jueves, 10 de diciembre de 2009

Las miradas fugaces (29)





Con el permiso de Porfirio Barba Jacob,
Una balada por la vida profunda


¡Carajo, cuántas vainas nos guarda la vida! Tú, que ya has alcanzado tu definición mejor como diría Lezama Lima, tú que estás ahí muy bien que lo sabes porque ya lo has comprobado. Estaba yo de paso en Panamá esperando un avión que me trajera a cumplir mis años junto a mi familia, cuando un texto en Facebook me dio donde más duele. Me dio duro, duro y fuerte con ecos de Vallejo. Todo hombre es una muchedumbre, y toda muchedumbre un pueblo. Tú lo sabes, bien que lo sabes. Cuando muere un hombre, muere todo el universo.
No han sido suficientes los sobresaltos ni las noticias constantes sobre el estado de Sandro, un verdadero poeta de raza cuya trayectoria siempre he seguido casi con devoción. Tal vez tú no lo comprendas porque no eres un poeta trasnochado, ahora que ha llegado el día de que habla Porfirio Barba Jacob, un día en el que ya nadie nos puede retener. Uno nunca sabe, esa es la suerte y la verdad. Es mejor así. Dicen en estos barrios que lo dijo Lucho con esas tristezas propias del bolero: Sabrá dios, uno no sabe nunca nada…
No está del todo mal que hayas alcanzado tu definición mejor. Tantos disparates se cuecen en estas burocracias, junto a estos intelectuales supuestamente consagrados (es mejor decirlo así) que al verte rodeado de farsantes, me viene a la memoria un título: Solemnidades de la muerte.
Tú que tan intensamente has vivido, no eres ése que aparece en los diarios; sé que te niegas a ser el cadáver que quieren exhibir como pieza de museo. Te llevan a muchísimos lugares porque ya eres el producto en su acabado final, el que confirma excepción y perfección.
Te jodieron, y quieren seguir jodiéntote. Es cierto que también hay gente sincera, pero son más los oportunistas, los mismos que te sonreían de frente y te sacaban la lengua cuando dabas la espalda. Te mataron y te pusieron chaqueta oscura para meterte en esa mierda que llaman ataúd. La muerte y el Estado tienen común la solemnidad, la horrible solemnidad que nos vuelve rígidos aunque nos maten las avispas o los mosquitos que puyan.
Muchos malvados te rodean, pero también mucha gente buena. El pulpero de La Estrelleta, la chopa de Ciudad Nueva, el maricón de la Beller y la maipiola, porque esos sí que te quisieron de verdad. Son tan buenos que no saben mentir. Pero ésos, ésos que ahora que te metieron en esa vaina y te pusieron esa chaqueta gris oscura, ésos sí son traidores.
Me niego a comparecer ante ti en estas circunstancias porque me asquea todo ese disparate, la perfidia de muchísimos que se visten de pendejos. Muchos nunca te miraron y ahora dicen que eres un prócer. Son maestros de la simulación y no tan inofensivos como quizás creías.
Es jueves, y aunque Vallejo reivindicó ese día para su muerte, llovizna ahora y pienso en ti, que ya has alcanzado tu definición mejor, en este día en el que ya nadie nos puede retener.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Las miradas fugaces (28)





Cartas a mamá desde el infierno

En la mañana de este sábado, mientras hacía un tour por las librerías de Managua, encontré un delgado librito que he leído casi de un tirón.
Cartas a mamá desde el infierno contiene algunas misivas que desde su amargo cautiverio de seis años en la selva colombiana enviara a su madre la doctora Ingrid Betancourt.
Desde la propia portada el opúsculo golpea y conmueve. Da duro, demasiado duro la fotografía ya clásica en la que, suelto el pelo largo y sin brillo alguno, largos y delgados los brazos, hacia abajo la mirada, se ve a una Ingrid Betancourt destruida, prácticamente irreconocible y totalmente ausente. La otrora senadora y aspirante a la presidencia de Colombia parece ya muerta, inevitablemente muerta, y para siempre, en fotografía que en su momento dio la vuelta al mundo pero no conmovió a los asesinos ni a los verdugos.
El librito contiene la larga carta que la Betancourt dirigió a su madre Yolanda Pulecio, un verdadero testimonio histórico a favor de la vida y en contra de la muerte y del dolor desde el cual se ha levantado la dignidad del coraje casi inagotable. Pocos meses después la Pulecio y la senadora Piedad Córdoba, en el valiente peregrinaje que hicieron procurando la liberación de la rehén, se hicieron presentes en Santo Domingo durante una cumbre de presidentes y jefes de Estado. En ese entonces ambas damas buscaron la manera de penetrar al edificio que aloja a la cancillería dominicana, resguardada entonces por una verdadera muralla de hombres armados, donde se efectuaban los actos de la cumbre, y pudieron llegar hasta un fogoso presidente latinoamericano, quien logró meter el tema de Ingrid y los rehenes pidiendo solidaridad con la causa.
Mañana lluviosa, como mi alma, dice Ingrid antes de poner fecha en aquel miércoles 24 de octubre, a las 8:34 a.m. La Betancourt vivió una experiencia demasiado traumatizante, aunque en un libro recién publicado unos gringos, antiguos compañeros de cautiverio, la acusan de malsana y egoísta utilizando epítetos muy duros. Los norteamericanos que escribieron ese libro olvidaron que Ingrid es mujer, y ninguna mujer puede desprenderse de las cosas que son inherentes a la condición femenina.
En el prefacio del librito (apenas 76 páginas) Élie Wiesel, un escritor rumano sobreviviente de los campos de concentración que ha dedicado muchos años de su vida al estudio y la investigación de los horrores del Holocausto, afirma: Lean este libro. Léanlo bien. La voz que les habla los mantendrá despiertos toda la noche. Ella relata su vida cotidiana en la selva, entre los adeptos a la violencia y al odio, con un lenguaje simple y desgarrador. (…) Encerrada, atormentada, torturada, abandonada por demasiados dirigentes, durante demasiado tiempo, escondida en las lejanas tinieblas del terror, se la creía muda, muerta. (….) Pero Ingrid Betancourt permanece lúcida. Y valiente, heroica. Y libre.
Estas conmovedoras cartas -pues también están las de los hijos de Ingrid- son un valioso ejemplo de la solidaridad humana y la ternura sin adjetivos. Madre e hijos, hijos y madre están unidos por el amor, por el dolor, por la esperanza, por esa ternura infinita e incalificable que solo habita en los corazones poblados por la verdad, y ajenos a la perfidia.
Si en algún lugar, en alguna librería o en un escaparate alcanzan a ver este opúsculo, vayan tras de él, porque su lectura nos devuelve la fe en el ser humano, el hombre y la mujer que están obligados a edificar el futuro como herencia inagotable de los suyos.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Las miradas fugaces (27)


Es cierto que la recuerdo, como se recuerda todo lo que se desea y aquello que jamás ha de poseerse.
No es muy alta la trigueña ni tiene el pelo tan largo, nunca supe su nombre ni de dónde procedía cuando, bajo el ocaso, el viejo automóvil que conducía doblaba raudo la esquina sur. Entonces ella parqueaba el vehículo y se desmontaba sin mirar a ningún lugar específico y yo me esforzaba para escuchar el sonido de sus tacos cuando, pocos minutos después, ascendía las escaleras semioscuras.
No es linda ni nada del otro mundo, y todavía tengo la impresión de que es una mujer muy insatisfecha, pero que con toda su tristeza se sabe fascinante con ese mechón de pelo que suelen tener algunas y que, en un gesto tan espontáneo como fabricado, acostumbran a echar de lado el mechón ceniciento que le impide la visibilidad.
La primera vez que la vi quedé como prendado y, en los días siguientes por alguna circunstancia intuí que mi destino estaría ligado a esa mujer joven cuyo pelo y rostro me recuerdan a la Melina Mercouri desenfadada cuando, en Nunca en domingo, se levanta del huerto visiblemente pobre para poner en el tocadiscos la canción que ella misma iba a cantar mientras danzaba con esa gracia característica que siempre conservó.
Durante años estuve esperándola en un ritual demasiado íntimo y secreto, y cuando intenté verla de cerca, tenerla de frente y saludarla y sonreírle, se impuso el infortunio y todo se fue al carajo.
Confirmé que nunca miraba de frente como nunca oí su voz aunque el espacio que nos distanciaba era una callecita breve y estrecha que probablemente conserva también el recuerdo de sus caderas danzantes y los pechos firmes, su altivez, el enigma de su rostro y el semblante de su piel que, a la distancia nombrada, parecía de una trigueña palidez.
Ella, la que llegaba en silencio y en silencio ascendía o descendía aquellas infernales escaleras dejando apenas el rumor de sus pasos, la del permanente traje sastre azul que siempre imaginé fragante, demasiado lejana, viene hoy devuelta por la magia inescrutable de la memoria.
La memoria me la devuelve ahora como en las tardes de aquellos tiempos, invariables la blusa y el vestido en días de semana, silenciosa y enigmática, hacia abajo la mirada como si fuese ciega o muda, los pechos no muy abundantes pero firmes y danzantes.
La memoria sabe, como Dios, todo lo que hace, lo que ofrece y lo que niega, lo que mata y lo que conserva. Pero son tantos los ojos y las voces, las caderas y las piernas enemigas, y los labios en el húmedo rumor de los vellos púbicos que hasta la misma memoria muchas veces prefiere olvidar algunos nombres.
Todavía oigo el rumor del viejo BM azul y espero que aparque en el lugar de siempre para que la muchacha que se parece a Melina Mercouri descienda y vuelva a subir las escaleras como entonces.



viernes, 27 de noviembre de 2009

Las miradas fugaces (26)

