidable,
autor de los más bellos sonetos de amor.
Como entonces, y como ahora.



Escribir sobre tu cuerpo


En tu cuerpo construyo la quimera.
En tu cielo destruyo la llanura
y de tus pechos surge la espesura
que me acuerda tu nube, la primera.

Sí de tu amor surgiera la pradera
y en tu cielo reciente la ternura
yo te diría con débil hermosura
que no puedo vivir sin tu ladera.

Si tu amor se ocultara en una estrella
o besaran los ángeles tu frente
el mundo yo te diera, mi doncella,

las últimas palabras del poniente,
lluvioso día, velero, madrugada
sobre mi tibia piel enamorada.



El desvelado


En desvelo de amor vivo callado,


vivo sin tí, muriéndome vacío


inquieto por la luz tibia del río


que sale de tu pelo derramado.

Cerca de tí mi pecho ha proclamado


tu transparente mano en el rocío,


la mano que me deja en el hastío


sin el calor que tanto he deseado.

Furias del alma son estas pasiones


crecidas en el ocio de la infancia
donde no hay sed, sonrojo ni oraciones.

Más testimonio son, última instancia,
velado ardid de las profanaciones
que renace al calor de tu fragancia.


El fuego en ti crecido


Vienes ligera en el amor ardido
a desnudar la luz que en ti procuro.
Cuando es mi pecho llanto tierno y puro,
vienes a darme el fuego en tí crecido.

Surges del verso leve y conmovido
que llevo a tu pasión como un conjuro
para calmar la sed. Mas yo te juro
que encontrará mi amor tu honor vencido.

Si has de venir, tus lágrimas espero.
Toma mi ser, la estrella que me queda:
estancia de la luz que yo venero.

Mas de no ser así, si es que no vienes
olvida en tu memoria lo que tienes
y deja que se pierda en la vereda.



Llena de mí te acercas


En el día de tu pelo yo te siento.
Distante estás del oro y de la muerte
como el lejano cielo que convierte
en eterna tu imagen de tormento.

Llena de mí te acercas sin lamento.
Donde tu cuerpo es gota, mana y vierte
una trémula rosa que al no verte
vuelve a su soledad y al pensamiento.

Danzando al alba el verbo nos redime,
entre tú y yo las noches no terminan
cuando en su propia luz alas germinan.

Si ya no eres ciudad acorralada
ni espacio que concluye, entonces dime,
¿empieza amor acaso en tu mirada?



Patria verdadera



En ti tengo mi patria verdadera:
sueño de amor, palabra desterrada,
fulgor que se destruye y llamarada
que del polvo retira su bandera.

En ti dejo mi carne y es de vera
que no tengo silencio como espada:
perdí tus labios, sombra desvelada,
dormí bajo tu sangre de palmera,

y en el claro preludio de tu vida
crece, crece desnudo si atardece
un pálido lucero que merece

la brisa transparente, ya perdida,
En tí muere mi cedro, mi distancia,
mi callado velero sin fragancia.





Alegre llama dócil

En mí late el amor que no vivimos,
tu alegre llama dócil, la primera,
signo de sueño, sándalo o quimera
permanente en el beso que nos dimos,

estrella que adoramos y no vimos,
soledad del amor en primavera.
Eres en mí, mujer, la prisionera
amorosa ilusión que presentimos.

Yo te siento en el alba y en el muro
de tu lozana piel honda y perfecta
donde escucho tu nombre que me nombra

como el eco en tu voz sencillo y puro.
Así extensa y azul como una recta
sólo eres agua, luz, mas nunca sombra.




Piedras de olvido


El amor que por tí crece en olvido
es llama bajo el agua, miel sincera,
aire tierno de luz como la esfera
o pedazo de fuego presentido.

El haz triste del miedo que ha partido
a mirar con su luz la noche entera
0 nos viene a destruir, por vez primera,
el deseo del amor que yo he perdido.

Oculto en esta voz que no me asombra
es memoria el deseo, candor y sombra,
un despoblado cielo como ahora.

Lejana cual el vuelo que perece
descansa la provincia donde-llora
un lucero de muerte que amanece.



En nombre del amor


En nombre del amor, el que ahora es mío,
en el agua callada te presiento.
Mujer, gacela, pardo triste viento:
te evoco en esta hora del hastío.

Paisaje entre las sombras como un río
que convoca sin mí la madrugada,
en ti se va el amor, en la mirada,
en lo lejano y gris de su navío.

Igual al tenue aliento del maíz
irguiendo oscuramente su raíz
amo sin tí tu cielo conmovido,

todo tu cuerpo, aquello que venero,
el aire, el sol, la alondra que prefiero
tu escurridizo amor ya removido.




Si en tu amor creciera


Si en tu amor creciera mi lucero
y sembraras de besos la llanura,
me gustaría vivir en tu cintura
y en ella ser tu eterno compañero.

Yo te daría mi amor, mi amor entero,
y buscaría en tu labio con ternura
todo tu aroma, pálida blancura.
Rescataría de tus ojos el sendero

la mirada que asciende ya perdida,
de tu noche la luna que aún me queda
en soledad callada y presentida.

Inmensa es en tu frente la vereda
mas si por ella pasa alguna sombra
será luz si es tu pecho el que la nombra.




Lecho perdido



Del amoroso lecho que perdí
el oro del pezón sin ser ya mío,
fue viento leve atándose al navío
cuando de amor tus labios encendí.

Tuve tu piel y el sexo que viví,
tu cabellera oscura como el río
y en medio de tu llanto y el rocío
he de cantar el mundo que te dí.

Tu mano está en mi frente y no retiene
el alba que me dabas, ni el destello
del cielo o la pasión que te sostiene.

Murió en el lecho el sol y todo aquello
que de tu reino huyó como el olvido
no volverá jamás a ser tu nido.




Agua enterrada


Si por tus tiernos labios yo viviera,
dejara con mi amor la nuez más pura
que derrama en el mundo la ternura:
tu mano desolada no muriera.

Dejara por tu amor lo que me diera
la cálida fragancia, tu cintura
y tus senos con débil hermosura
serían el dulce espejo que me diera.

Pasajera del viento que a tu paso
-ceiba distante, fruto perseguido-
tus claridades dejas tras un vaso,

y no hay en tu viento sangre ni velero
ni la mano que doy de amor vencido,
es tuya viva muerte que venero.




Renuncia irrevocable


En tí dejo el amor como una espada.
Tu amor que es sueño y patio desvelado
crece en mi huerto, crece equivocado,
cuando me das ternura apresurada.

Libero aquí la voz por tí ignorada,
la triste voz que ausente has convocado
huye de mí, procura tu pasado
para encontrar la boca enamorada.

Este misterio dulce que acaece
guarda en tu labio el amor que no perece
como a la estrella su órbita inviolable.

Eres cual luz, cercana e inalcanzable:
aquí o distante siempre permanece
en esta mi renuncia irrevocable.


Ana en la pradera


Entonces te recuerdo en la pradera
tibia de mí -callada luz que ardía-­
tan cercana de mi voz que aún se escondía
tu desnudez de viento en la madera.

Toco tu piel, recuerdo tu quimera
y de su patria quieta un solo día
el aura de tu cuerpo en que latía
ese deseo de un alma lisonjera.

Tu te hallarás desnuda y sin dulzura
como el anillo ciego en la mirada,
sin gesto ni caricia y consternada.

Y por amor, mujer, ya sin blancura,
recuerdo que tu pecho en la ventana
se deletreaba amor igual que Ana.




Estrella de cielo anochecido


En tí el amor vistió traje de espada,
de estrella por mi cielo anochecido
cuidando un labio de mujer ya ido
de voz y tenue luz emancipada.

En ti el amor sembró con la mirada
para mis ojos el llanto enardecido
y ya en el tibio lecho que he perdido
murió mi triste luna disgregada.

Mis sueños en tu tierra no crecieron,
mis deseos y mi voz no florecieron.
Eterna la palabra en tu lamento.

Estás distante ahora, sola, ausente
y entre las redes que el amor presiente
es triste tu mirar de tierno acento.




