Reyes-Vásquez recibe el Premio Centenario Joaquin Balaguer
de manos de Don Rafael Bello Andino
Palabras pronunciadas por Radhamés Reyes -Vásquez
en el acto de aceptación del Premio Joaquín Balaguer
En esta hora crepuscular, cuando el rosicler de los cielos y la tarde se confunden como si se hubiesen propuesto compactar en la memoria los hechos de las últimas décadas y la relación con sus protagonistas, conmueve profundamente recibir con mano trémula este premio convocado para resaltar los aportes que al país y a la democracia hizo el doctor Joaquín Balaguer, uno de los más ilustres dominicanos de todos los tiempos, piedra angular en la reconstrucción de la República moderna, la que fue levantada después del derrumbe de la satrapía, cuando el protagonista de la Historia no era el hombre sino el futuro.
En esta casa que fue el templo de nuestro prócer moderno, se puede afirmar que los tiempos en los que a éste le correspondió gobernar son realmente incalificables. Cuando ya estén apaciguadas las pasiones y las sinrazones, no sólo hablarán los contemporáneos, sino los muros que, por iniciativa del presidente Balaguer, fueron edificados y sirvieron de plataforma a la reinvención de la democracia dominicana.
Quien intente calificar a este gladiador tan manso, pero tan feroz cuando defendía sus convicciones, tendrá que inventar las palabras como él inventó los procedimientos y el clima indispensable para legarnos un país con un verdadero crecimiento en todas las vertientes. Pero más que un país Balaguer nos entregó una nación y una patria bien definidas. Basta pensar y comprender la realidad sobre la que edificó a la República y detenernos en el país que nos legó. Sobre las cenizas cálidas de la destrucción y sobre la sangre caliente de héroes y aventureros, fue redefinida la nación a pesar de tantas adversidades, tanta ceguera política, tanto fanatismo y tantos extremismos desbocados.
El destino puso en las manos firmes de este hombre tan calumniado excepcionales responsabilidades que difícilmente otro hubiese podido asumir con éxito. Sólo a Dios y a la Virgen de la Altagracia este país les ha pedido más que a Balaguer. Fue su temple, su integridad, su consagración, su superioridad sobre los hombres de su tiempo y sobre sus adversarios. Se confesó fervoroso creyente del destino y, aun consciente de los peligros y las adversidades, se dejó bañar sin naufragar por la ola de los tiempos, las murmuraciones y las eventualidades. Balaguer es la más actual y lúcida de nuestras instituciones y se definió como "instrumento del destino". No fue rencoroso ni soberbio, se instaló en su tiempo y allí vivió, siempre sobre ascuas o brasas ardientes, pero jamás utilizó el denuedo como arma para su defensa. Cuando nadie creía en el destino dominicano, construyó un país y una democracia, y, de tan firmes que fueron sus convicciones, cambió con su obra la manera de vivir, y hasta de pensar, del grueso de los dominicanos.
Pero no todos los mortales logran ser insertados en esa circunstancia siempre cambiante que constituye la actualidad permanente. Ejemplo de mesura y de sobriedad, Joaquín Balaguer fue como el día: una totalidad que contiene el amanecer y el mediodía, pero también la noche. Hizo menos pobre al pobre y habló en parábolas, pero sobre todo con hechos. No hipotecó al país ni debilitó a la moneda nacional. No fue accionista más que de la patria a la que nunca pasó factura, no tuvo empresas ni cuentas de banco, no dejó bienes materiales ni más riqueza que sus realizaciones y su pensamiento. No fue un Dios ni quiso serlo, pero sí un patriarca fraguado en la eternidad del mármol y en la dominicanidad innegociable; no fue eterno pero sí inmortal, y por eso es nuestro mito más moderno y nuestro único enigma; su magia no ha muerto y se mantiene en sentido ascendente.
Este que ahora celebramos en el templo que fue su casa es un acto de fe y de recordación, más que de reconocimiento a sus aportes tan fundadores. Y si, como escribió Ortega y Gasset, un hombre se define mejor por sus ilusiones, entonces la verdadera estatura del hombre es la medida de su sueño.