Otra vez Nicaragua

Desde el balcón en que te has instalado para ver la noche de noviembre observas a Managua, tan encendida como un arbolito de Navidad, y te distraes. Tienes sobre las piernas el ordenador portátil, y a tu lado una pequeña mesita sobre la que has colocado cuidadosamente varios libros de J. M. Coetzee y otros de J. M. G. Le Clézio, dos pesos pesados de la literatura de excelencias, la que reinventa el leguaje y apresa al lector.
Piensas demasiado y cada vez que abres uno de esos libros sientes que la página te invade y sus mundos también. Ambos autores prefieren narrar sus textos en presente y a ti te encanta esa manera de escribir. Es de las cosas que te convirtieron en ciego fanático de Faulkner desde que cayó en tus manos Mientras agonizo o Luz de agosto, pero no sucedió lo mismo con Santuario ni con Banderas sobre el polvo.
Lees y relees los párrafos que has subrayado y siempre vuelves a descubrir esa prosa fresca y a veces no tan diáfana, pero siempre reveladora. Y te abismas en ti mismo, en ese enigma y hasta en los frondosos descuidos de Faulkner.
Tal vez es porque estás lejos, solo y lejos, y el tiempo es más espeso, y la noche es más clara y mayores las angustias. Pero sucede que ya no hay noche en ti, poco más de diez años que no habitas esa porción de tiempo que tanto amabas y ya muy pocas copas apenas en la intimidad de tu hogar. Te controla el niño y el Crestor 2.5, y el Tritace 2.5,y el reumatismo, los analgésicos y las promesas de amor, y te estremeces cuando el cardiólogo lee los resultados de los últimos análisis y te mira por encima de los espejuelos. Ya si me jodí, te dices cuando el doctor vuelve a dispararte esa mirada escrutadora que dice más que todas las palabras.
Sucede que nadie sabe realmente cuándo ni cómo van a ser sus tiempos finales, los últimos instantes de una vida que quién sabe si…Además estás en Managua y aquí te pueden joder si quieres inventar. Entonces prefieres ver la sonrisa de las muchachas que entran y salen de las plazas o a las gasolineras, esclavizarte con un libro en la mano o frente a la pantalla chica. Sí, porque puedes fracasar si te descuidas, si olvidas pueden machetearte y joderte sin apelación alguna.
Es mejor quedarse en su balcón, y recordar; tomar notas y volver a recordar, contemplar el cielo limpio, tararear algo y seguir recordando. Estás en un istmo, en el estrecho dudoso cuya gente tanto admiras. Y te conmueve esa tristeza milenaria que reflejan sus ojos, esa íntima conciencia de fracaso que también se apodera de ti muchas veces.
Es que nuevamente estás en Managua, la noche es más espesa y las ausencias se sienten.
No hay vuelta atrás, es mejor seguir leyendo a Coetzee o a Le Clézio para no perder las ilusiones, y dejar este balcón antes que te pesque un resfriado.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Las miradas fugaces (25)

Sandro –el muchacho de America, el Gitano, nuestro Elvis Prisley -, el fabuloso cantante y poeta argentino que con sus canciones marco las vidas de millones de hispanoamericanos atraviesa el momento mas crucial de su vida,
Afectado por las secuelas del tabaquismo, el autor de Paris ante ti y Como lo hice yo, entre muchísimos temas de incomparable calidad, va en la tarde de hoy al quirófano después de un larguísimo calvario.
Durante muchos, muchos anos fui fumador y ahora también soy paciente de EPOC. La capacidad de mis pulmones se ha reducido y subir unas escaleras es para mi un verdadero problema.
Pero el daño que el tabaco hizo al muchacho de America no tiene comparación. Su capacidad pulmonar respiratoria se ha reducido a un 6 por ciento y precisa de un trasplante cardiopulmonar, una operación que los propios médicos han calificado como extremadamente delicada, que ha de practicársele cuando en Argentina sean las 7 de la noche, o de la tarde.
Por la magia del cable he visto a millares de personas que se ubicaron en las aceras de las calles de Mendoza para ovacionar a este magnifico artista. Y asi lo hicieron cuandopasaba la ambulancia que lo trasladaba al hospital en un gesto ciertamente muy conmovedor.
Yo que siempre he sido su ciego seguidor, elevo mis plegarias por la salud de Sandro en esta hora terrible pero también de esperanza.
Por ahora quedan pendientes los acentos para la proxima factura, y la esperanza de que el gigante se levante y supere su situacion, porque realmente no hay ni ha habido muchos como el.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Sin tetas no hay paraíso (Las miradas fugaces 24)


La novela del colombiano Gustavo Bolívar Moreno como literatura no es gran cosa ni nada del otro mundo, pero indiscutiblemente es un best seller en toda América Latina, y en España ha alcanzado numerosas ediciones.
El tema es magnífico:
A sus trece años, Catalina empezó a asociar la prosperidad de las niñas de su barrio con el tamaño de las tetas. Pues quienes las tenían pequeñas, como ella, tenían que resignarse a vivir en medio de las necesidades y a estudiar o trabajar de meseras en algún restaurante de la ciudad. En cambio, quienes las tenían grandes como Yésica o Paola, se paseaban orondas por la vida, en lujosas camionetas, vestidas con trajes costosos y efectuando compras suntuosas que terminaron haciéndola agonizar de envidia. Por eso se propuso, como única meta en su vida, conseguir, a como diera lugar y cometiendo todo tipo de errores, el dinero para mandarse a implantar un par de tetas de silicona, capaces de no caber en las manos abiertas de hombre alguno. Pero nunca pensó que, contrario a lo que ella creía, sus soñadas prótesis no se iban a convertir en el cielo de su felicidad y en el instrumento de su enriquecimiento sino, en su tragedia personal y su infierno.
Los hechos que narra la novela parecen surrealistas pero corresponden a una realidad gemela con las que ha revelado recientemente Las Prepago, el libro donde Carolina Duarte (madame Rochy), una vieja maipiola disfrazada de relacionista pública, servía de intermediaria entre actrices, reinas de belleza, modelos y muchachas de la televisión que vendían sus encantos a narcotraficantes, empresarios, políticos, ministros y militares sin el menor pudor.
Las confesiones de madame Rochy han estremecido, pero no sorprendido, a la sociedad colombiana.
Jorge Franco Ramos (un escritor brillante y de verdad) publicó hace algunos años una novela corta pero extraordinaria, Rosario Tijeras, en la que desnuda el pandemónium del narcotráfico. Después hizo lo mismo, pero con menos fortuna y magia aunque más espesor, el español Arturo Pérez Reverte con La reina del sur.
Lo que se dice en esas obras es realmente insignificante en comparación con la realidad de ese submundo, donde todo tiene precio y es mejor ser ciego, sordo y mudo.
La novela no está para revelar verdades, pues para eso están el periódico y los informativos. La novela tiene que inventar sus verdades y hacer de la ficción algo más real que la propia realidad.
Entre esos libros que he citado me deleita mucho la gracia, la técnica y la poesía de Rosario Tijeras, en su totalidad. Jorge Franco Ramos es un escritor de pies a cabeza y sabe cómo se escribe una buena novela.
Las prepago tiene el sabor de la crónica y el chisme, el aura del misterio que se ha perdido y el de la novedad de lo que se ha sospechado.
No es prensa rosa ni del corazón, es que estamos llegando a donde íbamos.
Quien no lo crea que le pregunte a la bella Sobeyda Cara de Ángel.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Madame Rochy y Las Prepago







Carolina Duarte, mejor conocida en su país como Madame Rochy, es una vieja proxeneta colombiana que acaba de hacer unas confesiones espeluznantes, pero no sorprendentes, estremeciendo a la sociedad colombiana con revelaciones muy singulares.
Las Prepago se titula el libro que contiene las revelaciones, una especie de memorias dictadas a un reconocido periodista suramericano y publicado por la prestigiosa Editorial Oveja Negra.
Si decimos Las prepago, en apariencia no nos referimos a nada en particular. Pero ¿cuáles y quiénes y por qué son llamadas así?
Madame Rochy es mujer que indudablemente tuvo tiempos de gloria en su cuerpo, e hizo fortuna con un negocio de abastecimiento (maipiolas se les llama en mi país) de mujeres jóvenes y bellas. Reinas de belleza, actrices, modelos, presentadoras de televisión, fueron administradas por ella, que vendía sus cuerpos a determinados grupos de poder.
Prominentes miembros de la alta sociedad colombiana, paramilitares, ministros, narcotraficantes, empresarios, militares, gobernadores y hasta un elegante ex presidente de los Estados Unidos fueron clientes de esa promotora sexual de altos vuelos, que decía ser propietaria de una oficina de relaciones públicas y se desplazaba en limosina con chofer y guardaespaldas.
Todos sus clientes eran poderosos.
Todos pagaban muy altas sumas de dinero por pasar una noche, o algunas horas, en compañía de actrices, modelos, reinas de belleza y presentadoras de televisión, todas codiciadas.
Todas dicen que lo hacían por dinero, y vendían sus cuerpos con plena conciencia de lo que estaban haciendo.
Pero las prepago no sólo existen en Colombia; están en todo el mundo. Se encuentran en los salones de los grandes hoteles, en las recepciones, en las exposiciones pictóricas, en las grandes multinacionales, en el deporte y en la farándula, están como Dios en todas partes.
Se las encuentra en una cafetería del bajo Manhattan o en Newark, en Washington o en los Campos Elíseos, en Madrid o en Barcelona, en cualquier lugar de centro o Suramérica, lo mismo en Marruecos o en Princeton. Muchas veces son extranjeras y se hacen pasar por estudiantes o empresarias, en los casinos o
Son prepago también las que entran camufladas a los hoteles para extranjeros en La Habana, que lo hacen hasta por un bluyin bien desteñido o por un par de dólares.
Aquí también abundan.
Se distinguen por las tetas abundantes y firmes, aunque danzantes; el nalgatorio firme pero también danzante, la pronunciada palidez que refleja los fracasos que no pueden ocultar las risas estentóreas y tintineantes, el perfume que va dejando un rastro ni el afelpado sonido de los tacos.
Algunas veces parecen vírgenes por la pronunciada mansedumbre de sus miradas y el hablar discreto. O parecen demonios que les deben a las once mil vírgenes y deben pagar el alquiler, el Mercedes o el BM, la camioneta (yipeta) del año muchas veces con el tanque de combustibles en la reserva.
Aparentan ser delicadas y discretas, y habitualmente son hermosas. ¿Quién no quisiera reinventar la vida entre unos muslos jóvenes y fragantes? ¿Quién no quisiera ahogarse en unos pechos con el Samsara de Guerlain en las narices?
Aquí fueron llamadas megadivas y hasta se cuenta que un muy popular bolerista mexicano fue premiado con una de las más populares y deseadas megadivas, ahora medio retirada.
Eso se cuenta en la farándula, y la farándula es como el corazón: no miente. Y aun tiene el poder de hacer verdad lo que dice.
Cierto es que Las prepago está derrumbando altares en Colombia y Madame Rochy ha pasado del rumor a la afirmación.
Univisión, el popular canal de televisión ya ha difundido en Primer Impacto dos sabrosas entrevistas con la Madame, y ha dicho que un poderoso narcotraficante pagó medio millón de dólares por pasar una noche en compañía de una reconocida modelo y actriz colombiana.
Ya lo expresó una de las Prepago: si ayer lo dí por amor, por qué no darlo ahora por medio millón de dólares.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Las miradas fugaces 23