Estrella candorosa


Tuve en tí el mar, el más perfecto día,
adonde va el amor vivo y callado,
el astro de tu nombre arrebatado,
tu mano fiel creciendo con la mía.

Tuve por tí, mujer, lo que nacía
en el viento del sol acorralado,
el puerto donde tú, buque atracado,
arrojaste a las aguas tu agonía.

Tuve de ti el espanto y la caída,
el resplandor de marzo, y en la huida
tu candorosa estrella resplandece.

Eres la oscura fiera que estremece
desde tu patio en lluvia, muy fluida,
el deseo que en tu alma no florece.




Sueño de amor


Perdido en ti, el inquieto, el desvelado,
soy el deseo y el amor aún no transido,
árbol sin flor creciendo en ti vencido
entre tu nombre apenas desolado.

Triste y sin luz, instinto desterrado,
sueño de amor que quiere ser vivido
para volver de donde ya ha partido
y no sentir su vuelo acorralado.

Juro en mi sol y en el vasto tormento
que vivir no podrás, pues lo que siento
es como un día colgado a mi delirio.

Ya no serás la alondra en mi premura,
ni el canto del amor que con ternura
amanecía tan débil en el lirio.



Lo que de ti me queda


Lo que de tí me queda lo he soñado:
mudo te quiero, luna que fulgura,
ancha llama que mira lo que dura
como el navío de tu nombre deseado.

Lo que de tí me queda lo he llorado:
he perdido la nube que procura
bajo cipreses su tímida frescura:
lágrima que es lucero derramado.

Para mejor morir estoy muriendo
sobre la lluvia trémula serena,
el sueño de tu mano, pero ajena

allí por donde muere va creciendo,
por tu amor, que es un cielo que oscurece
y en callada memoria reverdece.




Tu nombre y el mío


Junto a tu nombre tan cercano al mío
crece en amor la edad de tu mirada:
arco de flor apenas disparada
que busca en tu memoria su rocío.

Amo tu voz, me hiere el desvarío
ardiendo sólo en ascua y llamarada,
y en su estación de estrella desolada
el fuego del amor que está vacío.

Provienes de lejanas humedades
que se albergan en ti cual un quebranto
permanente y sin fin como el olvido.

No quiero ya encontrar tus soledades
pues no valen amor ni valen llanto
porque han muerto en tu cielo consumido.



Mano adolescente


En mí tu mano tiene un gris lamento
bella mano de niña adolescente
vencen en ti las ruinas del poniente
un caballo de amor que yo presiento.

Extensa y breve mano como el viento
borrando con su paso la simiente
de tu amor es el sueño que no miente
sombra extraviada sin presentimiento.

Envejecida, tibia ya merece
todo el amor, amor que prevalece
allí donde tu nombre no retiene

la luz del mar ni el tiempo ya vivido
en el espacio claro que contiene
porque sin tí no soy lo que he vivido.


Ruego de amor


Busca el amor tu mano soñadora
creciendo en la palabra y la quimera,
busca el calor, el fuego y la madera
allí donde eres magia seductora.

Pues este amor de ausencia y tolvanera
es huracán de tu alma arrobadora,
ardiente voz, distancia bienechora,
signo de seda azul, estrella entera.

Toma la luz de un pecho enamorado
que va en busca de ti, la despiadada.
Vuelve a la mano alegre que requiere

rescatar el amor que has olvidado.
Retorna aquí en tu órbita callada
a levantar la voz que por ti muere.


Oscura transparencia



Porque sé que en tí estoy como la noche
cercana está mi voz aún en tu ausencia
y sabes que su suelo es la presencia
del árbol de mi pecho en su derroche.

Luz tierna tan quieta en el reproche,
sola vienes oculta a mi conciencia
a renacer la oscura transparencia
de la piedra que muere cada noche.

Viento o mujer, alígera y callada
eres la voz que alienta mi quebranto,
furia de amor lejana y desolada.

Por eso en mí discreta sigues siendo
pena de amor latente, y das al canto
fugacidad de aurora decreciendo.



Retorno de amor


Presiento volver pura y soñada
en las hojas crecidas del rocío,
en el gesto de amor, que ya no es mío,
pero siempre tan leve e inesperada.

En mí siento una calma insospechada
por el amor que esparces como un río,
por tanto cielo al borde del estío
cuando tu mano es luz de madrugada.

Te presiento, mujer, allá en la huida,
en la honda quietud como en el ruido,
en el alba fugaz de toda llama.

Con oscuro delirio de homicida
soy para tí silencio más que olvido,
inescuchada voz que te reclama.



Condecoración


En levedad de amor te condecoro
aura de sol que gira en su neblina
palabra que se oculta o ilumina,
para negar la paz donde te imploro.

Celebro en tu presencia lo que adoro
porque es tu cuerpo mansa golondrina,
flor que al morir de pie sobre la espina
suelta a los altos vuelos su tesoro.

Amo al cantar la paz que no me diste
Viajero soy de ausencia perpetuado,
memoria de la fiera que aturdiste

entre tus manos, solo, abandonado
donde tu cuerpo tenue ya sostiene
el gesto de la luz que me entretiene.




Luz inacabada


Entro en ti, mujer, como en un sueño,
muero en ti, en el azul de tu mirada
sin tu voz tierna al aire desvelada,
en la amarilla bruma del ensueño.

Quisiera ser tu espejo y ser tu dueño,
quimera hay en mi luz inacabada,
quimera hay en tu voz como la espada
para la muerte viva que te enseño.

Brotan de mí serenos como el lirio
los cantos del amor que en su delirio
vuelven la vida al hombre cuando muere.

Callado, sin dolor y sin premura
cuán poco valgo ya sin su ternura
es disparada flecha que me hiere.



Eurídice


Símbolo, amor, pasión que no se alcanza,
inquieta, ardiente, lágrima tardía,
ternura en el rubor, noche en el día,
apasionada y cruel más que una lanza.

Lejana piel de los vientos, y a ultranza
virgen en flor colgada en tu estadía.
eres aquella rosa que moría
en la quietud del aire en su alabanza.

Inexistente luz del mito destruido,
sueño y deseo de un candor perdido
en este canto fiel y enamorado


eres el muro que a la vida engaña
igual que el lirio en tu primera hazaña
porque sin ti Orfeo soy desmemoriado.



Estrella irreverente


¿Mío el amor? Jamás sin tu presencia.
Quiero ver que eres fruto perseguido
el aire, el sol, los ojos que he perdido,
la estrella de tu nombre en reverencia.

Arbol que muere apenas en tu ausencia,
alegre llama al vuelo parecido
del sueño que me deja envilecido,
solo: sin tí, sin la púdica esencia

del amor. Dónde la última sonrisa
de la flor que ocultándose en el agua
inventa los canales de la brisa,

y estremeciendo el fuego de la fragua
ya no es la llama que invade tu fragancia
porque ha muerto el lucero de la infancia.


Muro de ceniza


Eras frutal y cruel como la espada
muro y ceniza en luz desposeída,
mirada por tu frente sumergida,
rosa creciendo sola en la enramada.

Agua que cae en la piedra tamizada
nacida de mi voz, la que se olvida
que eras gaviota y paso de homicida
en el inmóvil mar. ¡Desmemoriada!,

me diste el agua, el viento y del camino,
la abeja azul de tu alma soñadora
que va buscando el rostro de mi sino,

y quieta en la estación de tu sonrojo
será tu sueño un viaje en la demora
de retornar al fuego y los enojos.

La presentida


Eres la presentida. Así vendrás
cantando sin retorno, sola y viva,
por el bosque del mar que a la deriva
empieza, crece, muere... Tú tendrás

del viento las entrañas, y verás
cómo crece en mi noche persuasiva
la fragancia de un sueño que perviva
en la piedra sin rumbo en que estarás.

Tendré para tus manos un lucero
así: callado, oscuro y en enero
de mi piel la tibieza, luz que dura

desolada, ardiente en su armadura.
Eres la presentida. Así desnuda,
danzando volverás tibia y sin duda.


