viernes, 28 de agosto de 2009

Las miradas fugaces (22)






Las miradas fugaces (22)



La calurosa tarde de este viernes 28 de agosto parece extinguirse. Los minutos caen al alma como si fuesen puñaladas, las ilusiones se desmoronan y en el sopor del crepúsculo hay una multitud de recuerdos variopintos que van adueñándose de uno, hasta terminar abismado. Hace falta el rumor de ese mar que parece sucio, hace falta la piel que tocaste en algún lejano lugar, la mirada tierna de la muchacha del puerto, la voz de extraño acento, la lluvia finísima que iba cayendo cuando cruzaste la calle defendiendo la vida y sus principios.
Desde las primeras horas de la mañana no hay fluido eléctrico. El niño ha salido y estás solo. Almorzaste en tu cuarto, y aunque ya no fumas pediste una taza de café.
La muchacha del servicio te preparó el café y lo tomaste casi amargo, pues hipertensión y azúcar no van bien.
Aumenta el calor a medida en que se aproxima la noche, parece una ironía pero es real. Te desperezas y contemplas ese balcón que tanto amas. Hay pocos ruidos y eso es bueno. Puedes escuchar la radio estereofónica y su música suave. Pero has entristecido, hace días que te sientes triste. Algo lejano pero muy próximo te está latiendo y sientes que fosforecen tus mundos con esas criaturas interiores que todo lo revelan.
Si fumaras estaría frente a ti el cenicero abarrotado de colillas y el cuerpo tan hediondo como en aquellos años.
Lo cierto es que te sientes demasiado triste. A veces el silencio es mortal, piensas. Hacía años que no te sentías tan triste. Y te niegas a oír esos boleros con los que antes enloquecías. También has disminuido el alcohol. Pero estás demasiado triste. No llamas a nadie aunque te quedas contemplando el teléfono. Tampoco nadie te llama, pero si alguien llamara seguro que te negarías a abrir el Motorola que sientes tibio sobre tus piernas para responder, aunque sea tu misma madre. Olvidar sería magnífico, pero eso ya no es posible. Porque aunque estás en tu adorado balcón, frente a un mar en apariencia apacible, siempre te has negado a ser feliz. ¿Qué otra cosa es la felicidad sino un vivir olvidado de todo, sin esas ataduras de la memoria, sin esa piel que te persigue, sin esas manos, sin aquel regazo tan tierno?
Oyes pasos en la escalera, pero son pasos sordos, como acolchados, como si fuesen los pasos del dolor, el gesto del asombro, ese no saber nunca nada; y, de repente, sin que te expliques por qué, sientes ese mechón de pelo ceniciento tan fragante, y recuerdas las palabras que ahora escuchas, las mismas que te dijeron cuando te miraban fijamente a los ojos, cuando te advertían de ciertas actitudes que también recuerdas.
Ya es noche, prima noche y es menos caluroso el tiempo. Frente a ti lo que de sol ha quedado es una pequeña bola rojiza, bermellón, con destellos amarillos, y ese cielo imponente parece un fresco indefinible. De hecho es una obra de arte, una magnífica obra de arte. Has llegado a esa conclusión después que….es mejor no decir, piensas, no revelar algunas cosas y dejar que suceda lo que tiene que suceder. Un olvido, un suicidio, una puñalada dentro de un cuerpo buscando lo que no se le ha perdido.
Hace poco, en otro país, te preguntabas algunas cosas que ahora pareces confirmar. Es la vida, te dices, una mierda muy preciada por la que tantos se han inmolado. Solo muere quien de veras ama la vida, aquel para quien fue inventada la fiesta. Entonces, como todas las tardes, buscas uno o varios libros y regresas a tu balcón con el rostro adusto y la mirada medio perdida. Abres y cierras algunos libros mientras sostienes otros sobre las piernas. Quien inventó la fiesta inventó la muerte, el mismo que ha creado la vida. Pero el tiempo se muerde la cola. Aún no ha regresado el fluido eléctrico, esa misma ausencia que anoche te mantuvo despierto hasta bien entrada la madrugada. Mierda, coño, te dices, nos han jodido estos malditos políticos que solo saben asaltar al erario público y ahogar al pueblo con impuestos.
Es mejor oír algo de Britney o de La Toya, pero sucede lo de siempre, lo que en su primera juventud Neruda dijo como sólo él podía decirlo:
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Estás triste, demasiado triste. Alguna ilusión se ha deshojado dentro de ti, alguna de aquellas violetas, algún recuerdo se ha desmoronado para ahogarte en sus espesuras.
Es viernes aún y es mejor oír algo de Britney.