Anthony Quenn y Melina Mercouri

Hubo nostalgia. Remembranzas fueron cuando, sin proponérmelo, mientras hurgaba en la Red, encontré el alucinante final de Zorba el Griego, cuando Anthony Quinn baila tan famosa danza y empiezan a aparecer los créditos del filme. No recuerdo realmente por qué llegué a ese portal, pero tengo aun viva la emoción que sentí mirando el video de mi muy querida Melina Mercouri, con el mismo cigarrillo que ¿la llevó a la muerte? en un hospital de New York me parece que en el año 1990. Melina cantaba y bailaba con esa gracia indescriptible el tema de Nunca en domingo.
En esta noche de miércoles, vísperas del feriado de la virgen de Las Mercedes, cuando, torturado por la falta de fluido eléctrico, escribo en mi estudio, todavía me engrifo rememorando a esa Melina Mercouri tan llena de vida, hermosa, bailando el tema de Nunca en domingo, a pesar de que cuando la película salió yo era realmente un niño.
Ese día, llevado por la nostalgia, recordé el Nathalie de los Hermanos Arriagada, que es punto de referencia de nuestra guerra de abril de 1965, y ya a propósito, busqué los temas musicales de El graduado, Taxi Driver, Gritos y susurros, La vida íntima de un estudiante, El verano del 42, Al maestro con cariño, El último tango en Paris, etc., etc. Estaba yo mezclado con todos esos recuerdos, que fueron martillándome, hasta que la tarde se me escapó sin darme cuenta en este mismo estudio en el que muchas veces he regresado a otros tiempos como aquellos memorables en mi Villa Juana del alma, donde me hice hombre de manos con la poesía. Hablo de aquella Villa Juana, la otra, la que ya apenas existe en la memoria de unos cuantos entre los que me cuento, no de la Villa Juana de ahora, porque a pesar del esfuerzo de algunos el vicio y la corrupción, en todas sus vertientes, han alcanzado ya una expresión sin precedentes.
Soy de Villa Juana (patria chica de la bachata, aunque no me gusta para nada) y cuando el presidente Joaquín Balaguer, dentro de su vasto programa de construcción –que fue la característica principal de sus décadas de gobierno- empezó a construir lo que ha querido continuar un ilustre hijo de Villa Juana, el doctor Leonel Fernández, actual presidente de la República, escribí un largo texto de poesía que, en su momento, llamé La tristísima destrucción de Villa Juana.
Quede claro que la obra del doctor Balaguer no tiene precedentes y él, desde su solemne dignidad, sigue siendo el muerto no enterrado, Aquél, el único cadáver que tiene guardaespaldas allá en el Cristo Redentor. ¡Cosas veredes, Sancho!
Es miércoles, como he dicho, vísperas del asueto de la virgen de Las Mercedes (y también del más fatídico golpe de Estado, que nos hizo retroceder décadas enteras, allá, en el año 1963) –y probablemente de un asueto que podría ser hasta el lunes porque en este país se hace lo que llamamos “puente”, es decir, si el jueves es feriado nos perdemos y no aparecemos hasta el lunes. Es parte de nuestra “cultura”.
Mientras, doy fe de mi piel apegada a la memoria de Melina Mercouri, de todo lo que he sentido en estos días, cuando el calor ha sido más terrible que nunca y las distancias se han vuelto incalculables.

viernes, 28 de agosto de 2009

Las miradas fugaces (22)






Las miradas fugaces (22)



La calurosa tarde de este viernes 28 de agosto parece extinguirse. Los minutos caen al alma como si fuesen puñaladas, las ilusiones se desmoronan y en el sopor del crepúsculo hay una multitud de recuerdos variopintos que van adueñándose de uno, hasta terminar abismado. Hace falta el rumor de ese mar que parece sucio, hace falta la piel que tocaste en algún lejano lugar, la mirada tierna de la muchacha del puerto, la voz de extraño acento, la lluvia finísima que iba cayendo cuando cruzaste la calle defendiendo la vida y sus principios.
Desde las primeras horas de la mañana no hay fluido eléctrico. El niño ha salido y estás solo. Almorzaste en tu cuarto, y aunque ya no fumas pediste una taza de café.
La muchacha del servicio te preparó el café y lo tomaste casi amargo, pues hipertensión y azúcar no van bien.
Aumenta el calor a medida en que se aproxima la noche, parece una ironía pero es real. Te desperezas y contemplas ese balcón que tanto amas. Hay pocos ruidos y eso es bueno. Puedes escuchar la radio estereofónica y su música suave. Pero has entristecido, hace días que te sientes triste. Algo lejano pero muy próximo te está latiendo y sientes que fosforecen tus mundos con esas criaturas interiores que todo lo revelan.
Si fumaras estaría frente a ti el cenicero abarrotado de colillas y el cuerpo tan hediondo como en aquellos años.
Lo cierto es que te sientes demasiado triste. A veces el silencio es mortal, piensas. Hacía años que no te sentías tan triste. Y te niegas a oír esos boleros con los que antes enloquecías. También has disminuido el alcohol. Pero estás demasiado triste. No llamas a nadie aunque te quedas contemplando el teléfono. Tampoco nadie te llama, pero si alguien llamara seguro que te negarías a abrir el Motorola que sientes tibio sobre tus piernas para responder, aunque sea tu misma madre. Olvidar sería magnífico, pero eso ya no es posible. Porque aunque estás en tu adorado balcón, frente a un mar en apariencia apacible, siempre te has negado a ser feliz. ¿Qué otra cosa es la felicidad sino un vivir olvidado de todo, sin esas ataduras de la memoria, sin esa piel que te persigue, sin esas manos, sin aquel regazo tan tierno?
Oyes pasos en la escalera, pero son pasos sordos, como acolchados, como si fuesen los pasos del dolor, el gesto del asombro, ese no saber nunca nada; y, de repente, sin que te expliques por qué, sientes ese mechón de pelo ceniciento tan fragante, y recuerdas las palabras que ahora escuchas, las mismas que te dijeron cuando te miraban fijamente a los ojos, cuando te advertían de ciertas actitudes que también recuerdas.
Ya es noche, prima noche y es menos caluroso el tiempo. Frente a ti lo que de sol ha quedado es una pequeña bola rojiza, bermellón, con destellos amarillos, y ese cielo imponente parece un fresco indefinible. De hecho es una obra de arte, una magnífica obra de arte. Has llegado a esa conclusión después que….es mejor no decir, piensas, no revelar algunas cosas y dejar que suceda lo que tiene que suceder. Un olvido, un suicidio, una puñalada dentro de un cuerpo buscando lo que no se le ha perdido.
Hace poco, en otro país, te preguntabas algunas cosas que ahora pareces confirmar. Es la vida, te dices, una mierda muy preciada por la que tantos se han inmolado. Solo muere quien de veras ama la vida, aquel para quien fue inventada la fiesta. Entonces, como todas las tardes, buscas uno o varios libros y regresas a tu balcón con el rostro adusto y la mirada medio perdida. Abres y cierras algunos libros mientras sostienes otros sobre las piernas. Quien inventó la fiesta inventó la muerte, el mismo que ha creado la vida. Pero el tiempo se muerde la cola. Aún no ha regresado el fluido eléctrico, esa misma ausencia que anoche te mantuvo despierto hasta bien entrada la madrugada. Mierda, coño, te dices, nos han jodido estos malditos políticos que solo saben asaltar al erario público y ahogar al pueblo con impuestos.
Es mejor oír algo de Britney o de La Toya, pero sucede lo de siempre, lo que en su primera juventud Neruda dijo como sólo él podía decirlo:
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Estás triste, demasiado triste. Alguna ilusión se ha deshojado dentro de ti, alguna de aquellas violetas, algún recuerdo se ha desmoronado para ahogarte en sus espesuras.
Es viernes aún y es mejor oír algo de Britney.

Las miradas fugaces (22)

Las miradas fugaces (22)

La calurosa tarde de este viernes 28 de agosto parece extinguirse. Los minutos caen al alma como si fuesen puñaladas, las ilusiones se desmoronan y en el sopor del crepúsculo hay una multitud de recuerdos variopintos que van adueñándose de uno, hasta terminar abismado. Hace falta el rumor de ese mar que parece sucio, hace falta la piel que tocaste en algún lejano lugar, la mirada tierna de la muchacha del puerto, la voz de extraño acento, la lluvia finísima que iba cayendo cuando cruzaste la calle defendiendo la vida y sus principios.
Desde las primeras horas de la mañana no hay fluido eléctrico. El niño ha salido y estás solo. Almorzaste en tu cuarto, y aunque ya no fumas pediste una taza de café.
La muchacha del servicio te preparó el café y lo tomaste casi amargo, pues hipertensión y azúcar no van bien.
Aumenta el calor a medida en que se aproxima la noche, parece una ironía pero es real. Te desperezas y contemplas ese balcón que tanto amas. Hay pocos ruidos y eso es bueno. Puedes escuchar la radio estereofónica y su música suave. Pero has entristecido, hace días que te sientes triste. Algo lejano pero muy próximo te está latiendo y sientes que fosforecen tus mundos con esas criaturas interiores que todo lo revelan.
Si fumaras estaría frente a ti el cenicero abarrotado de colillas y el cuerpo tan hediondo como en aquellos años.
Lo cierto es que te sientes demasiado triste. A veces el silencio es mortal, piensas. Hacía años que no te sentías tan triste. Y te niegas a oír esos boleros con los que antes enloquecías. También has disminuido el alcohol. Pero estás demasiado triste. No llamas a nadie aunque te quedas contemplando el teléfono. Tampoco nadie te llamas, pero si algo llamara seguro que te negarías a abrir el Motorola que sientes tibio sobre tus piernas. Olvidar sería magnífico, pero en este momento no es posible. Porque aunque estás en tu adorado balcón, frente a un mar en apariencia apacible, siempre te has negado a ser feliz. ¿Qué otra cosa es la felicidad sino un vivir olvidado de todo, sin esas ataduras de la memoria, sin esa piel que te persigue, sin esas manos, sin aquel regazo tan tierno?
Oyes pasos en la escalera, pero son pasos sordos, como acolchados, como si fuesen los pasos del dolor, el gesto del asombro, ese no saber nunca nada; y, de repente, sin que te expliques por qué, sientes ese mechón de pelo ceniciento tan fragante, y recuerdas las palabras que ahora escuchas, las mismas que te dijeron cuando te miraban fijamente a los ojos, cuando te advertían de ciertas actitudes que también recuerdas.
Ya es noche, prima noche y es menos caluroso el tiempo. Frente a ti lo que de sol ha quedado es una pequeña bola rojiza, bermellón, con destellos amarillos, y ese cielo imponente parece un fresco indefinible. De hecho es una obra de arte, una magnífica obra de arte. Has llegado a esa conclusión después que….es mejor no decir, piensas, no revelar algunas cosas y dejar que suceda lo que tiene que suceder. Un olvido, un suicidio, una puñalada dentro de un cuerpo buscando lo que no se le ha perdido.
Hace poco, en otro país, te preguntabas algunas cosas que ahora pareces confirmar. Es la vida, te dices, una mierda muy preciada por la que tantos se han inmolado. Solo muere quien de veras ama la vida, aquel para quien fue inventada la fiesta. Entonces, como todas las tardes, buscan uno o varios libros y regresas a tu balcón con el rostro adusto y la mirada medio perdida. Abres y cierras algunos libros mientras sostienes otros sobre las piernas. Quien inventó la fiesta inventó la muerte, el mismo que ha creado la vida. Pero el tiempo se muerde la cola. Aún no ha regresado el fluido eléctrico, esa misma ausencia que anoche te mantuvo despierto hasta bien entrada la madrugada. Mierda, coño, te dices, nos han jodido estos malditos políticos que solo saben asaltar al erario público y ahogar al pueblo con impuestos.
Es mejor oír algo de Britney o La Toya, pero sucede lo de siempre, lo que en su primera juventud Neruda dijo como sólo él podía decirlo:
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Estás triste, demasiado triste. Alguna ilusión se ha deshojado dentro de ti, alguna de aquellas violetas, algún recuerdo se ha desmoronado para ahogarte en sus espesuras.
Es viernes aún y es mejor oír algo de Britney Spears
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lunes, 24 de agosto de 2009

