jueves, 7 de enero de 2010

El tabaco mata





Por si alguien no ha aprendido la lección, la muerte de mi admirado Sandro de América ha dejado bien claro que EL TABACO MATA. Por el tabaco hemos perdido a un artista de enormes dimensiones y un ser humano extraordinario.
Yo que durante muchos años fui esclavo de ese maldito vicio y que, de alguna manera, tambiién estoy pagando las consecuencias de esa incalificable adicción, padezco lo suficiente para afirmar lo que digo.
El tabaco mata.
El tabaco es un asesino.
El tabaco es peor que algunas drogas penalizadas, pero lo mejor es no tener ninguna adicción.
Durante ese largo tiempo en que fui fumador me negaba a comprender algunas realidades a sabiendas de la secuela de desgracias que se desprenden de la adicción al tabaco.
Está bien que quien se niegue a aceptar estas realidades se suicide, pero está mal que se convierta en asesino de las personas que le rodean.
En contra de la realidad criminal del tabaquismo, calificado ya como enfermedad, apenas pueden la voluntad y la convicción. Buscar ayuda para desprenderse de tan terrible hábito, pararse en dos patas y enfrentar la realidad, aunque en principio el fumador piensa que si se desprende del cigarrillo el mundo se le viene encima.
Conozco el caso de un brillante escritor y amigo, que también murió por la secuela del tabaco, que consideraba que después que dejó el cigarrillo ya no era el mismo escritor. Yo mismo fui sometido a una especie de seca (tiempo sin escribir) a partir de cuando me vi obligado a dejar de fumar hace ya algunos años.
Con tal de desprenderme del cigarrillo me encerré durante años bebiendo mucho líquido y consumiendo mentas de anís o chiclets, única vez en mi vida que he masticado chicles. Llegué a pasar noches enteras desvelado y hubo momentos en que sentía como que los labios me temblaban. Pero consideré que la vida era lo primero y que, como merecía vivir, debía dejar atrás el azaroso vicio. La sensatez se impus.
Mi hijo Radhamés Alfredo, próximo a cumplir diez años ahora, fue en todo momento, m tabla de salvación. Aunque tenía menos edad se convirtió en vigilante permanente, yo me quedaba mirándolo y concluía en que él necesita a su padre.
Si me encerraba en mi estudio, a leer o escribir, él me espiaba, me olía las manos y la boca para comprobar si yo estaba fumando, y buscaba en toda la biblioteca a ver si yo tenía cigarrillos escondidos. Todavía hoy, algunos años después, él me vigila y si alguien fuma cerca de mí trata de proteger a su padre. Radhamés Alfredo es mi tesoro y el mejor regalo que me ha dado la vida.
Con todo esto heredé un EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica) que ha reducido considerablemente la función de mis pulmones y me somete a determinadas precauciones que asumo disciplinadamente porque de lo contrario fracaso. Me es muy difícil subir escaleras o cuestas, correr, jugar tenis, disfrutar en algún parque de la infancia de mi hijo, etc. Y me duele mucho porque durante años jugué mucho basquebol, cuando la cancha del club Mauricio Báez no era de tabloncillo sino de asfalto. Los jóvenes que en esos años crecimos en Villa Juana fuimos afectos al béisbol, al basquet y al hipismo; recordemos la cercanía del Estadio Quisqueya y que en los terrenos de lo que hoy es la Plaza de la Salud estaba el hipódromo Perla Antillana.
Esos fueron los deportes de mi generación en aquella Villa Juana que apenas existe en la memoria de unos pocos.
Cierto es que el maldito cigarrillo se ha llevado a generaciones enteras, mucha gente de valores incalculables y de prendas inobjetables yacen hoy como consecuencia del tabaco.
El tabaco es un asesino, una planta que ni debe sembrarse.
El cigarrillo es una cápsula de veneno.
Hay que dejar de fumar, siempre es tiempo.
Hay que dejar de fumar.
Hay que tener poder de voluntad. Hay que inventar ese poder y armarse de valor para enfrentar el flagelo.
Hay que desarrollar campañas consistentes en contra del tabaco.
El Estado, con el perdón de la libre empresa, tiene que hacer aportes importantes contra el tabaquismo.
Erradicar el tabaquismo es defender la vida.
Y toda vida merece ser vivida.

martes, 5 de enero de 2010

Sus ojos se cerraron, y el mundo sigue andando...