En nombre de todos los participantes en el concurso celebrado con motivo del centenario de su nacimiento, doy las gracias sinceras a la Fundación Joaquín Balaguer en la persona de su presidente Don Rafael Bello Andino, símbolo indudable de lealtad, todavía más allá de la muerte, convencido de que la Historia de la República Dominicana, inevitablemente, hay que dividirla en Antes y Después de Balaguer.
Muchas gracias.
En esta casa que fue el templo de nuestro prócer moderno, se puede afirmar que los tiempos en los que a éste le correspondió gobernar son realmente incalificables. Cuando ya estén apaciguadas las pasiones y las sinrazones, no sólo hablarán los contemporáneos, sino los muros que, por iniciativa del presidente Balaguer, fueron edificados y sirvieron de plataforma a la reinvención de la democracia dominicana.
Quien intente calificar a este gladiador tan manso, pero tan feroz cuando defendía sus convicciones, tendrá que inventar las palabras como él inventó los procedimientos y el clima indispensable para legarnos un país con un verdadero crecimiento en todas las vertientes. Pero más que un país Balaguer nos entregó una nación y una patria bien definidas. Basta pensar y comprender la realidad sobre la que edificó a la República y detenernos en el país que nos legó. Sobre las cenizas cálidas de la destrucción y sobre la sangre caliente de héroes y aventureros, fue redefinida la nación a pesar de tantas adversidades, tanta ceguera política, tanto fanatismo y tantos extremismos desbocados.
El destino puso en las manos firmes de este hombre tan calumniado excepcionales responsabilidades que difícilmente otro hubiese podido asumir con éxito. Sólo a Dios y a la Virgen de la Altagracia este país les ha pedido más que a Balaguer. Fue su temple, su integridad, su consagración, su superioridad sobre los hombres de su tiempo y sobre sus adversarios. Se confesó fervoroso creyente del destino y, aun consciente de los peligros y las adversidades, se dejó bañar sin naufragar por la ola de los tiempos, las murmuraciones y las eventualidades. Balaguer es la más actual y lúcida de nuestras instituciones y se definió como "instrumento del destino". No fue rencoroso ni soberbio, se instaló en su tiempo y allí vivió, siempre sobre ascuas o brasas ardientes, pero jamás utilizó el denuedo como arma para su defensa. Cuando nadie creía en el destino dominicano, construyó un país y una democracia, y, de tan firmes que fueron sus convicciones, cambió con su obra la manera de vivir, y hasta de pensar, del grueso de los dominicanos.
Pero no todos los mortales logran ser insertados en esa circunstancia siempre cambiante que constituye la actualidad permanente. Ejemplo de mesura y de sobriedad, Joaquín Balaguer fue como el día: una totalidad que contiene el amanecer y el mediodía, pero también la noche. Hizo menos pobre al pobre y habló en parábolas, pero sobre todo con hechos. No hipotecó al país ni debilitó a la moneda nacional. No fue accionista más que de la patria a la que nunca pasó factura, no tuvo empresas ni cuentas de banco, no dejó bienes materiales ni más riqueza que sus realizaciones y su pensamiento. No fue un Dios ni quiso serlo, pero sí un patriarca fraguado en la eternidad del mármol y en la dominicanidad innegociable; no fue eterno pero sí inmortal, y por eso es nuestro mito más moderno y nuestro único enigma; su magia no ha muerto y se mantiene en sentido ascendente.
Este que ahora celebramos en el templo que fue su casa es un acto de fe y de recordación, más que de reconocimiento a sus aportes tan fundadores. Y si, como escribió Ortega y Gasset, un hombre se define mejor por sus ilusiones, entonces la verdadera estatura del hombre es la medida de su sueño.
En nombre de todos los participantes en el concurso celebrado con motivo del centenario de su nacimiento, doy las gracias sinceras a la Fundación Joaquín Balaguer en la persona de su presidente Don Rafael Bello Andino, símbolo indudable de lealtad, todavía más allá de la muerte, convencido de que la Historia de la República Dominicana, inevitablemente, hay que dividirla en Antes y Después de Balaguer.
Muchas gracias.
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