Truman Capote 25 años después de su muerte



Truman Capote 25 años después


Este martes 25 de agosto se cumplen veinticinco años de la muerte de Truman Capote, escritor y diletante brillante, maestro de la ironía y adicto a las drogas. Murió despreciado por la llamada alta sociedad que, en principio, le aceptó y celebró su vida. Hacía ya tiempo que se había alcoholizado y vivía deprimido y abismado. Fue un dandy chismoso, fumador, bebedor y maricón empedernido, dotado de genio para escribir novelas como A sangre fría y Desayuno en Tiffanys , y textos de la categoría de Un recuerdo navideño y Música para camaleones.
Siempre he pensado que hay algunos vasos comunicantes entre la vida de Truman y la de otro gran norteamericano, F. Scott Fitzgerald. Ambos fueron escritores y dejaron páginas memorables, fueron viciosos y terminaron convertidos en enigmas. El autor de El Gran Gatsby tuvo una vida más breve y su estrella se apagó cuando estaba en plena flor de la juventud. A sus veintitrés años inició una carrera literaria que se consagró desde su primera novela, A este lado del paraíso, y alcanzó la cima con El Gran Gatsby.
Con motivo de esta fecha luctuosa reproduzco algunas reseñas aparecidas en diferentes medios.
Truman Capote quizás sea uno de los personajes más pintorescos y mediáticos de la literatura de todos los tiempos. Irresistible para la mujeres y los hombres, conversador genial como lo había sido Oscar Wilde en las reuniones de su tiempo, el autor de Desayuno en Tiffany's sabía convertirse en el centro de atención ni bien cruzaba las puertas de alguna fiesta. El jet set de su época se peleaba por invitarlo a sus cenas, terreno habitual para que Capote pudiera enterarse de las historias y chismes que años más tarde formarían parte de su libro-infierno: Plegarias atendidas. Una vez que salió el libro que le dio renombre internacional, A sangre fría, y que se convertiría casi instantáneamente en un éxito de ventas, Capote decidió brindar una fiesta. Quería acaparar la atención de Nueva York. Quería un show. Capote alquiló uno de los salones del Hotel Plaza y se dedicó a preparar su fiesta de máscaras en riguroso blanco y negro en homenaje a su amiga Katherine Graham, jefa de la familia propietaria de Newsweek y The Washington Post. La fecha sería el 28 de noviembre de 1966. Durante meses pensó en el evento, y en los invitados de la lista. Debía ser exclusiva. Entendía que ser significaba pertenecer y por esta razón los elegidos sólo fueron 500: desde Frank Sinatra hasta Andy Warhol. La escritora Carson McCullers, sulfurada por no haber recibido invitación, le dijo a su primo que ella también podría

El extravagante Truman Capote cautiva 25 años después de su muerte
Los Ángeles (EEUU), 24 ago (EFE).- Padre del denominado "nuevo periodismo" en EEUU, el extravagante Truman Capote continúa cautivando 25 años después de su muerte, que se cumplen mañana, gracias a su genial obra y a una vida tan excéntrica como destructiva.
Emocionalmente inestable desde su infancia, el prestigioso escritor terminó por ser víctima de su propia afición por novelar hechos y personajes reales, un estilo que le llevó al éxito profesional pero le hundió personalmente.
Capote murió a los 59 años en Los Ángeles el 25 de agosto de 1984 después de largos episodios de abusos de drogas y depresión, un estado en el que se sumió después de tocar el techo de su carrera y ser repudiado por la alta sociedad neoyorquina a la que tanto anheló pertenecer.
Hijo de unos padres que le ningunearon, nació el 30 de septiembre de 1924 en Nueva Orleans y se crió con sus primos en Alabama.
Su nombre original, Truman Streckfus Persons, mutaría a Truman García Capote en 1935 cuando su padrastro, Joseph García Capote, aceptó adoptarlo como hijo propio.
Dos años antes, Lillie Mae, madre que le abandonó con sus parientes cuando era pequeño y se fue a vivir a Nueva York, se hizo con la custodia única del prometedor escritor, que abandonó el sur del país para mudarse a la ciudad de los rascacielos.
El cambio permitió a Capote dar el primer paso hacia su ansiado sueño de aristocracia y perseguir un trabajo en la prestigiosa revista The New Yorker, donde consiguió entrar en 1941.
Excéntrico, de particular forma de expresarse, abierta homosexualidad y gran don de gentes, Capote supo ganarse poco a poco el afecto de personalidades de la alta sociedad, quienes le abrieron la puerta de sus casas.
Tiranteces con unos colegas de profesión terminaron por forzar su salida de The New Yorker en 1944.
Libre de ataduras halló acomodo con colaboraciones en publicaciones con un público más afín a sus textos y comenzó a labrarse una fama que ya no le abandonaría.
Su primer libro saldría cuatro años más tarde, "Other Voices, Other Rooms" ("Otras voces, otros ámbitos"), en el que sacó punta a su agudo sentido de la provocación con una historia en la que un joven se enamora de un travesti.
En 1949 vería la luz "Tree of Night and Other Stories" ("Un árbol de noche y otras historias"), un compendio de relatos cortos que escribió para varias revistas y en 1951 saldría su segunda novela "The Grass Harp" ("El arpa de hierba").
Capote hizo guiones para el cine en una década muy productiva que tendría como colofón el estreno de una de sus novelas más conocidas "Breakfast at Tiffany's" ("Desayuno en Tyffany's" o "Desayuno con diamantes", 1958), popularizada posteriormente en la gran pantalla por la película homónima ganadora de dos Óscar protagonizada por Audrey Hepburn.
Un año después tendrían lugar los cruentos asesinatos de la familia Clutter en Holcomb, un pueblo de Kansas, en los que Capote vio el argumento perfecto para la que sería su obra maestra.
El escritor, acompañado por Harper Lee, su amiga de la infancia y ganadora de un Pulitzer por "To Kill a Mockingbird" ("Matar a un ruiseñor", 1960), se tomó seis años para recopilar la información sobre los sucesos de Holcomb mediante entrevistas a los vecinos de la zona que le fueron dando las pistas que necesitaba para esclarecer lo ocurrido.
Un trabajo que llamó "In Cold Blood" ("A sangre fría") y arrasó en las librerías en 1966 con una técnica literaria en la que un narrador omnisciente reconstruía los hechos del homicidio tal y como ocurrieron.
Esta forma de relatar calificada como "novela de testimonio" supuso una novedad en aquel momento y le valió el título de padre del nuevo periodismo estadounidense.
"A sangre fría" supuso la cima de su carrera profesional y el reconocimiento de la aristocracia de Manhattan que congregó en la famosa fiesta Black and White Ball, que él mismo organizó en el hotel Plaza y fue el culmen de su vida social.
Sin embargo, el incisivo escritor terminaría por ganarse la animadversión de sus amigos ricos y famosos cuando optó por publicar textos ficticios basados en personajes reales de la alta sociedad neoyorquina.
El interés por Capote recobró nuevos bríos en 2005 con el estreno del filme biográfico "Capote" por el que Philip Seymour Hoffman obtuvo el Óscar por la mejor interpretación masculina protagonista.