Las miradas fugaces (22)

Las miradas fugaces (22)

La calurosa tarde de este viernes 28 de agosto parece extinguirse. Los minutos caen al alma como si fuesen puñaladas, las ilusiones se desmoronan y en el sopor del crepúsculo hay una multitud de recuerdos variopintos que van adueñándose de uno, hasta terminar abismado. Hace falta el rumor de ese mar que parece sucio, hace falta la piel que tocaste en algún lejano lugar, la mirada tierna de la muchacha del puerto, la voz de extraño acento, la lluvia finísima que iba cayendo cuando cruzaste la calle defendiendo la vida y sus principios.
Desde las primeras horas de la mañana no hay fluido eléctrico. El niño ha salido y estás solo. Almorzaste en tu cuarto, y aunque ya no fumas pediste una taza de café.
La muchacha del servicio te preparó el café y lo tomaste casi amargo, pues hipertensión y azúcar no van bien.
Aumenta el calor a medida en que se aproxima la noche, parece una ironía pero es real. Te desperezas y contemplas ese balcón que tanto amas. Hay pocos ruidos y eso es bueno. Puedes escuchar la radio estereofónica y su música suave. Pero has entristecido, hace días que te sientes triste. Algo lejano pero muy próximo te está latiendo y sientes que fosforecen tus mundos con esas criaturas interiores que todo lo revelan.
Si fumaras estaría frente a ti el cenicero abarrotado de colillas y el cuerpo tan hediondo como en aquellos años.
Lo cierto es que te sientes demasiado triste. A veces el silencio es mortal, piensas. Hacía años que no te sentías tan triste. Y te niegas a oír esos boleros con los que antes enloquecías. También has disminuido el alcohol. Pero estás demasiado triste. No llamas a nadie aunque te quedas contemplando el teléfono. Tampoco nadie te llamas, pero si algo llamara seguro que te negarías a abrir el Motorola que sientes tibio sobre tus piernas. Olvidar sería magnífico, pero en este momento no es posible. Porque aunque estás en tu adorado balcón, frente a un mar en apariencia apacible, siempre te has negado a ser feliz. ¿Qué otra cosa es la felicidad sino un vivir olvidado de todo, sin esas ataduras de la memoria, sin esa piel que te persigue, sin esas manos, sin aquel regazo tan tierno?
Oyes pasos en la escalera, pero son pasos sordos, como acolchados, como si fuesen los pasos del dolor, el gesto del asombro, ese no saber nunca nada; y, de repente, sin que te expliques por qué, sientes ese mechón de pelo ceniciento tan fragante, y recuerdas las palabras que ahora escuchas, las mismas que te dijeron cuando te miraban fijamente a los ojos, cuando te advertían de ciertas actitudes que también recuerdas.
Ya es noche, prima noche y es menos caluroso el tiempo. Frente a ti lo que de sol ha quedado es una pequeña bola rojiza, bermellón, con destellos amarillos, y ese cielo imponente parece un fresco indefinible. De hecho es una obra de arte, una magnífica obra de arte. Has llegado a esa conclusión después que….es mejor no decir, piensas, no revelar algunas cosas y dejar que suceda lo que tiene que suceder. Un olvido, un suicidio, una puñalada dentro de un cuerpo buscando lo que no se le ha perdido.
Hace poco, en otro país, te preguntabas algunas cosas que ahora pareces confirmar. Es la vida, te dices, una mierda muy preciada por la que tantos se han inmolado. Solo muere quien de veras ama la vida, aquel para quien fue inventada la fiesta. Entonces, como todas las tardes, buscan uno o varios libros y regresas a tu balcón con el rostro adusto y la mirada medio perdida. Abres y cierras algunos libros mientras sostienes otros sobre las piernas. Quien inventó la fiesta inventó la muerte, el mismo que ha creado la vida. Pero el tiempo se muerde la cola. Aún no ha regresado el fluido eléctrico, esa misma ausencia que anoche te mantuvo despierto hasta bien entrada la madrugada. Mierda, coño, te dices, nos han jodido estos malditos políticos que solo saben asaltar al erario público y ahogar al pueblo con impuestos.
Es mejor oír algo de Britney o La Toya, pero sucede lo de siempre, lo que en su primera juventud Neruda dijo como sólo él podía decirlo:
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Estás triste, demasiado triste. Alguna ilusión se ha deshojado dentro de ti, alguna de aquellas violetas, algún recuerdo se ha desmoronado para ahogarte en sus espesuras.
Es viernes aún y es mejor oír algo de Britney Spears
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lunes, 24 de agosto de 2009