Luz sobre mi lecho


Eres la voz que inmóvil, quieta y sola
anuncia sin querer toda la ausencia:
olvido, amargo viento es tu presencia,
rosa gris que en el llanto me enarbola,

triste, lenta, azul como una sola.
Sé que tu amor se vuelve permanencia,
luz que me invade y salta en la conciencia,
extraño sol de abril en la amapola.

Oculta allí la miel su sinfonía
mientras se ciñe a ti como un rosario
la tarde de tu amor ya satisfecho.

Tengo tu voz, tu suave melodía,
el corazón que oprime y que a diario
tórnase ardiente luz sobre mi lecho.


Constancia de amor


Todas la luz del mar te pertenece.
Del mundo todo el cielo, el que ha crecido
del gesto de aquel Hombre conmovido
Entra a mi sombra frágil que fenece

en el frutal aroma que en ti crece
desde la voz que inventas al olvido.
Tráeme tu paz, tu seno sumergido
como un adiós que siempre permanece.

Acerca a ti mi sangre duradera
para que seas el fuego y la primera
constancia del amor que no entendí.

De la prisión del agua y del rocío
vuelve, callada y lenta, como el río
a recoger el mundo que te di.


Desvelado sol


Nada nos hiere tanto si el vivir
bajo un sol insincero y desvelado
donde es la brisa rostro desolado
o torpe río que no acaba de fluir,

sombras somos que cambian sin sentir
el viento que en las manos he poblado.
Nada sino la muerte que a mi lado
un pedazo de cielo es al morir.

Amaneció en el viento bien temprano
la cálida tristeza de tu mano,
oscura primavera eres: primor

y voz que se destruye, quemadura,
triste pecho que siembra su blancura,
que muere sin morir, sin resquemor.

Raful escribe sobre Reyes-Vásquez

"Daiquirí", de Radhamés Reyes-Vásquez,
súbito fulgor que hermosea el texto de la poesía
Sorprende y deslumbra que un poeta de este tiem­po atesore como ninfas musicales, sonetos de la más exquisita y soberbia raíz lírica. No es corriente aso­marse a los sonetos, después que la modernidad nos hizo avergonzarnos de ellos en una malhadada bús­queda libertaria que empezó por modificar su augus­ta rigidez de versos endecasílabos, con rimas iguales para los dos cuartetos, mientras los tercetos rimaban a discreción del poeta.
Uno pensaba que estaba desfasado si volvía sus ojos hacia esta combinación de inolvidables versos. Era y es un reto de la perfección. Alrededor de este oficio de orfebre, poetas clásicos como Dante y Pe­trarca alcanzaron definiciones sublimes. Después vendrían los sucedáneos, la variada gama de sonetos al antojo de otras medidas e improntas culturales. Los sonetos estaban encallados en el pasado remoto, sólo al alcance de la adolescencia que asomaba sus amoríos en lecturas alusivas a su reino métrico y es­colar. Difícilmente se pueda olvidar el soneto de Lope de Vega que define su estructura y medidas de construcción.
Pero a nadie se le puede ocurrir confundir la ver­sificación con la poesía. La poesía es indomable y li­bérrima. Porque la poesía es asombro y es música. Porque la poesía no puede graduarse en las univer­sidades. Porque la poesía es vibración telúrica inal­canzable, misteriosa. El lenguaje pretende auxiliar­la, servirle, traducirla, pero no es ella. Sin embargo, tenemos que materializarla en el lenguaje. Apenas sus atisbos. Sus relámpagos increíbles. Sus mundos mágicos.
Cuando un poeta logra alrededor de la magia es­tablecer los ángulos métricos, sin que pueda vaciarse su recipiente alquímico verbal. Cuando un poeta afianza su dominio vasto en las esferas creadoras del espíritu, sin capitular ante las demandas puntuales de la rima y los logarítmos escriturales. Cuando un poeta ejerce el dominio de la técnica y la trasciende, es porque ha asumido con seriedad y respeto su vo­cación, sin temer estas pequeñas trampas que oblite­ran su fuente inspiradora. Es porque se ha burlado de los preceptos. Es porque ha llenado de poesía los perímetros del soneto.
A mí me encantan los sonetos. Mi primer intento de oficializar la poesía fue un soneto diseñado a la prisa de unos quince años amados bajo un tiempo de sortilegio y ternuras furtivas. Cuando Octavio Paz anunció un libro de sonetos, muchos pensaron que se trataba de una obra de juventud, pero era una se­lección de la madurez. Sólo atravesando la academia se puede negarla. Y la poesía es un compromiso vital para poetas que asumen este tránsito inefable con sus consecuencias imprevisibles de hacedores y an­quiladores de esencias y villanías.
En la poesía dominicana Franklin Mieses Burgos y Rafael Valera Benítez esculpieron con destreza y pulcritud el soneto. Dieron constancia de haber pa­sado por su terreno árido y abandonado. Buscaron sus credenciales en el hondón metafísico de Mieses Burgos y en la viva presencia de los amores humanos y de los ideales invencibles y melancólicos de Valera Benítez. Sólo para ser retomados por René del Risco Bermúdez, en toda su exquisitez cítadina. René del Risco fue el más dulce exponente de un ejercicio li­terario poblado de sueños y devociones profundas por la vida. En su fugacidad no hubo espacio sino para admitir su eco desvelado. Por esos mismos tri­llos, Enríquillo Sánchez prolonga y exalta sus atribu­tos que se tornan juguetes, semblanzas queridas de amores próximos o finales.
El poeta lo trasciende todo porque su poesía no deja de fluir como un extraño abastecimiento de energías de duendes. Es el médíurn a tracés del cual todo transmigra. Si esos hallazgos de la vida que no puede identificarse sino alrededor del amor, se gal­vanizan en el claustro del soneto, no es porque ago­nicen allí, sino porque desbordan sus cauces, porque reverdecen sus referencias, porque nos agregan a sus hemisferios iluminados, donde la palabra se encien­de y nos yugula.
Radhamés Reyes-Vásquez nos presenta un libro de sonetos que no he dejado de leer con verdadera fruicción y demasiado interés. La mano que lo escribió es también la mía. En su esplendor verbal y en su apego convencional, el poeta anuncia sus descubri­mientos:

"En tu cuerpo construyo la quimera.
En tu cielo destruyo la llanura
y de tus pechos surge la espesura
que me acuerda tu nube, la primera.

Si de tu amor surgiera la pradera
y en tu cielo reciente la ternura
yo te diría con débil hermosura
que no puedo vivir sin tu ladera."

Hay en Reyes-Vásquez pleno dominio y concien­cia de oficio, por ello en sus versos se percibe no sólo la rima del soneto sino el ritmo interior de la poesía, ese regulador íntimo sin el cual las musas no podrían danzar en la votiva llama de la creación:

"Vienes ligera en el amor ardido
a desnudar la luz que en tí procuro.
Cuando es mi pecho llanto tierno y puro,
vienes a darme el fuego en tí crecido."

La idea del fuego es siempre purificación y libera­ción en un contexto milenario. El poeta recoge los fragmentos frente al olvido y los transmuta:

"El amor que por tí crece en olvido
es llama bajo el agua, miel sincera,
aire tierno de luz como la esfera
o pedazo de fuego presentido."

Entregarnos un libro de sonetos cuando se dispo­ne de una producción tan variada, porque el poeta Reyes-Vásquez es poeta las 24 horas y produce sin tregua y convierte en poesía el acto cotidiano de la vida, demuestra la forma en que ha encarado su ofi­cio. Resulta refrescante escribir sonetos en medio de la modernidad, sólo para atinar con el recuerdo dies­tro de una imagen poética que es una ceremonia ver­bal de asonancias, que convocaron sobre su universo textual, los fantasmas de ciudades y damiselas hechizadas.
A Reyes-Vásquez le basta la nostalgia, su sufriente orquídea en el corazón roto:

"En tí el amor vistió traje de espada,
de estrella por mi cielo anochecido
cuidando un labio de mujer ya ido
de voz y tenue luz emancipada."