Sus ojos se cerraron, y el mundo sigue andando…

El maldito cigarrillo lo ha matado. El azaroso tabaco que cumple lo que promete: dolor y muerte.
Si digo Roberto Sánchez es posible que muchos no se den cuenta del ejemplar a quien me refiero aun en este momento.
Pero si digo Sandro todos sabrán que me refiero a Sandro, el único, el que dedicó su vida a cantarle al amor.
Y sucede que desgraciadamente se ha ido el muchacho de América, uno de los mayores ídolos de los últimos 50 años.
Se fue cuando nosotros, sus seguidores, pensábamos que todo iba bien y tendríamos nuevamente oportunidad de verlo.
Él, que tanto se contorneaba a lo Elvis; que siempre tuvo una sonrisa para todo el mundo, ya no volverá a los escenarios ni tendremos esperanza de volver a verlo.
Sandro fue un poeta que, a sus 64 años, mantuvo la calidez, el furor y hasta la ternura de sus simpatizantes en todos los países del continente.
Fue un ser muy querido, respetado y admirado.
Su talento no tenía fronteras porque él tuvo la maestría de acomodar su voz a cada ritmo y a cada canción.
Sandro muere convertido en mito y son millares los que en este momento, bajo el sol abrasador del verano austral, hacen filas para entrar al palacio del Congreso Nacional de Argentino, donde están siendo velados los restos mortales de este hombre excepcional que cantó en nombre y para todos los enamorados del mundo.
En sus interpretaciones la poesía se volvió más grande porque no hubo cursilería en sus canciones. La noche / se aferró a tu pelo / y el mar se sintió celoso / y quiso en tus ojos estar también…
Cuando Sandro estaba en su mayor esplendor, hace ya 40 años, yo era apenas un adolescente que recién se había hecho locutor de radio y, como tal, debutaba en la antigua Radio Reloj (Emisoras Unidas), 950 khz., hoy Radio Popular, bajo la tutela del doctor Pedro Julio Santana, un sabio con un corazón inmenso y generoso que me abrió las puertas de su emisora aunque no tenía yo los 18 años requeridos por la ley para desempeñar esas labores.
En ese tiempo mi amigo del alma, el locutor Napoleón Beras Prats, tenía un programa diario con las canciones de Sandro; se llamaba algo así como Los éxitos de Sandro. Cada jueves me correspondía hacer ese programa porque entonces Napoleón Beras empezaba su notable carrera como animador presentando las veladas de lucha libre desde el parque Eugenio María de Hostos. Entonces yo era el locutor sustituto, y en ese tiempo aprendí a escuchar a Sandro y a disfrutar la poesía de sus canciones, hasta el sol de hoy, cuando el mundo lo llora y, estupefacto, contemplo en CNN, en Primer Impacto o en Al Rojo Vivo escenas de verdadero dolor. Muchas de sus nenas se han desmayado desde que se hizo saber el deceso y algunas han sido hospitalizadas. Mujeres jóvenes y de la tercera y hasta cuarta edad, hombres jóvenes y viejos de todas las nacionalidades cantan a coro sus canciones y exhiben la fotografía del ídolo.
Roberto Sánchez ha muerto, pero no Sandro.
Porque Sandro es el mito construido por el talento de Roberto Sánchez.
Ya extrañamos su baile, la gula que ponía en todo y las ganas inmensas e incalificables de vivir que tenía.
Ahora Sandro pasa a ser leyenda.
Vivirá en eso que llamamos eternidad. Y eternidad fue la palabra que él utilizó para definir a la muerte; No quiero que me lloren / cuando me vaya a la eternidad…
De modo que la eternidad de Sandro llegó ayer, epifanía de los Reyes Magos.
Pero el mito se queda para siempre, aunque Sandro ha muerto porque lo mató el maldito cigarrillo.

¡Hasta siempre, Gitano!


No quiero que me lloren / cuando me vaya a la eternidad / porque estaré en el aire / como la misma felicidad...

Una muchacha y una guitarra

Sandro

¡Hasta siempre, Gitano!