Truman Capote 25 años después de su muerte



Truman Capote 25 años después


Este martes 25 de agosto se cumplen veinticinco años de la muerte de Truman Capote, escritor y diletante brillante, maestro de la ironía y adicto a las drogas. Murió despreciado por la llamada alta sociedad que, en principio, le aceptó y celebró su vida. Hacía ya tiempo que se había alcoholizado y vivía deprimido y abismado. Fue un dandy chismoso, fumador, bebedor y maricón empedernido, dotado de genio para escribir novelas como A sangre fría y Desayuno en Tiffanys , y textos de la categoría de Un recuerdo navideño y Música para camaleones.
Siempre he pensado que hay algunos vasos comunicantes entre la vida de Truman y la de otro gran norteamericano, F. Scott Fitzgerald. Ambos fueron escritores y dejaron páginas memorables, fueron viciosos y terminaron convertidos en enigmas. El autor de El Gran Gatsby tuvo una vida más breve y su estrella se apagó cuando estaba en plena flor de la juventud. A sus veintitrés años inició una carrera literaria que se consagró desde su primera novela, A este lado del paraíso, y alcanzó la cima con El Gran Gatsby.
Con motivo de esta fecha luctuosa reproduzco algunas reseñas aparecidas en diferentes medios.
Truman Capote quizás sea uno de los personajes más pintorescos y mediáticos de la literatura de todos los tiempos. Irresistible para la mujeres y los hombres, conversador genial como lo había sido Oscar Wilde en las reuniones de su tiempo, el autor de Desayuno en Tiffany's sabía convertirse en el centro de atención ni bien cruzaba las puertas de alguna fiesta. El jet set de su época se peleaba por invitarlo a sus cenas, terreno habitual para que Capote pudiera enterarse de las historias y chismes que años más tarde formarían parte de su libro-infierno: Plegarias atendidas. Una vez que salió el libro que le dio renombre internacional, A sangre fría, y que se convertiría casi instantáneamente en un éxito de ventas, Capote decidió brindar una fiesta. Quería acaparar la atención de Nueva York. Quería un show. Capote alquiló uno de los salones del Hotel Plaza y se dedicó a preparar su fiesta de máscaras en riguroso blanco y negro en homenaje a su amiga Katherine Graham, jefa de la familia propietaria de Newsweek y The Washington Post. La fecha sería el 28 de noviembre de 1966. Durante meses pensó en el evento, y en los invitados de la lista. Debía ser exclusiva. Entendía que ser significaba pertenecer y por esta razón los elegidos sólo fueron 500: desde Frank Sinatra hasta Andy Warhol. La escritora Carson McCullers, sulfurada por no haber recibido invitación, le dijo a su primo que ella también podría