25 años sin Truman
Enfant terrible de las letras, forjador del nuevo periodismo y tan ácido como brillante, Truman Capote sigue siendo, a un cuarto de siglo de su muerte y 85 de su nacimiento, uno de los grandes mitos de su tiempo.
Foto: Especial
Considerado, lo mismo con envidia que con admiración, como un auténtico camaleón de los géneros literarios, Truman Streckfuss Capote era un hombre brillante, severamente neurótico y un escritor versátil, cuya obra incluye verdaderos y raros diamantes como el misceláneo Música para camaleones, libros que hicieron historia como A sangre fría (1965), novela-reportaje que entrecruzó para siempre los caminos de la ficción y el periodismo.
Arrogante, precoz, petulante, narcisista irredento y narrador incomparable, Capote (1924-1984) se hizo notar desde su infancia solitaria y difícil compartida en hogares rotos, con una madre alcohólica y suicida. Su universo literario se construyó, según propia confesión, en la soledad de aquella infancia que retrataría en su formidable novela debut Otras voces, otros ámbitos, publicada en 1948; aunque ya desde antes había publicado en la revista Mademoiselle un inquietante relato titulado Miriam, con el que obtendría el premio O’ Henry y la crítica lo descubrió.
Luego la industria editorial se pondría a sus pies y en el cine encontraría una manera de tocar las estrellas, con sus trabajos como guionista a las órdenes de John Huston o Jack Clayton y con las adaptaciones de Desayuno con diamantes (Blake Edwards la llevó al cine en 1961, convirtiendo a Audrey Hepburn en figura icónica) o bien A sangre fría, llevada al cine por Richard Brooks en 1967.
Las muchas caras de Truman
Ángel taimado –tal y como él mismo se describía al hablar de su infancia, en la que ya se había asumido completamente homosexual–, el futuro monstruo sagrado comenzó a escribir con el nombre de Truman Streckfus Persons. Pero, al cambiar su madre de marido, incorporó el apellido Capote cedido por su padrastro de origen cubano.
Joe Capote era un hombre generoso que buscó dar estabilidad al niño pero sin embargo Nina, que poseía belleza y engreimiento, se convirtió en una ebria suicida. No fue buena con Truman; ella hubiera deseado un hijo musculoso y no un mariconcito (como solía llamarlo a voces delante de la gente). Su verdadero padre fue un fracasado estafador que logró sacar provecho de su hijo en cuanto éste se volvió un escritor reconocido.
Aquella crianza infernal regresaría a Truman en su lecho de muerte. Necesitaba amor, y el que le proporcionaban sus amantes no le bastaba.
Su carrera estuvo marcada por una parábola trágica: el éxito llegó pronto y fue excesivo, por lo que la proverbial caída fue brutal.
A principios de 1970, Capote era una ya víctima del descontento general que acabaría con su vida en pocos años: el alcohol y la droga, la insatisfacción y el bloqueo le impedían volver a ser aquel joven que aprendió cuanto pudo de su primer amante, el académico Newton Arvin, y que sacaba partido de la infantil belleza de su flequillo rubio, visto en sus primeras fotos publicitarias.
Tru era burbujeante, ingenioso y mordaz y fue adoptado como mascota por la beautiful people, damas de sociedad de lo más chic a las que bautizó como sus ‘cisnes’; y a las que luego destriparía públicamente en su cruel relato La Côte Basque 1965, un fragmento explosivo de su inconclusa mágnum opus póstuma Plegarias atendidas.
Su pareja más perdurable fue Jack Dunphy, un solitario escritor que había estado casado anteriormente con una mujer y a quien no le importaba, aparentemente, que Capote fluctuase entre pasar tiempo con él y la gran vida.
En los años 60, en casa de Cecil Beaton, en Londres, conoció a la Reina Madre, quien, según todas las referencias, quedó “encantada” con él.
Su afecto más intenso estaba reservado a Barbara Babe Cushing, también conocida como Mrs. William S. Paley, que fue su mecenas, su amiga y su confidente, hasta que la traicionó.
Ahora bien, que el exceso de caviar y de champagne no estropearan su forma de escribir es algo que habla en su favor, su dedicación era de una seriedad casi flaubertiana. La necesidad de producir una obra de trascendencia lo llevaría, en noviembre de 1959, a investigar el asesinato en masa de una familia en Kansas y a producir, en el llamado “nuevo periodismo” el volumen In cold blood (A sangre fría), un curioso híbrido al que se consideró una obra maestra innovadora.
En 1966, con el pretexto de honrar a Katharine Graham, la dueña del Washington Post, Tru fue el anfitrión de un legendario baile blanco y negro, considerada la fiesta más sonada de la década en el hotel Plaza de Nueva York.
La danza de la decadencia
El Capote rey de la alta sociedad comenzó a eclipsar al escritor. Soñaba con romper su bloqueo con el éxito dudoso que le proporcionaría escribir algo tan grande como la suprema novela de Proust. Así, su En busca del tiempo perdido se iba a llamar Answered prayers, de lo cual publicó un avance en la revista Esquire en 1975. Al hacerlo provocó un escándalo, así como un espectáculo pirotécnico de indignación, horror, vilipendio y, finalmente, ostracismo. El suicidio social sería el primer paso hacia su muy acariciada autodestrucción.
La última fase de su desastrosa carrera estuvo plagada no sólo de resentimientos, sino de estúpidos actos de venganza: tipos contratados para darle una paliza en la calle, insultos y humillaciones... entraba y salía del hospital. Iba allí, lo secaban bien y, apenas unas horas después, volvía a estar ahogado en vodka. Haciendo esfuerzos sobrehumanos por recobrar su talento perdido, acabó un deslumbrante volumen de historias y bocetos llamado Music for Chameleons (Música para camaleones).
Su enemistad con Gore Vidal fue legendaria y desagradable. Gore tendría una edad de oro distinguida donde en la Truman había demasiado rencor y envidia.
Su decadencia fue horripilante: se orinaba en el suelo, yacía borracho en rincones del Studio 54 y sus grandes amigos del jet set lo habían abandonado y algunos lo trataban más con piedad que con respeto. Deseaba la muerte y creía que las semillas de su deseo se habían sembrado durante su desgraciada infancia. Quizá tenía razón.
Al morir, como huésped en casa de su leal amiga Joanne Carson, en Palm Beach, Florida, el 25 de agosto de 1984 –a menos de un mes de cumplir 60 años–, Truman había llevado una vida fascinante aunque sobrecogedora, y una de las grandes verdades que dejó su paso por este mundo es que, a pesar de concentrarse intensamente en autodestruirse, sin Truman Capote la literatura contemporánea sería mucho más pobre y aburrida.
Truman Capote: ascenso y caída
A los 25 años de su muerte, la recuperación de sus cuentos completos alienta la evocación del más polémico de los autores norteamericanos.
Un 25 de agosto de 1984, Truman Capote cerró los ojos definitivamente. Había llegado a Los Ángeles, una ciudad que detestaba, dos días antes y a ciencia cierta los médicos no supieron establecer la causa de su muerte. Era todo y nada. Le faltaba solo un mes para cumplir 60 años, pero su aspecto parecía el de un anciano decrépito, después de décadas de machacarse la integridad a golpe de adicciones, en las que no faltaba el alcohol, las drogas y los fármacos.Fue el último acto de una carrera, no exclusivamente literaria, que empezó muy pronto y de una forma fulgurante cuando a los 23 años se dio a conocer como el wonderboy de la literatura norteamericana. Años más tarde, convertido en la mascota de la beautiful people neoyorquina, más personaje que persona, la publicación de A sangre fría hizo de él una estrella. A partir de ese cénit todo fue caída.Poco eco está teniendo en Estados Unidos el 25 aniversario de la muerte del escritor, aunque en España las librerías acojan la recuperación en bolsillo de sus Cuentos completos (Quinteto / Anagrama) y la reciente edición en catalán de Retrats (Angle Editorial). Además, aquí todavía no se ha apagado el eco de la capotemanía que cristalizó hace unos pocos años en dos películas biográficas, Capote e Historia de un crimen.El lado oscuroEl cine desveló sus aspectos más oscuros, su afilada lengua que no conocía fidelidades, su capacidad para acumular un catálogo de enemistades y una hipertrófica jactancia que lo animaba a decir sin sonrojarse que la novela que, presumiblemente, ocupó sus últimos años y no llegó a terminar, Plegarias atendidas, era la respuesta norteamericana a En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, nada menos.Pero más allá de esa personalidad contradictoria y por ello fascinante –como demuestra la muy recomendable biografía de Gerald Clarke–, Capote se tomó a sí mismo muy en serio como escritor desde que a los 21 años un inquietante cuento, Miriam, despertó el interés de la crítica. Solo dos años más tarde le consagró la publicación de Otras voces, otros ámbitos, un destilado literario de su propia infancia. «Nací en Nueva Orleans y fui hijo único –escribe en el prólogo de esa novela–. Mis padres se divorciaron cuando yo tenía 4 años. Fue un divorcio muy complicado con mucho rencor por ambas partes, y esa es la razón por la que pasé gran parte de mi niñez yendo de una a otra casa de parientes en Louisiana, Misisipí, y la Alabama rural. Los libros que leí por mi cuenta tuvieron una importancia mucho mayor que mi educación oficial, que fue una pérdida de tiempo y concluyó cuando cumplí 17 años». Esa edad aparentaba más o menos en la foto que, guapo y desafiantemente ambiguo, apareció en la contraportada de la novela publicada en 1948, en unos tiempos pocos propicios para demostrar en público el orgullo gay.Capote no vivió su homosexualidad como un problema. Maestro de la seducción, era capaz de cautivar a todo el mundo, pese a su voz afectada y aflautada (no hay más que echar un vistazo a una de sus entrevistas en Youtube para comprobarlo) . De hecho, le gustaba alardear de haber ganado para la causa homosexual a heterosexuales convencidos. Fue el caso de su relación mas duradera, el escritor Jack Dunphy, casado con la bailarina Joan McCracken, que más tarde se casaría con Bob Fosse.Rigor y frivolidadLa mayor paradoja de este hombre cargado de ellas fue su voluntad de conciliar su rigurosa vocacion literaria y su fascinación por la vida frívola. En los años 60 no hay autor que chupe mas cámara televisiva que él. Se codea con las divinas Marilyn Monroe –a la que retrata entre la fascinación y el descaro– y Jackie Kennedy e intenta convertir en actriz a su hermana, Lee Radziwill. Cuando el fragmento de Plegarías atendidas en la que la retrata sin misericordia se publica en la revista Esquire, ella le dará la espalda. No fue la única.El principio del fin se sitúa en 1959, cuando Capote lee en los diarios que en un pueblecito de Texas, la familia de un prospero granjero ha sido masacrada «a sangre fría». Se traslada al pueblo y, poniendo de nuevo en marcha su infalible máquina de seducir, se gana la confianza de todos sus habitantes. También la de los asesinos. El resto es sabido. En 1966 aparece elsuperventas que le convierte en un millonario pero también le corrompe sin remedio. Con los réditos de la novela organiza la legendaria fiesta en blanco y negro del Hotel Plaza, en Nueva York. Desde el punto de vista literario, lo que vino después solo fue un excelente puñado de bocetos, pero sin la ambición del pasado. Se enquista en la depresión y el resentimiento hacia los antiguos amigos y su decadencia es sobrecogedora. Clarke, su biógrafo, sostiene que si no hubiera impedido a su amiga Joanne Carson, en cuya casa murió, que pidiera ayuda médica, posiblemente se hubiera salvado aquella mañana. Pero no, Capote quería poner el punto final.