Uno de los hallazgos de estos sonetos es la vigoro­sa sensación de una poesía fresca, súbita, espontá­nea. No parece texto limitado, ni siquiera podado, a pesar de los requerimientos de su hechura verbal:

"Te presiento volver pura y soñada
en las hojas crecidas del rocío,
en el gesto de amor, que ya no es mío,
pero siempre tan leve e inesperada.
Te presiento, mujer, allá en la huida,
en la honda quietud como en el ruido,
en el alba fugaz de toda llama."

La poesía dominicana está en tránsito material im­portante. En su actual proceso creador se incuban y nacen textos esenciales. Dentro de un conjunto de búsquedas y experimentaciones, a las cuales perte­nece Reyes-Vásquez. Lo único que puede desnatura­lizarla es la pretensión de dotarla de una paraferna­lia teórica por lo general insufrible, que acusa ten­dencias castran tes, susten tadas en formulaciones so­bre el lenguaje y en reflexiones filosóficas. La poesía sin embargo procura canales adecuados. Un gran poema sustituye todo el discurso de una época, por­que lo contiene y lo niega.
El amor, el asombro, el miedo es lo que nos ha he­cho hablar, dice Octavio Paz. Aquí tenemos a Radha­més Reyes-Vásquez hablando por amor, por asom­bro y por miedo:

"El haz triste deí miedo que ha partido
a mirar con su luz la noche entera
nos viene a destruir, por vez primera,
el deseo del amor que yo he perdido."

Este es el primer texto de sonetos que escribe un poeta de mi generación. Parece una vuelta atrás, pero es una manifestación de la madurez, que auto­riza la vocación y el talento. Lo preocupante sería que el poeta sucumbiera a la delicia cómplice de la versificación. Cuando la trasciende se oye su grito de guerra, sus aprestos para lidiar contra todos los obs­táculos que se le interponen, porque el poeta es ca­tártico, esquizoide, desdoblado en sus materiales y en sus posesiones infinitas de alquimista encantado. `
Y es que Reyes-Vásquez es poeta. No hay una de­finición mayor para identificar su oficio. Y el poeta tiene licencia para desbrozar caminos y fisurar desti­nos. La poesía de los años 60 como engendro histó­rico ha caducado, pero no corno hacedora de una producción sostenida. Los cambios que se operan en el mundo han sido fundamentales, pero el hombre sique siendo el mismo en medio de su civilización más encumbrada. Lo hieren las mismas angustias y lo en­loquecen las mismas sugerencias de eternidad.
Frente a un texto de sonetos de la calidad del es­crito por Reyes-Vásquez, uno se alboroza y corre a compartir con otros la sensación no derrotada de una poesía cadenciosa que canta alta su riqueza más honda en un sortilegio de románticas esferas y des­garramientos vivencia les. Su única consagración pertenece al corazón, nunca en desuso ni en deca­dencia, mientras el hombre persista en vivir y amar en medio de todas las plagas y dolores terrestres.
Hay que leer estos sonetos con la ceremonia de los amantes antiguos que suponían compartir sus goces más plenos con la presencia del vino y la eficacia lu­minosa de la luna llena. No nos deja el poeta otra al­ternativa que no sea la de escoger su erotismo suge­rido, del que todos somos aludidos alguna vez. Si pe­camos de anacrónicos nos queda entonces la negación del tiempo como indicador lineal. Nos queda la subversión de Cronos y el acatamiento de los viejos mandatos del ensoñamiento donde liba la abeja del universo la miel de la vida.
Sólo transgrediendo los esquemas de la racionali­dad puede un escribiente de la poesía preludiar un costado de ella que, como los sonetos de Reyes-Vás­quez, privilegian la más recóndita ternura, el desen­canto más sombrío, navíos delirantes que horadan la esencia única del alma humana.

Tony Raful

jueves, 6 de noviembre de 2008

La gentuza y el poder

Las miradas fugaces (3)
En medio de una grave crisis, más propalada en sus efectos que en sus eventuales soluciones, arribamos al fin de año.
Ya es noviembre pero aun no se siente el aire fresco de las mañanas o de las noches, como en anteriores tiempos.
Hasta el momento, parece tímido el entusiasmo por la Navidad, incluso en lo refernte a los medios de comunicación, ahora carentes de los tradicionales comerciales.
Vivimos en la crisis y en ella nos hundimos. Parece que, sin darnos cuenta, vamos perdiendo la esperanza y, lamentablemente, va creciendo en nostros el gusano del rencor, aquel que no nos permite libertad interior.
Parecen lejanos aquellos tiemnpos, los meses finales de año cuando ya, a estas alturas, era palpable el entusiasmo y la ilusión. Es cierto que vamos perdiendo nuestras ilusiones. Es cierto que a cada instante nos alejamos más de nosotros mismos y vamos viviendo una vida más solitaria, más huérfana y carente de entusiasmo porque muchas cosas que ayer amábamos ahora no nos llenan ni en l0 más mínimo.
La frustraciuón ante el fracaso por parte de los dirigente políticos, la promesa incumplida y el dejar hacer vienen socavando cimientos, cerrando caminos y encegueciéndosnos, junto a la actitud petulante y mediocre de algunos que, envilecidos por un pedazo de poder real o ficticio, se han desbocado para pena nuestra.
He sabido de amigos y conocidos envueltos en miles diabluras cuando apenas les ha tocado una milésima migaja de una insignificante posición. Jamás pude sospechar tanta mediocridad, gente tan mendaz y tan insignificante.
Es una pena que así sea, y más penoso aun que no nos demos cuenta.
Es una lástima todo cuanto se dice por la radio, palabras impublicables y denuestos que que atentan directamente contra la integridad del indidivuo y contra su libertad.
Es una lástima que algunos remanentes de grupúsculos de esos que terminaron como empresas particulares, se aprovechen del clima de libertades públicas para arremeter de manera desconsiderada en contra de hombre y mujeres probos.
Es una lástima que para poner coto a todo esto no haya autoridad.
Asquea tanta gentuza presumiendo.
Lo dijo Neruda hace ya muchas décadas: Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

domingo, 2 de noviembre de 2008

El hombre deshabitado

Reverente homenaje a la memoria eterna
de Franklin Mieses Burgos,amigo
y maestro inolvidable.



Muchachas que en algún lugar de mi vida detenidas.
(están,
Llamas del pasado, piedras vivas del presente,
Rostros que en el polvo aún se mueven y encienden
Sus lámparas, unas en la mano, otras en la memoria
Bellos cuerpos amados, nombres que recuerdo
(con íntima nostalgia,
('Calles donde he podido envejecer y que se han ido
(apagando,
Estatua de los vientos, redondo grano de anís:

Dejemos al recuerdo las pasiones, salgamos
(de la niebla perseguida
Recogiendo las penas que nos dejan,
(las lágrimas que caen:
La primavera ha llegado con sus lanzas:
Destruyamos el presente.
La playa, el mar y las estrellas aún tienen el brillo
Que vuestros ojos dejaron, más no los míos.
Ya no habrá música de viento en la pradera:
La fatiga nos vence, nuestras energías disminuyen.
Mis amigos de entonces, que no están junto a nosotros,
Eran muchachos jóvenes que amaban el café al atardecer.
Cantaban y escribían sobre glicinas amarillas,
Algunos alcohólicos y otros pederastas.
Si queremos el verso, decían, debemos oír la realidad.
Muchachos con dentadura postiza a quienes
(el mar entristecía,
Qué horror y qué desdicha no tener ya tiempo,
Ver que somos el polvo prometido.
El tiempo cae
Como masa compacta, como badajo, el tiempo
Que a sí mismo se destruye comiéndose las hojas :
El viento del sur le llena las manos de rocío.
Grandes espacios desde donde la tierra nos llama
Van abriéndose: alguien nos espera en vano
(al final de algún pasillo.
Nuestras voces eran hermosas como ébano.
Nuestros cuerpos como espigas cálidos.
Tantas cosas ignorábamos.
Nada sabíamos de pólvora ni estruendo, de cadáveres
Aullando junto al alba.