El extravagante Truman Capote cautiva 25 años después de su muerte
Los Ángeles (EEUU), 24 ago (EFE).- Padre del denominado "nuevo periodismo" en EEUU, el extravagante Truman Capote continúa cautivando 25 años después de su muerte, que se cumplen mañana, gracias a su genial obra y a una vida tan excéntrica como destructiva.
Emocionalmente inestable desde su infancia, el prestigioso escritor terminó por ser víctima de su propia afición por novelar hechos y personajes reales, un estilo que le llevó al éxito profesional pero le hundió personalmente.
Capote murió a los 59 años en Los Ángeles el 25 de agosto de 1984 después de largos episodios de abusos de drogas y depresión, un estado en el que se sumió después de tocar el techo de su carrera y ser repudiado por la alta sociedad neoyorquina a la que tanto anheló pertenecer.
Hijo de unos padres que le ningunearon, nació el 30 de septiembre de 1924 en Nueva Orleans y se crió con sus primos en Alabama.
Su nombre original, Truman Streckfus Persons, mutaría a Truman García Capote en 1935 cuando su padrastro, Joseph García Capote, aceptó adoptarlo como hijo propio.
Dos años antes, Lillie Mae, madre que le abandonó con sus parientes cuando era pequeño y se fue a vivir a Nueva York, se hizo con la custodia única del prometedor escritor, que abandonó el sur del país para mudarse a la ciudad de los rascacielos.
El cambio permitió a Capote dar el primer paso hacia su ansiado sueño de aristocracia y perseguir un trabajo en la prestigiosa revista The New Yorker, donde consiguió entrar en 1941.
Excéntrico, de particular forma de expresarse, abierta homosexualidad y gran don de gentes, Capote supo ganarse poco a poco el afecto de personalidades de la alta sociedad, quienes le abrieron la puerta de sus casas.
Tiranteces con unos colegas de profesión terminaron por forzar su salida de The New Yorker en 1944.
Libre de ataduras halló acomodo con colaboraciones en publicaciones con un público más afín a sus textos y comenzó a labrarse una fama que ya no le abandonaría.
Su primer libro saldría cuatro años más tarde, "Other Voices, Other Rooms" ("Otras voces, otros ámbitos"), en el que sacó punta a su agudo sentido de la provocación con una historia en la que un joven se enamora de un travesti.
En 1949 vería la luz "Tree of Night and Other Stories" ("Un árbol de noche y otras historias"), un compendio de relatos cortos que escribió para varias revistas y en 1951 saldría su segunda novela "The Grass Harp" ("El arpa de hierba").
Capote hizo guiones para el cine en una década muy productiva que tendría como colofón el estreno de una de sus novelas más conocidas "Breakfast at Tiffany's" ("Desayuno en Tyffany's" o "Desayuno con diamantes", 1958), popularizada posteriormente en la gran pantalla por la película homónima ganadora de dos Óscar protagonizada por Audrey Hepburn.
Un año después tendrían lugar los cruentos asesinatos de la familia Clutter en Holcomb, un pueblo de Kansas, en los que Capote vio el argumento perfecto para la que sería su obra maestra.
El escritor, acompañado por Harper Lee, su amiga de la infancia y ganadora de un Pulitzer por "To Kill a Mockingbird" ("Matar a un ruiseñor", 1960), se tomó seis años para recopilar la información sobre los sucesos de Holcomb mediante entrevistas a los vecinos de la zona que le fueron dando las pistas que necesitaba para esclarecer lo ocurrido.
Un trabajo que llamó "In Cold Blood" ("A sangre fría") y arrasó en las librerías en 1966 con una técnica literaria en la que un narrador omnisciente reconstruía los hechos del homicidio tal y como ocurrieron.
Esta forma de relatar calificada como "novela de testimonio" supuso una novedad en aquel momento y le valió el título de padre del nuevo periodismo estadounidense.
"A sangre fría" supuso la cima de su carrera profesional y el reconocimiento de la aristocracia de Manhattan que congregó en la famosa fiesta Black and White Ball, que él mismo organizó en el hotel Plaza y fue el culmen de su vida social.
Sin embargo, el incisivo escritor terminaría por ganarse la animadversión de sus amigos ricos y famosos cuando optó por publicar textos ficticios basados en personajes reales de la alta sociedad neoyorquina.
El interés por Capote recobró nuevos bríos en 2005 con el estreno del filme biográfico "Capote" por el que Philip Seymour Hoffman obtuvo el Óscar por la mejor interpretación masculina protagonista.