Los retratos íntimos de Truman Capote
El mejor personaje creado por Truman Capote fue él mismo. Pequeño, rechoncho y mordaz, ejerció con pasión el oficio de escritor y con desparpajo el de una figura totalmente mediática, un socialité, amigo de Marilyn Monroe, Marlon Brando, Elizabeth Taylor y otros más, no desaprovechó nunca la oportunidad de ser el centro de atención, ya fuera por talento, sus opiniones o sus acciones.
Truman Capote nació en Nueva Orleans y comenzó a escribir a los ocho años de edad. A los 23 años publicó su primera novela Otras voces, otros ámbitos que tuvo gran éxito con la crítica y el público, y también, debido a una fotografía suya en la contraportada, que muchos calificaron de pecaminosa, significó el inicio de su notoriedad en el ámbito social. De ahí en adelante, Capote experimentó con todas las formas de escritura hasta llegar a su novela paradigmática A sangre fría, un género que él bautizaría como “la novela de no ficción”.
Capote jugó siempre con la ficción y la realidad, fue un agudo observador de la cotidianeidad y se esforzó siempre por trasladarla a la literatura en forma de cuentos, descripciones y diálogos. Su libro Música para camaleones es una colección de estos textos diversos, una obra en la que Truman Capote buscó “conseguir una prosa sencilla y limpia, como el arroyo de una montaña” y hacer del lector un testigo de una experiencia verdadera.
El libro se compone de tres secciones: la primera “Música para camaleones” es un conjunto de seis relatos cortos, un género en el que Capote se especializó desde el comienzo de su carrera. La segunda, “Ataúdes tallados a mano”, es una novela breve siguiendo el modelo de A sangre fría que narra la investigación sobre un asesino en serie. Finalmente, la tercera parte, “Conversaciones y retratos”, es un conjunto de escritos en los que Capote describe con precisión situaciones y personajes. En esta última parte está el texto “Una adorable criatura” sobre Marilyn Monroe y “Vueltas nocturnas” el cruel retrato que Capote realizó de sí mismo en el que declara: “Soy alcohólico, soy drogadicto, soy homosexual, soy un genio”, una descripción que lo persiguió hasta su muerte.
En Música para camaleones, Truman Capote intentó volver a sus orígenes: la brevedad y la descripción. Cada pieza del libro es un esfuerzo por una escritura que solamente mostrara y en la que las opiniones del narrador desaparecieran por completo para no obstruir la percepción del lector. Sin embargo, Capote se sitúa siempre en el centro de la escena y esa es la diferencia fundamental con A sangre fría, y su narrador impersonal: la presencia ineludible de quien cuenta, pero sólo como un medio para transmitir los relatos.
Este libro fue la última obra completa publicada por Capote. Por años trabajó en lo que, según él, sería su novela definitiva: Plegarias atendidas, basada en sus cartas, diarios y conversaciones con gente de la alta sociedad. Música para camaleones, dijo “es el aperitivo de lo que podemos esperar de Plegarias atendidas, todos los personajes son reales, nada es inventado”.
Los libros de Truman Capote constituyen un mosaico de la sociedad de su época. En su literatura, y particularmente en Música para camaleones, tienen cabida todos los estratos sociales, tratados por igual por la mano de un escritor que abrió los ojos, escuchó todo y afiló la pluma, sin miedo y con fervor.

sábado, 15 de agosto de 2009

Las miradas fugaces (21)


Si la memoria no me traiciona

Después de cinco años de labor en el servicio exterior dominicano, regreso a casa. En cada país donde estuve dejo amigos, muchos de los cuales se han vuelto entrañables. En mí están calles y nombres porque en cada ciudad me sentí como en mi país, aunque de regreso a la casa o al hotel, sintiera la espantosa soledad que se adueña de nosotros cada noche, después de cada recepción, cada sábado y cada domingo, cuando nos levantamos y sabemos que no estaremos en la oficina y miramos hacia un lado, posible al alcance de la mano, el teléfono casi muerto, entonces hacemos un gesto de desdén y entramos a la red a leer cuanto periódico o revista encontremos.
Ese tiempo fue más que suficiente para entender un poco más las incertidumbres que padece el ser humano, las mezquindades, los abismos en los cuales uno a veces se hunde sin darse cuenta. La vida es afán y agonía, y la distancia es como el viento, según el estribillo de la canción italiana. Fui paria y transeúnte detenido ante los escaparates mirando con asombro, invocando un gesto de ternura; quise ser juglar pero apenas fui un hombre que, para no dejarse destrozar por la nostalgia, se esclavizó ante el televisor siguiendo cada episodio en que mi equipo de béisbol favorito, los Yanquis de Nueva York, caía o salía airoso. Confieso que algunas eventualidades anímicas me impidieron concentrarse, como debía ser, en mi labor intelectual. Mañanas enteras pasé frente al computador, abierto en Word, sin encontrar la palabra adecuada. Cada texto es una mirada y cada mirada un paisaje.
Amigos y amigas que conocí y traté durante ese breve ejercicio, les prometo no olvidar porque olvidar es traición y crimen. De manera permanente estarán vivos en mis afectos, si la memoria me lo permite.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Las miradas fugaces (20)






Lucecita Benitez

La extraordinaria cantante puertorriqueña, recibió hace pocos momentos el permiso para residir de manera permanente en esta media isla privilegiada por la naturaleza y desgraciada por la voluntad de los hombres.
De esta manera la magnífica intérprete de la Nueva Ola se une a Julio Iglesia y a Danny Rivera, quienes hace ya tiempo residen en nuestro país.
La información me alegra, pues soy fans de Lucecita, que junto a Chucho Avellanet y la inolvidable Carmita Jiménez, conforma el trío de mayor calidad en la historia de la música portorriqueña.
De ella amo su vozarrón bien administrado y su ética profesional, y es capaz de enloquecer a cualquiera cuando interpreta esos boleros inolvidables. De doña Carmita admiré siempre su temperamento tierno y apacible, y considero que Chucho, aún después de los 60 años, conserva la voz magnífica transmitiendo sentimientos como solo las estrellas como él pueden hacerlo.
Recibo con júbilo la información y celebro su presencia entre nosotros.

martes, 4 de agosto de 2009

Las miradas fugaces (19)

Entre Managua y Villa Juana
Luna que se quiebra sobre las tinieblas
de mi soledad...

Managua es un horno y un espejo en el que se reflejan las máscaras del júbilo. Hermosas muchachas pasan sonrientes, cuerpos enfundados en esos vaqueros que bien merecen, de parte de las féminas, un monumento, porque disimulan tanto como muestran y recogen.
Ya es de noche y aun estoy en esta ciudad caliente, donde flora y fauna son únicas, y se baila y se bebe como en toda liturgia pagana; pero realmente estoy allá, en Villa Juana, el barrio donde crecí.
Recuerdo una muchacha, una cabellera y una bachata próxima que nunca me ha entusiasmado. Evoco aquellos labios y mis dedos en el bosque fragante del cabello, interrumpiendo esa mansedumbre, ahí donde la noche es bronca y el día peligroso como dijo el inmortal René del Risco Bermúdez cuando, a mis quince años, requerí su mecenazgo y él correspondió con esa sonrisa tan suya con que solía entender las cosas.
Camino por las calles estrechas donde se juega dominó y se bebe. Veo las luces débiles bajo una lluvia pertinaz y me detengo bajo algún alero. Es demasiado triste la manera en que cae esta lluvia, que aquí jamás ha cesado. Oigo los pasos de mi madre en la cocina. Se ha despertado muy temprano para preparar el desayuno, mientras tintinean los utensilios de cocina, y el aroma enloquecedor del café fresco y embriagante inunda la casa, poco antes de que empiece el programa México en la canción, porque mi amiga y excelente locutora Luisa María Martínez ya ha dado la hora y empiezan a oírse los violines del mariachi. En la Voz del Trópico siempre es ayer, y a cada instante lo compruebo.
Pero es tarde aquí. Managua es pura locura bajo la lluvia y hoy han desfilado por las céntricas calles los más hermosos ejemplares de caballería. Yo los veo, aunque realmente estoy ausente. Cruzo ahora una calle de la zona norte de mi ciudad capital. Hay pelotas de béisbol rebotando de las paredes. Hay caballitos de plástico compitiendo en el agua de los acantilados, y es que a pocas cuadras está el Perla Antillana, el memorable hipódromo de Pedrito y Dicayagua, cuya estatua es el más alto monumento ecuestre levantado a ejemplar alguno.
Todavía estamos en la pubertad o vamos entrando a una adolescencia que marcará nuestras vidas.
Somos los muchachos del barrio y aun desconocemos lo que nos guarda el destino. Somos ingenuos y parecemos pendejos.
Apenas el tiempo, si es que pasa, podrá decir o revelar esas magias que atribuimos al destino.
Este sábado es la fiesta hípica, tradición de primer orden entre los pinoleros. Me lo dice la piel. Me lo repite el viento y hasta quienes pasan bachateando. Ellos también tienen sus obsesiones, sus secretos, sus problemas íntimos. Algunos toman pastillas para conciliar el sueño, se afeitan y se sientan correctamente a la mesa. Uno es mucho, y dos es multitud, dicen.
Mientras, yo sigo aquí porque de allá nunca he salido. Sigo cantando, soñando, escribiendo, muriendo a cada instante. Vuelvo a oír la voz de mi madre y a sentir los olores de los alimentos que prepara amorosamente.
Pienso en el colibrí y en las libélulas (caballitos del diablo), en las mariposas y en los algarrobos, en las mascotas que tuve y en lo que no tuve. Y toda distancia disminuye. Es día de Reyes y amanece, me levanto y busco debajo de la cama donde, ilusionado, la noche anterior puse un recipiente con agua y un par de cigarrillos negros, y ahí está el juguete que siempre tuve, lo recojo y se lo enseño a madre. Ella me mira con esa húmeda tristeza que siempre hubo en sus ojos.
Hoy es ayer, y jamás ha pasado.
" Luna que se quiebra sobre las tinieblas
de mi soledad..."

