lunes, 26 de enero de 2009

Las miradas fugaces (13)

José Alcántara Almánzar
Premio Nacional de Literatura
En la mañana de hoy la Fundación Corripio Inc. dio a conocer el ganador del Premio Nacional de Literatura, el galardón que, en su totalidad, contiene mayores incentivos para quienes decidimos escoger el mundo de las letras como norte fundamental.
Este año el premio ha recaído en el escritor José Alcántara Almánzar, quien inició muy joven su carrera con una antología de la literatura dominicana, y, casi de inmediato, publicó n libro de cuentos, Callejón sin salida, en el que figuran algunos textos que son extremadamente significativos en la obra de Alcántara Almánzar discípulo aventajado de Manuel Rueda, y quien desde la editora del Banco Central ha influido para que desde allí surjan algunos textos capitales de la literatura criolla.
José Alcántara es un trabajador incansable, un hombre que ha dedicado su vida al cultivo de las letras y a la investigación, desde su ecuanimidad como profesor de varias universidades hasta el hombre decente con esas dotes de caballerosidad que le han distinguido.
Es bien merecido el galardón.
José lo ha ganado, y los representantes de la Fundación Corripio y los rectores de las universidades, que conforman el jurado, han acertado...
En José tenemos un ejemplo y una conciencia.
Un escritor representativo.
Un hombre que ha organizado su vida e función de sus ilusiones y sus deseos.
Seguro que, en la mañana de hoy, José ha visto cristalizarse una ilusión.
Felicidades!

sábado, 17 de enero de 2009

Zelda y Scott Figtzgerald







Las miradas fugaces (12)

A veces no sé si tengo existencia real o si soy un personaje de una de mis novelas.
La frase es atribuida al gran F. Scott Fitzgerald.
Más que un enigma su vida fue una incertidumbre permanente, un no ser que se convirtió en tragedia.
A este lado del paraíso, su primera novela fue la suerte pero también la desgracia. Dinero y fama, fiestas, derroche y alcoholismo, junto a ese amor único que fue Zelda Sayre, la belleza de Alabama con la que casó y a quien arrastró al mismo estilo de vida, son todos elementos que fueron formando un infierno tan increíble como algunos paisajes de sus novelas.
Zelda y Scott Fitzgerald fueron protagonistas de una intensa historia de amor, que probablemente y con el perdón de El Gran Gatsby es la verdadera obra maestra. ¡Cuántos enigmas, cuánta incertidumbre, cuánto derroche de pasión, cuánto alcohol para simular poder con una existencia que parecía una carga!!
La soledad fue matándolos cuando ya estaban abrumados por la pena y la ansiedad, las resacas permanentes y la infelicidad de un éxito que hizo la vida demasiado frágil.
Él muere en plena flor de la juventud, ella muere calcinada en un incendio en el sanatorio al que había sido ingresada con una incorregible esquizofrenia.
Poco antes de morir él mismo dijo hablar con la autoridad que concede el fracaso.
Pero ha dejado una obra que esculpió su nombre en el mármol de los inmortales.


viernes, 16 de enero de 2009

Melina Mercouri

Las miradas fugaces (11)

Con el paso del tiempo cambia la vida y hasta muchos hábitos se transforman, incluidas esas viejas costumbres que son parte de nuestra personalidad porque desde hace décadas vienen con nosotros.
En estos días, cuando más concentrado estoy ya que me encierro a trabajar en mi estudio desde bien temprano en la mañana, me ha dado por buscar fotografías de artistas y escritores a quienes he admirado, cuya obra ha sido de alguna manera determinante o me ha influido.
En una anterior fugacidad dije que me he ido dejando ganar por el rostro grácil de Susan Sontag y por la expresión, vivaz y mortecina, de Carson McCullers, cuya obra he seguido desde hace ya muchos años. Después continué con la imagen de Zelda Fitzgerald, y en esta tarde de viernes me encuentro como por azar con Melina Mercou
ri, que ha sido una de mis pasiones más constantes.
Y recuerdo aquel Nunca en domingo y oigo el tema musical tan embriagante como el tema de El Graduado o el de Al maestro, con cariño que hizo famoso a Sidney Poitier. Después de aquel Nunca en domingo fue el homenaje que le rindió el siempre excelente Camilo Sesto celebrando el regreso a Grecia de Melina
apenas unos cuantos años de que el cigarrillo la fulminara con tan doloroso y terrible cáncer un día nublado en New York.
Melina está viva en mis recuerdos y grácil en la memoria. Oigo ahora su voz como habitada por las eternidades sobre las que edificó su memoria. No me entristece. Todo lo contrario. Celebro su recuerdo y su legado.
Camilo tenía razón: …la huella de tu canto echó raíces, Melina…

domingo, 11 de enero de 2009

Yo, Palestino





Las miradas fugaces (10)

