martes, 13 de julio de 2010

Miéntanme una eternidad. Si muere la Guillot, muere el bolero...








Miéntanme una eternidad, porque
la reina del bolero no muere jamás…

Según los diarios ha muerto Olga, Olga Guillot, la temperamental. Leo la nota con sorpresa y hasta me da risa, sencillamente porque no entiendo lo que escucho los programas de farándula, pero la noticia es difundida y lamentada por millones de melómanos, entre los que me cuento.
¿Ha muerto Olga Guillot? Digo que es mentira porque lo eterno no muere jamás. Es imposible morir, como imposible es que muera Sandro, el muchacho de América.
Los diamantes son eternos y la Guillot es puro diamante. Sandro el grandioso y múltiple es otro diamante?
Hay seres que se resisten a la muerte, o más bien, seres para quienes morir es imposible.
La Guillot no ha muerto porque las leyendas nunca mueren La muñequita Blanca Rosa Gil dejó de cantar música popular pero sigue tan campante allá en Caguas, Puerto Rico, donde almorcé con ella una vez. Felipe Pirela, el bolerista de América, fue herido de muerte en el Viejo San Juan o en Santurce, la Isla del Encanto, pero no ha muerto, su voz sigue sonando con la misma intensidad de aquellos tiempos. Alfredo Sadel, el grandísimo Alfredo Sadel, santo también de mi devoción, a quien recuerdo un mediodía en una esquina de Nueva York con su mirada tan apacible, tampoco ha muerto aun El Muñeco de Caracas.
Decir que ha muerto Olga Guillot es decir que ha muerto el bolero, y el bolero no muere porque morir sería mentir a la vida y a la muerte.
A Olga Guillot la recuerdo una tarde lluviosa, yo era apenas un mozalbete, ejercía mi antiguo oficio de locutor y, junto a mi amigo Miguel Hernández, realizaba el primer programa serio de farándula que hubo en en mi país, Artes y Espectáculos en el Aire, transmitido por la antigua Radio Ahora, entonces en los 1040 Khz. Una tarde, en el entonces Restaurant Chantilly de la avenida Máximo Gómez con Juan Sánchez Ramírez, se ofreció un coctel en su honor con motivo de su visita al país. La recuerdo robusta y sonriente con una felicidad a flor de piel, tan curiosa y cortés, grácilla copa en su mano.
Las lluvias de estos días dejan tristezas cuando la distancia del suelo patrio nos vuelve demasiado nostálgicos y el sueño principal de la Guillot era regresar a su patria, Cuba, pero las circunstancias políticas ni a ella ni a Celia Cruz, la guarachera eterna, aquel vozarrón lleno de ¡azúcar! Y sabor.
Cuando, en medio de las lluvias, nos sobrecoge el bolero, retornan la Guillot, Pirela y Sadel apropiándose de nosotros y haciendo que uno escriba textos como éste, tan triste y tan lluvioso y tan plagado de lágrimas como el propio bolero.
Que me digan otra cosa, porque decir que ha muerto la Guillot es afirmar que ha muerto su compatriota, La Lupe inolvidable e inmensa. O que ha muerto el bolero.
Miéntanme una eternidad.