domingo, 19 de julio de 2009

La Revolución Sandinista 30 años después

Managua, 19 de Julio de 2009.- Ayer sábado se celebró aquí el Día Nacional de la Alegría porque un día como ayer el dictador Anastasio Somoza salió huyendo del país en un avión que lo depositó en Miami después de mucha resistencia, como lo que realmente significaba: una dictadura podrida como son todas las dictaduras y, talvez, el fin de una serie de abusos y tropelías. Los dictadores manejaron a estos países como si fuesen fincas privadas.
Hacía ya varios días que en las calles de esta caótica ciudad empezaron a flamear las banderas del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), en las oficinas públicas y en vehículos de todo tipo las he visto. El rojo y el negro, como banderas, dejan en nosotros, los dominicanos, recuerdos imperecederos de uno de los más dignos y enaltecedores de todos los movimientos políticos del siglo pasado, el Movimiento Revolucionario 14 de Junio, conocido con la sigla de de 1J4 e integrado por un puñado de valientes jóvenes que ofrendaron sus vidas con el propósito de que nuestro país ingresara al repertorio de naciones democráticas del continente, pero que fueron fulminados por los esbirros de la tiranía que nos subyugó durante más de 30 años.
Las autoridades nicaragüenses anunciaron por todo lo alto, y con suficiente anticipación, los festejos del 30 aniversario de la revolución sandinista, cuando el país se encuentra gobernado por Daniel Ortega, uno de los héroes de la inolvidable epopeya.
Este domingo 19 de julio Nicaragua festejó con una multitudinaria concentración en la Plaza de la Fe, o de la Revolución, el 30 aniversario de la victoriosa hazaña, y a pesar de la austeridad mañana lunes 20 ha sido declarado día no laborable y, todavía, en las calles de esta ciudad se sienten los efectos de la conmemoración.
El nicaragüense es un pueblo laborioso en búsqueda de oportunidades para su crecimiento, un país con una flora magnífica y una fauna envidiable. Cuando estoy en mi casa de Santo Domingo extraño en las madrugadas el canto de tantas aves, desde el crepúsculo del amanecer hasta el de la tarde. Las mismas aves que me despiertan cada mañana junto al rumor de la fronda, cuando Radhamés Alfredo ha cambiado de cama con la anatomía de sus 9 años recién cumplidos y sus indefinibles ternuras.
Este es un pueblo orgulloso de sus victorias y unas banderas flameando como en lo mejor de aquellos tiempos definen sus sueños.
Saludo con entereza esta fiesta en la han sido castigados los acontecimientos de Honduras, cuando en la madrugada de Tegucigalpa un presidente electo por el pueblo fue asaltado y sacado del país en ropas de dormir. Conmemoro a Sandino y a Gregorio Urbano Gilbert, dominicano este último que supo esgrimir la espada en contra de las injusticias.
Este 30 Aniversario de la Revolución Sandinista quedará, de alguna manera, grabado en mi memoria hasta que la fragilidad y el destino lo permitan.

miércoles, 8 de julio de 2009

La muerte en el combate (1972)

Reproduzco, intacto, mi texto de juventud La muerte en el combate, opúsculo con el que realmente empieza mi vida de escritor, a los 17 años, y que fue publicado por la Editora Cultural Dominicana.

La muerte en el combate

Siempre será dulce la muerte en el combate,
morir con los ojos abiertos
caer como hojarasca entre un grupo de camaradas,
siempre sera dulce morir de tarde,
frente al mar
oyendo los tambores del combate.

Esta ciudad fue centro, principio y fin
de la jornada.
Escenario de los combates nocturnos,
de las matanzas, de los malos entrendidos,
de las rafagas quebrando ramas en los aalmendros.
Los dias transcurrian lentos como paloma
de alas rotas
sobre la multitud,
nos conocimos una mañana de marzo,
realmente gris y fastidiosa.

Tocamos tambores y sirena,
y el fuego se hizo orden, vigencia y permanencia.
cortamos espigas y corrimos levantando banderas,
disparando.

Yo no violé tu cuerpo,
nadie hubiera logrado tocarnos
nadie tuvo tu estatura
a no ser que yo tuve entre las manos
la mansedumbre de tus cabellos.

Entonces no hubieramos ido al combate,
no moririamos junto a los demas,
ni estaría contandote esta historia
sucedida en un país amargo.

Yo no estaría mirándote fijamente
a los ojos.
Contornos de árboles y de espigas
fuimos,
de puertas entreabiertas,
caminantes perdidos en el absurdo de la
noche,
amantes del mar y las gaviotas
ruídos de fusiles fuimos ,
conocedores del plomo y de pólvora.
Músicos, comerciantes, poetas.

En esta ciudad nos conocimos,
tocamos el cuerpo de los muertos y
los pájaros
y morimos apretujados en multitudes.
El mundo entero crecía entre nosotros
y en nosotros, el corazón de las gaviotas.
Luego la voz de la guerra apareció
rompiendo los cristales,
y estuvimos allí, entre las ametralladoras,
defraudados en aquel mundo agridulce como la vida.
Y estuvimos viviendo el exterminio
arrancando de cada árbol una hoja
y presentando cartas a la muerte...
Las cenizas de nuestros muertos
permanecen en nosotros .

El humo chamuscaba las paredes,
dejaba cierta amargura en la mirada.
No hemos olvidado los combates que
libramos en las madrugas de marzo,
las vidrieras rotas,
el fuego quemando las manos del combatiente
como arcilla recién sacada del horno.

Levántese, comandante, con su silencio nos aflige.
No venimos de la noche,
estuvimos junto a usted
en medio del espanto y las balas,
cuando la muerte rondaba la ciudad
y las ametralladoras cantaban
en los días de un verano
caluroso y gris.
Debe recordarlo comandante,
éramos pequeños y delgados
en aquella ardiente estancia
de palabras muertas,
donde los muertos y los vivos eran iguales
y la esperanza alegró por un momento
el corazón de nosotros : su corazón
comandante
ahora abrevia sus latidos
que no le alcanzan para levantar la voz.
Avancen, muchachos ...avancen
tenemos que tomar la ciudad
Felo esta herido.
Los crepúsculos eran lentos como días.
Ciudad nueva, era grande y triste
y el mar crecía en el corazón de las
muchachas.

¿Cómo olvidar la guerra en la que tantos calleron,
las matanzas, las explosiones,
el fuego quemando los cabellos,
los compañeros sin enterrar?
No había tiempo.
No había tiempo para detenerse
a contemplar las mujeres de rostros
indiferentres.
No había tiempo comandante
cuando su voz cansada ordenaba disparar
sólo se veían la bocas de los fusiles
en los callejones,
alguien gritaba: no disparen ...no disparen.
Entonces sabíamos que allí había uno
de nosotros, atrincherado...
Debe recordarlo comandante, los días
sin comida...avanzando ...
tomando metro a metro la ciudad...
las noches de lluvia...las amenazas del enemigo
los invasores muertos...
Ahora le parecerán extrañas estas cosas.
y si cuando llegue a su morada, comandante,
encuentra alguien más justo que nosotros
pida paz para esta tierra...
cuéntele de esta lucha sangrienta y agria
de sus hombres, de sus obreros,
de las pobres y tristes lavanderas
resuma la historia,
cuéntele de nosotros, comandante
y diremos presente.

Comandante, usted con su silencio nos aflige,
tome su bastón para decir presente.


Radhamés Reyes-Vásquez
Santo Domingo, marzo de 1972

martes, 23 de junio de 2009

Ejercicio 1

El sueño del colibrí
Martes 23 de junio

Tengo entendido que ésta, noche de San Juan cuando las aguas reciben a los cuerpos nocturnos, es la noche más corta del año. Hace apenas horas se produjo la más larga, la que da la bienvenida al verano a pesar de que en el trópico hace ya tiempo que el verano ha sacado la lengua.
Noche es noche. Es júbilo y tristezas calladas. Alegrías a veces fugaces como las apariciones del colibrí, y ya se sabe que el ave diminuta es, más que ave, inapresable flor viva que vuela y asombra.
Desde niño me enloquecen los colibríes y aun puedo pasar horas muertas inamovible en el balcón o dentro de mi estudio espiando aquel que todas las mañanas busca vida en la flor.
Los colibríes conforman la poca magia que todavía nos queda en un mundo incalificable con sus virtudes y sus maldiciones.
Muchas veces me pregunto ¿cómo, de qué manera se inventó al colibrí?
Pero realmente no quiero saberlo.
Es mejor el misterio que envuelve a lo sagrado.
Saberlo sería morir, quedar apresado entre las patas del ángel, disminuirse o renunciar a la gloria mezquina e intransferible que ha sido concedida a los mortales.
Retrocediendo, tratando de poner las cosas en orden, renunciando a la magia del azar, es hora ya de ir al balcón o de esclavizarme en el alféizar no vaya a ser que venga el colibrí y yo me lo pierda.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Las miradas fugaces (18)

Las flores oscuras

de Nadia Anjuman



Nadia Anjuman, una bella mujer y una magnífica poeta afgana, fue asesinada a palos por su marido, allá en las oscuridades decimonónicas y malditas donde la opresión en contra de la mujer es más que criminal. Entraba ella a la plenitud de la juventud.
Llamarle bestia a quien asesinó a la madre de su hijo de cinco meses de edad sería ofender a los animales. El pecado de Nadia Anjuman fue simplemente haber leído a algunos autores occidentales, como Shakespeare o Dostovyeski, escritores supuestamente malditos.
En ese mismo Afganistán hace poco que Shakira desató todos los demonios del mundo simplemente porque “enseñó demasiado piel”, y una televisora fue amonestada debido a que se atrevió a transmitir algunas de las imágenes de la efervescente colombiana, aun cuando en sus bailes se evocan las danzas árabes. Entonces alguien escribió que el mundo estaba arrodillado ante las caderas de la atractiva artista.
En esa totalidad donde todos los mundos se encuentran, con el perdón slogan del centro de arte santiagués, he encontrado un poema de Nadia Anjuman, un texto muy breve pero de una gran transparencia, que reproduzco a continuación.