¿Quién podrá calmar esta tristeza?
¿Quién recogerá las lágrimas vertidas por nosotros?
Nada sabíamos del fuego ni del grito.
Cada uno a muerte condenado
Podía crecer con su nostalgia.
¿Quién podrá con tanto olvido y tanto amor?
Cenizas hay que en mí no llevo.
En estas calles
Pálidas y tristes, ¿quién nuestros pasos ha de borrar?
¿Quién nos conocerá si no dejamos frutos?
Astro desolado el día. Viento que escuece la piel
Y en las menudas palabras ciudades edifica.
Cada gesto es un mundo, una misma palabra universal,
Un navío ahogándose en los ojos. Promontorio
(delante de nosotros.
¿Quién podrá viajar hacia el olvido que somos?
Dejaremos al viento las palabras.

El tiempo cruel está pasando, ¿quién lo recogerá?
Nuestro círculo es ambiguo y complejas nuestras culpas.

Sentí que estaba naciendo y era la memoria de esos días
Que me rodeaba, me cercaba como a un reo perseguido.
Muchachas que alguna vez se juntaron con mi vida,
Pálidos amigos que en las madrugadas me han acompañado:
Ya no tienen mis manos contacto con la niebla,
El día ya no canta entre mis párpados, la noche
No es la música que ayer enloquecía.
Me pesa el tiempo y mi cuerpo, sombra que reposa,
Es un lugar deshabitado.


Pero ¿qué persiguen nuestras almas mirando hacia
(el pasado?
¿Quién no ha tenido la muerte como sortija entre
(las manos?
Oh niños con quienes he sido tierno y generoso,
A quienes di juguete y pan, los años se han comido
(mi voz.
Sueños ya no tengo, no rueda el agua dócil por mis
(músculos Ni de otros espero como ayer la redención.
El mundo me ha entregado sus dolores, la soledad
Va comiéndose mis labios, la palabra no es un río
(como ayer, Cuando el amor levantaba multitudes como espadas
Ha construido en mí sus poblaciones la tristeza,
Me va llenando de ausencias y gestos que no entiendo
Y como puñales en vigilia sus ojos a los míos penetran.

Nos arrojó la luna hacia el Ozama, cenizas somos
Que nos piensan sin mentirnos, muerte que llama
(seduciendo.
Trémulas estrellas brillan en el rocío de los tréboles,
Dianas presurosas que sucumben si son para nosotros.
Nubes verdes e inmóviles cubren de la memoria,e l velo,
Sobre un pasto adormecido, y en el humo
Las manos que me hacen eterno si me tocan
Claman por la reconciliación de los contrarios.
Inmortal soy cuando me miras.
Entre los árboles, Como pájaro veloz en su desolación,
La brisa mi libertad contiene: una mano en paz y en amor contrito
Envuelta en la belleza de una mirada, tan parecida al sílice
Se ha dormido igual que un rito.


La mano habla con el ojo en lugares públicos.
El viento lee documentos en el cesto y los eucaliptos
Se hunden en el sexo de sal legítima de las muchachas.

Vientos de todas las ciudades confluyen en mi voz,
Vibraciones que arden y en el ritmo persiguen un solsticio
Ascienden descalzas, vaporosas por un cuerpo:
Cantan como las nubes y las mareas.
'
Esta primavera grita en los labios disímiles
De una mujer condenada al patíbulo
Y en la punta de los lápices su húmeda canción
Es un rescoldo acuoso para enterrar la luna.
Húmeda también es la mano como pieza de ajedrez
Erguida entre sandías y seduce y tiene el gesto
De una muchacha provinciana.
Esta primavera es sollozo que dibuja un lago
(en la escritura,
Cruje en mis huesos como antaño, se acuna
En el cielo nublado de mis párpados, triste como
(un anciano

Que padece el tiempo en un jardín.
Primavera cruel y absoluta, débil sombra
En los ojos de un cráneo destrozado,
Entre escombros y soledades donde la luz es tímida.
Flores que mueren bajo el sol cuando la súplica es
(mandato,
Tibia, parecida a un cuerpo joven recién salido de
(la in unitud
Como violín adormecido: aristócrata arruinado alejánuose
(del polvo desdeñoso
O abriendo hacia el día sus ventanas.

Esta primavera que percibo ya es memoria.
Los ojos que una presencia devoran
Transfiguran oscuras verdades en las manos.
Su callada música es agua y campanas con destellos
Cuando la luz se muere en el cuello de cisne de los lirios,
Música y verdor parecen percibir estrellas desoladas.
Espectros que condecoran pájaros y deidades y en lo
(absoluto se conjugan:
En lo eterno sus apagadas lámparas destruyen
(soledades.
Sobre el hueco de la cisterna alguien sus pasos equivoca.
Debajo, la primavera tiene un ritmo de agua dulce
Y cabellos que suscitan constelaciones deshojadas,
Ritmos de inclemente cascabel: es bóveda
Donde cabe la noche interminable.
¿Quién dirá que entre las calles de tu nombre
No hay un río, constelado y azul como tus lágrimas?
Oh vientos oh mares: nuestras voces reunidas os claman,
Oh templos que ha diseñado la razón.
Nuestro tiempo era dulce como un fruto, como
(la piel de ciertas jóvenes.
Y mis hijos, pobres muchachos ahora tan lejanos,
Jugaban corriendo por la casa, mientras la madre
Planchaba nostalgias y desolaciones en el cuarto.
Amores que el celo y el rencor han destruido,
Rápidas nubes grises, días que las pequeñas miserias

(arruinaron,
Amores que en el polvo aún son tibios,
Lágrimas que dicen más que las palabras:
Muchos son los cuerpos que vinieron a este lecho
A buscar la paz eterna que no hallaron,
Los labios que, besando, dijeron que me amaban
Y, después, en otros labios paz buscaron;
Prostitutas que a mi vida amaron y que amé,
Multitudes que se hundieron en la sombra perezosa
De un abismo, en la luz cómplice y obstinada de los amaneceres,
Nuestras culpas y errores,
¿Dónde estarán ahora, a qué distancia de la rigidez
O la cordura, en qué lugar del desvarío?
Nuestras lágrimas son agua rencorosa, cicatrices N
o tenemos sino heridas abiertas que aún sangran.
Y las contradicciones que nos alejaban
A muchos distancian todavía.
Edificamos en el viento, sembramos en la arena,
Nuestros ídolos tenían pies de barro y eran de algodón
(o de papel
Con voces que se desvanecían en el aire,

Cuando salíamos a ver la lluvia entristecidos­
las muchachas que entraban al cinematógrafo
Con jeans y espejuelos ahumados.
En verano el mar, sus escombros y la llama dulce del amor
Cubriendo de eternidades el deseo, llenándonos
(de aire y luz.
La sombra que cantaba y el aullido espantando
(a los pájaros.
Pétreas ciudades que en nuestras predicciones ardieron
Llenábanse de peces y estruendos
Y nuestras pasiones saltaban, como demonios.
Ya ni las raíces nos quedan, desarraigados estamos
Mirando en la noche situaciones convulsas y barcos
(alejándose.
Ya no somos sino sombra de la sombra que fuimos.

El deseo germinaba, árboles que habían sembrado
Jóvenes combatientes florecían En honor a sus memorias.
Tantos éramos entonces: Mateo, Enrique, Rafael, Tony, José, Héctor
y otros tantos que andarán
(quién sabe dónde.
Líquenes dorados, ¿dónde estábamos cuando una lluvia roja
Nos azotó y entre la pólvora y el grito nos llamaron? ¿Dónde estábamos?
Cerradas están las puertas, quietas
Las manos que cantaron con ímpetu asombroso
Y débiles las voces que se levantaron en la arcilla
Cuando el mar poblaba ojos y restaurantes.
Nuestras disculpas aún florecen sobre húmedas navajas
Porque no hemos aprendido a disponer nuestros instintos.