Basta ver la Televisión Española, Antena 3, Univisión, Telemundo o CNN para darse cuenta de cuán horrible es lo que está sucediendo ya no en la Franja de Gaza sino en toda Palestina tras los despiadados ataques de Israel, que ha ignorado los pedidos de las Naciones Unidas tal como sucedió cuando la intervención a Iraq. En el mismo momento en que redacto estos párrafos CNN informa que los israelíes, no conformes con los actos de barbarie escenificados por aire y tierra, están bombardeando ahora con fósforo blanco, un elemento que, de tan terrible y criminal, las leyes de guerra consignadas en los Tratados Internacionales lo dejan claramente prohibido desmintiendo eso de que en la guerra y en el amor todo se vale.
Las imágenes son terribles y como dijo un excelente escritor dominicano ido en plena juventud, el terror como espectáculo, cuya raíz está en el funesto y también demasiado criminal ataque a las Torres Gemelas de aquel 11 de septiembre que la humanidad ya nunca podrá olvidar.
Ante tan desolador panorama el mundo parece espantado, aunque por momentos pienso que los esfuerzos deben ser más enérgicos; el mundo ya no soporta tanta barbarie, tanta destrucción, tanta muerte. Decenas de niños muertos ante la mirada impotente de hombres y mujeres que, por el momento, apenas pueden llorar, si es que todavía le quedan algunas lágrimas.
En aquel cielo nublado por el humo de la destrucción los aviones israelíes sobrevuelan dejando caer toda clase de artefactos que solo producen más muertes, y –al fin- el presidente electo de los Estados Unidos ha dicho que tan pronto tome posesión, dentro de muy pocos días, creará una comisión especial para interceder por la paz.
Realmente faltan palabras para expresar en pocos párrafos lo que se siente, la carga de indignación, etc. Bajo los escombros de esa ciudad heroica se pudren los cadáveres, y, en la superficie, los gritos impotentes.
Condeno la masacre y pienso que habrá medios alternativos. Ya está bueno. Lo pienso y lo expreso en la tarde de este domingo, cuando yo también me siento palestino y dejo aquí el testimonio de mi indignación.

miércoles, 7 de enero de 2009

Las miradas fugaces (9)



Las miradas fugaces (9)

Es noche de miércoles en la República Dominicana. Como si fuese día de copas, aunque todos los días y todos los instantes pueden ser de copas, estoy sentado en mi balcón. Son aquí las siete menos cuarto, el sol es una bola rojiza que ahora veo al sur y baja en asombrosa medida.
Frente a mí el mar, ahora sin color, aunque no me devuelve lo que en la cercanía me niega... Mis ojos no son como antes y, por tanto, la mirada en su alcance ha disminuido también.
Si aquí son las siete, en Managua son las cinco; pero no las cinco de Federico García Lorca, la hora de la cornada, cuando un ataúd con ruedas es la cama y el viento se llevó los algodones.
Aquí es la hora de la reflexión, del pambiche y del perico ripiao. La hora en que la ausencia extiende sus tentáculos y el deseo proclama su orfandad, su realidad, aquel apéndice diminuto pero amplio que toda existencia proclama.
Ya lo dijo Borges: la noche es una fiesta larga y sola.
Pero en mi mediaisla la noche es un apagón y unos tristes recuerdos.

Yo apenas soy, no el caminante, sino el transeúnte inmóvil y apacible.





viernes, 2 de enero de 2009

Susan Sontag





Las miradas fugaces (8)

Escribo en mi estudio aprovechando el asueto de las navidades. Enero ha llegado con algo de silencio, ya contamos a dos y se han producido los primeros apagones del año. Es viernes pero parece domingo, y he pasado estos días entre libros, con pocas visitas y muy pocas salidas; poco alcohol y libre de nicotina hace ya año y medio, a Dios las gracias y a la celosa vigilancia de Radhamés Alfredo, mi capullo, que en junio habrá de cumplir nueve años, el más preciado regalo que me ha hecho la vida.
Frente a mí está alta, risueña, nada enigmática y siempre grácil, Susan Sontag, aquel bombón literario que, con desmesurada arquitectura física atraía a hombres y mujeres, la conciencia del imperio como le han llamado. Me he convertido en su lector tardío, en las últimas semanas he salido como un loco a cuanta librería existe buscando sus libros; los que no he encontrado los he pedido a Barcelona abusando de la generosidad de un pariente. Me ha impresionado su lucidez, su estructura casi andrógina, la firmeza de sus conceptos y la serenidad de su escritura, en su frente aquel mechón que ha llegado a ser un símbolo. Desde entonces están sobre mi mesa de trabajo los libros de Susan Sontag, la mujer más inteligente del mundo como la definió Sartre.
En los últimos tiempos realmente he estado sumergido, además, en Carson McCullers, cuya obra ejerce en mí una fascinación singular. En principio el acontecimiento fue el encuentro con Scott Fitzgerald y El gran Gastby y A este lado del paraíso, así como de la leyenda personal que él mismo (y Zelda, su mujer) crearon y de la cual probablemente fueron víctimas.
McCullers fue una superdotada que en su corta vida dejó una obra memorable en páginas siempre humedecidas por el alcohol; Fitzgerald fue un soñador, un bohemio en el estricto sentido de la palabra premiado por la suerte; en cambio, la Sontag fue una conciencia cuya vida (incluso la interior) fue un campo de batalla aunque su rostro ni su porte así lo dieran a entender.
Los dos primeros fueron víctimas de la vida como tragedia. Scott muere alcoholizado y fracasado sin alcanzar ni los cuarenticinco mientras la McCullers, que llevaba ya muchos años en silla de ruedas, también alcoholizada, muere apenas con 50 años dejando una obra extraordinariamente singular. Esas vidas (las de Scott, Zelda y la McCullers) se parecen bastante. Susan Sontag, en cambio, muere a los 70 después de rebasar con éxito un cáncer de seno. Son norteamericanos y, de alguna manera, asumieron el vivir de manera muy particular.
El pasado domingo 28 de diciembre se cumplieron cuatro años de la muerte de Susan Sontag. Todavía estaba yo convaleciente de una seria bronquitis y aquí, en mi casa, todo era silencio. Apenas me levanté y no pude ni siquiera leer un párrafo, y mucho menos sentarme a escribir.
Hoy que contamos a 2 de enero, que es viernes y son las tres de la tarde en mi mediaisla, con un cielo espléndido y con el mejor Joan Manuel Serrat de fondo, he querido recordar a Susan Sontag, aquella bella mujer, aquel cerebro siempre en ebullición, quien dijo sí a la vida y, por sus hechos y su valentía, es reconocida como la conciencia del imperio.