Una poema de Nadia Anjoman

traduccion de Andres Alfaro

No tengo ganas de abrir la boca
¿De qué debo cantar?
Yo, quien está odiado por la vida,
No hay diferencia de cantar o no cantar.
¿Por qué debo hablar de la dulzura?
Cuando siento yo tanta amargura.
Oh, el festín del opresor
Me tocó la boca.
No tengo ni un compañero en esta vida
¿Para quién puedo estar dulce?
No hay diferencia de hablar, reír, Morir, ser.
Yo con mi soledad agotada
Con dolor y tristeza.
Nací para nada.
La boca se debe precintar.
Oh mi corazón, ya sabes que es la primavera
Y el momento para celebrar.
¿Qué debo hacer con un ala atrapado?
Que no me deja volar.
He estado callada por demasiado tiempo
Pero nunca me olvido la melodía,
Porque cada momento cuchicheo yo
Las canciones de mi corazón
Que me acuerdan del
Día que voy a romper la jaula.
Volar de esta soledad
Y cantar como un melancólico.
No soy un débil árbol de álamo
Que cualquier viento va a sacudir.
Soy una mujer afgana,
Así que sólo tiene sentido para gemir.
Este breve poema dice más que todos los libros de historia y de ensayos que puedan escribirse tratando aquella verguenza.
Nadia Anjuman estaba próximo a cumplir veinticinco años cuando fue salvajemente asesinada.

lunes, 27 de abril de 2009

Las miradas fugaces (18)

En memoria de monseñor Oscar Robles Toledano
Fui amigo de monseñor Oscar Robles Toledano, un dominicano con una inteligencia y una visión nada común, y lo recuerdo con mucho respeto y admiración. Su carácter apacible y su brillante formación intelectual (una cultura realmente excepcional) me convirtieron en su habitual compañero de caminatas vespertinas alrededor de su bella casa en los kilómetros de la autopista 30 de Mayo.
Me hice su lector cuando escribía para el periódico El Caribe, y hasta el más ingenuo sabía que ese P. R. Thompson que enviaba esas cartas de prosa memorable y juicios extraordinariamente lúcidos era el magnífico purpurado y anacoreta de vida discreta.
Si en algo pecó mi extinto amigo fue en dedicar su vida fértil a la renovación constante de sus conocimientos y en mantenerse informado de todo acontecimiento importante, dentro o fuera del país.
Todo lo vio con una mirada crítica y las puertas de su casa estuvieron siempre abiertas. No fue nada soberbio y sé la indignación que se produjo en él cuando el entonces presidente Joaquín Balaguer dijo en un discurso público que era él (monseñor Robles) el hombre que más daño le había hecho a sus gobiernos.
Aunque no olvidaba nada, no fue un hombre rencoroso, sino íntegro; y se negó a juntarse con ciertos especímenes de esos que andan por ahí presumiendo y mintiendo. En las tardes, cuando salíamos a caminar, se armaba de caramelos y esa mirada escrutadora e insistente como ninguna era una constante en un hombre indudablemente sabio y valiente cuya actitud vital le hizo blanco de comentarios no bien intencionados.
Ante cualquier pregunta respondía al instante porque en él todo conocimiento se mantenía con frescura como si las cosas hubiesen sucedido ayer, o anteayer, o tal vez ahora mismo.
Aprendí tantas cosas a su lado, cuando caminábamos o cuando no salía de la casa por algún motivo. Quien apenas le vio de lejos y no pudo conocerle, podría pensar que era un hombre abismado en sí mismo, como un artista que se ha propuesto alcanzar la obra maestra que ha de eternizarlo.
Siempre lo recuerdo con mucho amor -¡siempre!-, pero ahora que estoy lejos de mi país, acabo de enterarme que en la Feria Internacional de Libro que actualmente se celebra allá, se pondrá en circulación un libro que supuestamente contiene las memorias de Jhonny Abbes, criminal indescriptible de marca mayor, que, según se ha dicho, desnuda a varios periodistas entre los que están Oscar Robles Toledano y el doctor Ornes.
Lamento que esa obra no haya salido cuando monseñor Robles aun vivía, o cuando Germán Emilio Ornes también estaba vivo.
Ni Robles Toledano ni Ornes eran cobardes ni ignorantes. Fueron ciudadanos e intelectuales de una visión crítica de los acontecimientos y, por eso, indudablemente, tenían lectores, críticos y alabarderos. Fueron verdaderos abanderados de la libertad y auténticos estilistas en su manera de comunicar, o significar, conceptos y creencias.
Nadie debe inventar cosas ni escupir sobre los huesos de nadie, aunque este fuere, hipotéticamente, el peor de los enemigos.
El padre Robles Toledano fue un ciudadano ejemplar a quien el país debe muchos buenos servicios, que quizás evitaron catástrofes.

viernes, 17 de abril de 2009

Las miradas fugaces (17)

Durante los días anteriores al asueto de Semana Santa escribí: Siempre que uno está solo y lejos dice cosas sin importancia.
Me parece que cuando dije tal cosa estaba yo en Santo Domingo, escribiendo desde mi balcón, contemplando el mar no muy distante, asombrado por los colores tenues del ocaso e imaginando no sé cuáles diabluras.
Ahora escribo desde una
habitación de hotel en la infernal y caótica Managua; afuera la temperatura está muy cerca de los 40 grados c.
Mi visión no ha cambiado y pienso que cuando uno está solo y lejos de casa le suceden, realmente, cosas tan graves que solo la ecuanimidad puede evitar que se conviertan en tragedia.
Y eso fue lo que me sucedió ayer a plena luz del día.
Todo en esta vida es disparate y la cumbancha continúa aunque no ande uno con un perico ripiao ni bachateando con la murga. Me armo apenas con el recuerdo de las personas que amo aunque estén físicamente distantes.
Solo lamento haber perdido la fotografía de mi hijo menor, la que estaba grabada en mi teléfono celular y la otra, la que atesoraba en un rincón de mi cartera y que me acompañó durante tantos años.
Lamento haber visto de frente y padecer en carne propia la mezquindad de la vida humana, sus pequeñas y peligrosas miserias y la manera en que el desprecio convierte a estas víctimas en ciegos verdugos.
Lo que me sucedió ayer es palpable expresión de la descomposición social. Pero qué puede uno hacer que no sea conservar la vida y dejar que la moneda ruede a conveniencia del azar o el destino.
Después del mediodía me refugié en mi habitación armado de un escocés y pensé largamente en la vida y en la muerte.
Pensé en mi país y en esas horas del ocaso que tanto aprecio.
Me escruté a mí mismo y me celebré lo mismo que el poeta; pensé en mi hijo de casi nueve años y derramé alguna lágrima sobre los huesos de mi madre.
Me detuve a escrutar las pequeñas miserias, las agresiones y los asesinatos que se comenten por asuntos sin importancia.
Me serví una y otra vez del escocés a las rocas escuchando algo de Britney Spears, casi harto ya de la constante amargura del bolero. Me conecté a la red y vi a Lolita Flores topless aunque con la pechera decaída, vi a Pamela Anderson y el rostro refrescante de mirada triste de Julia Robert. Me detuve en los labios de alguna mucha amada hace ya décadas en el campus de la universidad estatal de mi país mientras el sol parecía ahogar derretido sobre tan discretos álamos. Pero sobre todo, me detuve en mí mismo y, como me sucede muchas veces, regresé a algún pecho amado, un pubis cuya fragancia aun vive en mi olfato.
Jamás se renuncia a la vida ni a los recuerdos; pero tampoco a la muerte.

PD.
Acabo de recibir llamada de Matías Alcántara, el magnífico poeta del amor y la dulzura, aquel prócer que aun en los días más lluviosos y terribles de la guerra de 1965 robó tiempo al tiempo y al fragor de las batallas, para escribir los más hermosos sonetos de amor. Está frente al televisor, me dice, y Gary Sheffield acaba de ingresar a un selecto club de atletas que han disparado 500 o más cuadrangulares. Me alegro bastante, pero mi simpatía siempre está con los Yanquis de Nueva York.



Seguimos orando por la salud de Sandro, El Muchacho de América, El Gitano, porque aparezcan los órganos y porque el trasplante sea todo un éxito. Que Dios lumine su vida y se haga Su voluntad.


jueves, 2 de abril de 2009

Sandro, los poetas no mueren jamás


Sandro de América, nuestro Elvis Presley, el poeta que con su canto de amor y desamor todavía vive en la voz y el alma de millones de hispanoamericanos, atraviesa en estos momentos por una terrible realidad como consecuencia de la irreversible estela de daños que la adicción al cigarrillo produce al ser humano.
El corazón que tanto amor sintió requiere ahora un sustituto, y lo mismo sucede con los pulmones que el humo y la nicotina devastaron.
Yo que fui un fumador empedernido y que apenas puedo subir las escaleras de mi casa, he sentido en carne propio las consecuencias de una irracionalidad, una locura a la que nos entregamos desde la juventud.
Inmediatamente uno empieza con esa práctica tan nociva, va dejando en múltiples zonas del cuerpo daños realmente irreversibles.
Las enfermedades producidas por tan mortal hábito van en crecimiento alarmante y a su nómina de muertes sin respetar edades ni condición social, se suman diariamente cifras muy significativas.
Es doloroso ver como el cigarrillo va diezmando vidas útiles de seres inteligentes y laboriosos, honrados y socialmente responsables; pero tan irresponsables con nuestras propias vidas y con quienes realmente nos necesitan.
Son los hijos que quedan huérfanos, las viudas y los verdaderos amigos quienes experimentan el dolor de esas pérdidas, y de nada ha valido, en ningún país del mundo, reiterar las advertencias de las consecuencias del mal hábito.
Una tarde, mientras estaba encerrado en mi estudio, entre humaredas asesinas, sentí asco y pena de mí, de mi aliento, de mis ropas, de mis manos, las mismas que acarician y escriben para celebrar la vida, porque realmente apestaba.
Hacía ya tiempo que, cuando subía las escaleras de mi casa, me sentía impotente y llegaba a la puerta asfixiándome, hasta que una noche en que yo fumaba sentado en el balcón, mi hijo menor se acercó y me dejó caer, como balde de agua fría, como puñalada necesaria o como sentencia de un inapelable desafío, mirándome a la cara, dijo:
-No sigas fumando, papi; no quiero quedarme sin papá-.
Algunos años han pasado y ahora mi niño asoma a los nueve. El sabor y el hedor de la nicotina han desaparecido, y de alguna manera mi salud ha mejorado. Me siento comprometido conmigo y con mi familia, y mi hijo es el mejor vigilante. Jamás he vuelto ni pienso fumar, y me entristece mucho cuando pienso en lo que le sucede a Sandro en tiempos en que son necesarios repertorios tan vitales como los suyos.
Sandro es un poeta y un magnífico intérprete que ha escrito verdaderas joyas musicales como Quiero llenarme de ti, París ante ti, Las manos, Penumbras, Una muchacha y una guitarra, etc.
Ojala el destino pueda levantarlo de donde ahora está y que él pueda rebasar esa desgracia tan dolorosa.
Los poetas nunca mueren, sobre todo los del calibre de Sandro, nuestro Elvis Presley, el muchacho de América, el hombre-energía que, como muy pocos, ha sabido cantarle al amor y llegar al alma de los enamorados..