Arruinados amigos que viajaron conmigo, soledades
Crecidas desde una misma circunstancia,
Indómitos días crueles y erosionados,
Perlas que en la mirada se nos hunden como puñales,
Ya con el ceño fruncido, ¿hacia dónde nuestros
(pasos nos dirigen?

Inasibles, los días se desprenden.
El hombre deshabitado que aún somos
No es sino la suma de sus actos y de éstos la ceniza.
Y enmudecemos.
Entendimos que las hermosas palabras
No abren para el hombre los caminos,
Columnas de una luz que se destroza:
Hueso roído, himno que rueda entre las hojas,
Piedra que nos mira desde su forma transparente,
Chapoteo de sílabas desnudas, hálito y rumores
Callados como encendidos pensamientos
Jardín enjambre de esculpidas palabras,
Ahora que sólo sollozamos somos
cobarde silencio que se ahoga y soledad destruida
Que recordamos a muchos que no están:
¿Caerán al agua mis palabras?
El hombre deshabitado que hemos sido y somos,
El tiempo que somos, la semilla que en mi voz
Crea el mundo sonoro del deseo,
Rito que ha instalado la simiente, ciegas gotas
Que sólo cayendo en el vacío hallar pueden su razón
(de ser,
Líquidos pensamientos, hábiles muchachos,
Jadeo de sombras que en la sombra se buscan sin tocarse,
Corona de espumas donde un terrible viento multitudes
(ha creado,
Nuestras culpas de entonces son las mismas de ahora
Y dentro del viento viajan como entristecidas espumas,
Rumor de estrellas, eternidad que danzando aúlla
En la perenne soberbia de algún demonio crecido en
(soledades,
Nuestras promesas -himno y memoria- son las mismas
Y nudos los errores cada vez más tibios y crecientes,
Inagotables, petrificados por los años,
Dioses que el viento ha decidido invocar, cálidas
Ternuras ya pasadas, muertas
ilusiones, Mis días son los días del comienzo
Donde la pena crecía como pez en un acuario y luna
(muy íntima.

Oh días que han sido como el error de haber nacido,
¿Quién podrá construir el ataúd a tantas horas? ¿A qué muro asirme?
No es la simiente lo que canta en nosotros
Sino los años que han pasado, sino el espanto
Y sobre el viento el silencio ha levantado
Estatua de agua y duro cedro para proteger la dicha.
Nuestras voces reunidas preguntan:
¿Dónde estarán Enrique, Adolfo, Jaime, Niño? Polín, Héctor y Chela, ¿dónde estarán? ¿Qué habrá sido de Julián o Rafael?
¿Estarán bajo la lluvia apresurados o jugando A las cartas en el patio, si todavía existe?
Dejemos esta música tan triste, pues mis ojos
(van nublándose.
¿Podrán tomar la medida de la muerte que nos vive?
El sur es en mi voz un cielo que solloza
No existen los límites ni los días pasados han pasado,
El tiempo ha corroído hasta los muros,
Olas de la concordia, nuestros brazos se hunden,
El agua murmura y en las estaciones crea nudos
(como símbolos
Y deja un triste sabor a eternidad.
Quemaremos los días por venir y echaremos la ceniza
(a las palomas.
Miedo tengo de los años y sus despojos de viento
(compartido,
Del tiempo que en el agua yo he bebido: follaje
(de semillas transparentes.
Isla que se hunden, flautas quiméricas, inexplicables
(como nubes.



Y los ríos que corren por mis venas, las tórtolas,
Oh mis contemporáneos
Mirando los vapores del cenit contra el asfalto reciente
Para nosotros la lluvia cae de forma horizontal
Y entristecidos, como los niños cuando pierden
(a sus padres,
Nuestros pasos persiguen la quietud de las almas
Que en pena vagan por aguas del Leteo.
En los balcones, donde habíamos sembrado (la semilla del júbilo,
La risa era la luz y tu mirada.
Colgando de la tarde, alguien lee un diario.
Los vapores del café ascienden.
La música es roja
Y entre los dedos se escabulle como cetáceo.
Bombillas tibias y abiertas en los ojos de los condenados
Sobre el río se multiplican en estos días pálidos
En que hasta el viento es húmedo.


¿Quién dirá que entre las calles de tu sombra
No hay un río, constelado y azul como tus lágrimas?
La tarde fresca como una mujer desnuda
Oquedades abre en el temblor de los tréboles
Y escapa.
En el ruido callado de las hojas cuando caen
Oigo el paso de algunos amigos que están muertos,
En las gotas de éter azulado con el que alguien
(festeja una presencia.
Expulsemos todo esto que nos hace envejecer,
Este miedo al miedo de morir entristecidos.
Quedaron en la bruma pasiones y desdichas,
Cabelleras que amamos con ternura y voces crecidas
(junto al vino.
¿Qué hacíamos cuando saliste bulliciosa de un navío?
¿Qué decían los mares y los cipreses brillantes? ¿Qué decíamos?

Ya no se encienden las pasiones ni en el pasto cae
(la ortig:r Humo de la luz y la memoria.
Ya cerca de tí,
No existe el asombro como ayer.
Oh Dios
Inútiles llaves que he perdido
Como la música me buscan,
Aún están vivas sus imágenes muertas
En los espejos y en la desolación de los patios
Se detienen.
Y cuando vuelva la primavera, si es que vuelve,
Cuando haya pasado irreverente sobre nuestras vidas,
¿Hacia dónde irán nuestros deseos, qué dirán las
(sombras que seremos?
Desoladas están las calles que pobló nuestro verbo
Y todo va apagándose, sin excepción. Se apagarán también nuestras miradas, la voz Que enloquecía de repente...
Un atardecer nos reuniremos en el patio
Y diremos las palabras de este tiempo,
Manuel, Nany, Elizabeth, Antonio, Adalgisa...

Tendrá sentido haber vivido, haber dicho que sólo
Las cosas que amamos son eternas.


Tendrá sentido entonces la palabra.

Hablaremos de Historia y de Martí, de Barcelona (y sus paseos.

Tendremos libros, obras de arte, poemas de Eluard (para ser vividos
Y habrá que escuchar esas canciones.
Todo es ausencia en este tímido crepúsculo.
Primero Fue el bullicio, luego el agua y nuestras vidas cantando.

No quiero ser vacío que retumba ni soledad que aúlla,
No quiero ser la retórica palabra que ya fuimos
Ni la pieza gastada

Más allá de la tierra que siempre nos reclama, más
Allá del ocaso y los cadáveres que el año va dejando,
Más allá de los depósitos dónde la niebla crea
(fantasmas,
Caerán nuestras ansias como ídolos que fueron,
( el zafiro
De tus ojos y la nuca discretamente perfumada.
Te desanudabas el cabello y el deseo ígneo crecía.
Pero el agua ha pasado sin apelación bajo los puentes:
Iconos oscuros nos presagian.

Y mientras descendemos, las sendas van muriendo,
Pierde la arboleda sus colores, no hay caminos posibles.
Era como si entre los pinos las consignas levantaran
Oraciones leves por los caídos de entonces. Oh espíritus
¿Cómo mitigar la sed de la memoria?
Puente del deseo las edades que en nosotros cohabitan,
Golpes sobre el fémur.

Quisimos ser lucero fugaz que en tus pechos se derrama.
Quise lavarte con aguas del Leteo, Lavar tus senos y tu sexo.

Sombras de antiguos compañeros que aún no sé dónde estarán,
Desolados espectros que se alejaban bifurcándose,
Nuestros pasos muertos, asediados como badajos,
Hálitos hallados en los cimientos en vigilia del Edén.


Y mientras teníamos días de lujo hasta sabernos inmortales,
Anclados en la abundancia, desvanecíanse las promesas
Y de un vano orgullo enloquecíamos: tenues cuerpos
(fúlgidos
Que Enriquillo soñaba sollozando en su balcón,
En la bruma del crepúsculo, entre cóleras humeantes.

Y mientras cruzábamos las plazas conversando
, Recién surgidas estrellas nos miraban, el cielo
(palidecía de súbito
Y las hojas crecían entre humaredas vaporosas
Hasta que terminábamos en alguna habitación.

Copas de vino tus senos, uvas los pezones tibios:
Tu cuerpo junto al mío inventando la desnudez para el amor.
Y cuando te desnudabas, se constelaban de súbito mis ojos
Y las perchas susurraban una música muy tierna.
Jadeabas destruyendo los obstáculos que en toda vida
(existen.
Salía volando la tristeza y los pájaros del insomnio
Obedecían a ti como arruinados corderos,
Huía la desolación y desaparecían los fantasmas.

El rocío que ascendía por tu cuerpo
Anudaba las posibilidades del día siguiente.
¿Quién, qué mortal diría que en tu desnudez
No había una magia tibia como tus besos?
Salían de tu pelo llorando de asombro las palomas
Y de tu sexo brotaban mariposas que llenaban
(el cuarto de colores.

Luego, hablábamos de Filosofía o discutíamos
Encendiendo cigarrillos, bromeábamos abrazados
Como gemelos huérfanos:
Era la primavera
Que ardía entre nosotros.

No ésta que nos encuentra con bastones y espejuelos
(en el lecho, La primavera recién cortada sobre el pasto
(y en tu cuerpo crecida,
La que no admitía discordias ni engañosas ternuras
(ni árboles caídos,
Sino el amor y el tacto sobre el tacto
Buscando condición humana en la tibieza.

La nacida en marzo (como tú) que todo lo sabía
Y llenaba el patio de mariposas y vivos colores
Y rosas que danzaban sin morirse en el agua gris
(de los aljibes,
Muchacha desprendida de algún sueño de amor
Que, como estrella, no admitía la lujuria ni el engaño,
Cantando está la noche entre tus piernas, la luz
(violeta sobre tu sexo.

La música de esta primavera es entre tus muslos
Camino que a la vida me conduce en la estación del júbilo.
Te llamo y me respondes.
Me miras callada aún siendo necesaria
Para construir esta otra primavera que aspiramos.

Calladas están las manos que habrán de construirla (con nosotros.
No queremos ser silencio, no ser la espada retórica
(que oprime
Ni ademán sonoro en el vacío, sino viento azul
Entre arrozales construyendo.

Mira mis manos llamarte entristecidas bajo la (sombra de tu nombre.

Nuestras piedras están sobre un albo pasto,
Nuestros amores han sido construidos sobre piedras
(preciosas bien pulidas
Y sostienen estatuas erguidas en la niebla.

Nuestros ojos son piedras preciosas como esta
(primavera,
Nuestras manos cántaros para recoger la vida
Y nuestras vidas ciudades edificadas sobre otras
(ciudades destruidas:

Nuestros pasos corceles que en otro tiempo murieron.
Cuando en un mercado de antigüedades te encontré
El agua púber danzaba en nuestros cuerpos, parecía
Haber bebido agua del Leteo y miraba con pena
(hacia el ocaso.
Entonces, me dije con Eluard: Esta primavera tiene la razón.

sábado, 1 de noviembre de 2008

José Mármol: Radhamés Reyes-Vásquez, el desconocido de sí mismo


Un prólogo, a juzgar por el pensar ordinario, está siempre destinado a condicionar, de alguna manera, al lector de la obra. Amenaza, según la opinión y la creencia, con mutilar la posibi­lidad de aventura, de libertad infinita, de bestialidad instintual, casi salvaje que apunta hacia toda lectura poética. Sin embargo, por ser éste, precisamente, un prólogo a un poema, y porque el lenguaje poético no sólo constituye la más honda y elevada a la vez de las formas escritas de expresión del sentir y del pensaren un dispositivo sin par de subversión y pluralidad, tiene que lu­char contra aquella opinión y creencia, y parecer hasta llegar a ser más una senda ligera hacia la espesura de un bosque, que un camino preciso conducente a un punto donde se agoten el sen­tido, la trayectoria y el universo mismo. Este habrá de ser, pues, un prólogo de aperturas y no de cierres; es decir, un fragmento discursivo que multiplique y no unifique la lectura del poema.
Radhamés Reyes- Vásquez es un poeta con una larga trayec­toria de silencio. Un silencio, no se crea nadie lo contrario, hen­chido de creatividad, de soterrado trabajo de investigación y meditación literarias, de sostenido crecimiento en el manejo de la palabra escrita. Un silencio como el de Lao Tse, forjador de múltiples sonidos y de diversos mundos. Un silencio ni maldito ni místico, antes bien, situado justo en la ranura que unifica y di­ferencia lo espiritual y elevado con lo carnal y mundano. i.e. que dos núcleos léxicos vertebrales en su discurso poético como son memoria y deseo; componen el mejor hilo, la mejor delgada materia para tejer las aspiraciones y pasiones, las apetencias y búsquedas, los tormentos y caprichos de dos contrarios tan ar­mónicos como son el cuerpo y el espíritu. Hay, pues, un áurea agustiniana en la poesía de Reyes- Vásquez.
Ahora bien, ¿qué tiene de singular este poema El hombre deshabitado? ¿Cuáles nuevos matices ofrece a la contempla­ción de lo hasta la fecha publicado porReyes-Vásquez, abarcan­
• un libro como Las memorias del deseo con el cual obtuvo el Premio de Poesía Biblioteca Nacional del año 1985? Pero además, ¿qué respuestapre lucey qué nuevos interrogantes abre• frente al conjunto de rasgos que tipifican la cada vez más des­templada, precozmente agónica Poesía de la Postguerra o Jo­ven Poesía Dominicana? Y esto último en función de que, pese al ostracismo disoluto al que los antólogos y epígonos de esa ge­neración, sin despreciar, claro está, sus nuevos y hueros cori­feos, y sus miméticos devotos, han sometido a Radhamés Reyes Vásquez, en una suerte de ritual aseptizante y exorcizante más
su singular voz poética que de cualquier otro efímero y demo­níaco asunto, muy a pesar de ellos, es ahí en la generación de postguerra, donde hay que situaría emergencia de su obra y de ahí también, analizar su evolución. De un poeta lo importante es su poesía. Su vida y muerte se entroncarán en ella.
De todos es conocida la gran deuda que la Poesía de la Post­guerra tiene con Franklin Mieses Burgos, la más rica y depura­da personalidad poética del presente siglo en nuestro país. Sin embargo cuán extensa y pesarosa ha sido la traición. Aquéllos que le visitaron y escucharon, salvo reducidísimas excepciones, no entendieron y por tanto no atendieron aquello que a la cos­movisión poética es realmente esencial, la misteriosa naturale­za del lenguaje y su impostergable cuido. De ahí que se levan­taran sus poemas sobre una basamenta ética radicalmente pe­recedera, vale decir, extraliteraria, extraestética, al punto de que hoy día, parecen no tener autores vivos aquellos desespera­dos y desesperantes textos patrióticos y "revolucionarios ". Pe­dro Conde denunció esta fragilidad generacional, siendo, por certero, incomprendido e inescuchado (Antología informal, la joven poesía dominicana, Editora Nacional, 1969). Subyuga­ron, aquellos jóvenes poetas, la palabra poética a la sociedad, ignorando con ello la preeminencia -en su oficio- de la lengua, que es no sólo el elemento esencial del hecho poético, sino además, el verdadero fundamento de toda sociedad, de toda cultura. A este yerro se debe el cada vez más cuestionable legado, y por qué no, la continuidad presente en varias de sus figuras, de la llama­
• Poesía de Postguerra. Esto así, aun por encima de las persua­sivas justificaciones, por demás ya muy manidas, de que se trata
• una poesía "emergente" y "ancilar". Sin embargo, los giros experimentados por esos coetáneos en la presente década, acu­san, cuando no una experimentación intrascendente y en nada revolucionaria, entonces una retórica excesiva hollada por el modernismo más decadente que existiera. Ese último suspiro justificativo (Poesía de postguerra Joven poesía dominicana de Andrés L. Mateo, Ed. Alfa y Omega, Sto. Dgo. R.D. 1981), aprovechó el rescate de dos voces importante estigmatizándolas como "de provincia'; que son José Enrique García y Cayo Clau­dioEspinal. Se nota cómo, por superiores, desencajan. En ellos, como en Reyes- Vásquez, se prefigura y refleja el encuentro con Franklin Mieses Burgos. De ahí que piense que la cohesión de autorías en el texto de marras, así como también el inexorable criterio de exclusión, se deban, sobre todo, a cuestiones de índo­le no literaria, no discursiva, no precisamente poética. Como era necesario salvarse del lastre machista, aparece, pues, una mujer, Soledad Álvarez. Que no precisamente por ser mujer, sino, por su destreza y desenfado en la articulación del verso, por su habilidad para equilibrar la emoción y ¡apalabra, es due­ña de una escritura liberada del "compromiso "histórico yde los vocablos bélicos.(2) Creo, a fin de cuentas, que hay en ese con­junto de escritores criollos, algunos que siguieron y otros que traicionaron al maestro Mieses Burgos.

Pese a lo antedicho y yendo más al nervio mismo de El hom­bre deshabitado, hago válida aquí la consideración de Octavio Paz con respecto a Fernando Pessoa ("El desconocido de sí mis­mo'; Cuadrivío, Joaquín Mortiz, Sta. Edic., 1980), expresada en 1961, según la cual, no hay poeta que tenga biografía, a no ser su obra misma. Este poema largo de Reyes-Vásquez es una pal­pable muestra de que la literatura más acabada es aquella en la que se funden, con espontaneidad, belleza y dominio de la len­gua (sea oral o escrita), la estrategia poética como pensamiento y la vida -que es historia elemental y cotidiana-del poeta; la que integra, como creyó Novalis, la vida de los demás indivi­duos. Elevar la vida al plano de la ficción implica, como reto del poeta, deshabitarse a sí mismo, para, a través del lenguaje, ha­bitar en los demás y, a la vez, permitir que los demás le habiten en su sentir y su pensar más propios.
En El hombre deshabitado, Radhamés Reyes-Vásquez hace patente su condición de poeta con estro de múltiples registros expresivos. En el marco de una generación que pecó de confun­dir lo anónimo con lo colectivo, que redujo la complejidad social al espectro político partidario, nuestro autor procuró la entro­nización de un n yo.
Este hecho refleja algo muy importante y escasísimo en la li­teratura dominicana de todos los tiempos: una clara conciencia de la ductibilidad de la lengua, un conocimiento de la preemi­nencia del lenguaje como reto a la escritura. Nada más signifi­cativo en un texto poético que la instauración desafiante del yo como sujeto de la enunciación. De ahí que en la elongada masa del presente texto, se produzcan estallidos como estos: Me pesa el tiempo y mi cuerpo, sombra que reposa, /Es un lugar desha­bitado. /.../El mumdo me ha entregado sus dolores, la soledad/ Va comiéndose mis labios, ¡apalabra no es un río/(como ayer), /cuando en mí el amor levantaba multitudes como espadas./.../Copas de vino tus senos, uvas los pezones tibios. / Tu cuerpo junto al mío inventando la desnudezpara el amor. Además, en la tensión misma del texto, el poeta asume el rol de testigo viven­cial de cuanto su memoria activa reconstruye y su escritura na­rra, canta, sin el más mínimo temor: Mis amigos de entonces, que no están junto a nosotros, /Eran muchachos jóvenes que amaban el café al atardecer, cantaban y escribían sobre glici­nas amarillas. Algunos alcohólicos y otros pederastas. /Si que­remos el verso, decían, debemos oír la realidad /Muchachos con dentadura postiza a quienes el mar entristecía./.../. Desde su más deshabitada soledad, este poeta habita mediante un ri­guroso manejo de la palabra, lugares, seres, situaciones y at­mósferas, ya pretéritos en cuanto que posibles hechos, pero per­petuados en el ritmo del poema. Tener conciencia del oficio poé­tico, del oficio escritural, que no es otra cosa que saberse y sen­tirse en ocasiones jinete y en ocasiones caballo de la lengua, im­plica, por los específicos e imprescindibles mecanismos lúdicos de la ficción, transgredir la realidad empírica, para, por media­ción de esa misma transgresión, fundar en el poema una realidad autónoma, multívoca, provista de un multiplicador y abierto efecto significante. La palabra se torna, según este principio, más que en un abismo en un puente, entre el pensamiento y la vida, entre el pensar y el poetizar. De ahí que la poesía se asuma hoy como experiencia (hablada o escrita) del vivir pensar más íntimo, por ajeno, y más ajeno, por radicalmente íntimo. Con esto último, la poesía más auténtica, la poesía sin más, en la me­dida en que se construye como tensión discursiva de un yo frente a sus otredades, supera los dramatismos de epidermis tan fre­cuentes en la literatura atrapada en la supra historia y separada • la cotidianidad -que es la historia más desnuda-. El hombre deshabitado es expresión neta de esa auténtica poesía, por cuanto desgarra y sensibiliza al lector, no tanto por lo que dice, sino sobre todo, por cómo lo dice. Es este un poema en el que su autor habla, sin duda, de sí pero, no para sí. La soledad de este poeta, queda pues, signada por el asomo de las multitudes; so­ledad acompañada; soledad meditada y promiscua.
Otro singular valor intrínseco de El hombre deshabitado es­triba en su facturación, en su arquitectura, en su construcción como poema extenso. El poema extenso bien logrado, ya se sabe, es siempre hechura de poetas que están, o por lo menos se acer­can, a su madurez creativa. Reyes- Vásquez reúne aquí extensión y tensión, unicidad temática tratada con unidad es variedad rít­mica y fónica; no hay en el poema extensión por artificial efecto de ampliación o por concatenación pérfida de fragmentos me­diante subterfugios externos como los números romanos y de­más. En absoluto. Antes bien, El hombre deshabitado recoge y proyecta los diversos y novedosos hallazgos en imágenes y con­ceptos, sentimientos pensamientos, manejo de recursos expre­sivos, entre otros, característicos de la mejor tradición moderna
• La poesía de Occidente y muy particularmente, en Hispanoamérica. Tradición moderna que entre otros maestros compren­
• a Mallamé, Huidobro, Eliot, Pound, Cernuda, Pessoa, Go­rostiza, Gerbasi, Valéry, Césaire, John Perse, Paz, Mieses Bur­gos, Ivo, Hernández Franco y demás. Todos ellos autores de textos poéticos a la vez alongados y densos, plásticamente bellos y discursivamente complejos. Nunca la obra perfecta, tampoco El hombre deshabitado lo es, ni aspira serlo; pero sí la obra edi­ficante, por cuanto resulta de una labor conciente ante el len­guaje y de una cosmovisión particular y meditada. A lo largo de 392 versos (Tierra baldía de T.S Eliot alcanza unos 430 y Pie­dra de sol de Octavio Paz 601 versos, para que se tenga una idea numérica de lo que hemos venido denominando poema extenso) Reyes-Vásquez consigue, sin que pierda el poema en modo con­siderable, su estructura fónica ni su tensión rítmica, fundir las estructuras del lenguaje coloquial, del llamado por los filósofos
• Oxford "lenguaje ordinario" con la rigidez de un lenguaje, que no por hermoso deja de ser elucubrador; o bien, situado en lo que se ha dado en llamar aristocracia del pensamiento. Pen­samiento inserto, sobre todo, en la vida yno precisamente en tra­diciones librescas. De esto último deriva la preponderancia que en este poema y en otros anteriores, experimentan las nociones
• memoria y deseo. Con ellas se construye un mundo en el poe­ma, que permite al lector evocar situaciones o hechos de la his­toria dominicana más reciente, y porqué no, de la vida misma del poeta; pero, nunca al revés.
El hombre deshabitado es, dicho ya en remate, el resultado, buen resultado, de una labor poética reticente, de una filosofía
• La vida y una postura de conciencia del mundo exterior que implican, ineludiblemente, el oficio casi místico, de deshabitar­se a sí mismo para habitar desde los demás.


José Mármol