25 años sin Truman
Enfant terrible de las letras, forjador del nuevo periodismo y tan ácido como brillante, Truman Capote sigue siendo, a un cuarto de siglo de su muerte y 85 de su nacimiento, uno de los grandes mitos de su tiempo.
Foto: Especial
Considerado, lo mismo con envidia que con admiración, como un auténtico camaleón de los géneros literarios, Truman Streckfuss Capote era un hombre brillante, severamente neurótico y un escritor versátil, cuya obra incluye verdaderos y raros diamantes como el misceláneo Música para camaleones, libros que hicieron historia como A sangre fría (1965), novela-reportaje que entrecruzó para siempre los caminos de la ficción y el periodismo.
Arrogante, precoz, petulante, narcisista irredento y narrador incomparable, Capote (1924-1984) se hizo notar desde su infancia solitaria y difícil compartida en hogares rotos, con una madre alcohólica y suicida. Su universo literario se construyó, según propia confesión, en la soledad de aquella infancia que retrataría en su formidable novela debut Otras voces, otros ámbitos, publicada en 1948; aunque ya desde antes había publicado en la revista Mademoiselle un inquietante relato titulado Miriam, con el que obtendría el premio O’ Henry y la crítica lo descubrió.
Luego la industria editorial se pondría a sus pies y en el cine encontraría una manera de tocar las estrellas, con sus trabajos como guionista a las órdenes de John Huston o Jack Clayton y con las adaptaciones de Desayuno con diamantes (Blake Edwards la llevó al cine en 1961, convirtiendo a Audrey Hepburn en figura icónica) o bien A sangre fría, llevada al cine por Richard Brooks en 1967.
Las muchas caras de Truman
Ángel taimado –tal y como él mismo se describía al hablar de su infancia, en la que ya se había asumido completamente homosexual–, el futuro monstruo sagrado comenzó a escribir con el nombre de Truman Streckfus Persons. Pero, al cambiar su madre de marido, incorporó el apellido Capote cedido por su padrastro de origen cubano.
Joe Capote era un hombre generoso que buscó dar estabilidad al niño pero sin embargo Nina, que poseía belleza y engreimiento, se convirtió en una ebria suicida. No fue buena con Truman; ella hubiera deseado un hijo musculoso y no un mariconcito (como solía llamarlo a voces delante de la gente). Su verdadero padre fue un fracasado estafador que logró sacar provecho de su hijo en cuanto éste se volvió un escritor reconocido.
Aquella crianza infernal regresaría a Truman en su lecho de muerte. Necesitaba amor, y el que le proporcionaban sus amantes no le bastaba.
Su carrera estuvo marcada por una parábola trágica: el éxito llegó pronto y fue excesivo, por lo que la proverbial caída fue brutal.
A principios de 1970, Capote era una ya víctima del descontento general que acabaría con su vida en pocos años: el alcohol y la droga, la insatisfacción y el bloqueo le impedían volver a ser aquel joven que aprendió cuanto pudo de su primer amante, el académico Newton Arvin, y que sacaba partido de la infantil belleza de su flequillo rubio, visto en sus primeras fotos publicitarias.
Tru era burbujeante, ingenioso y mordaz y fue adoptado como mascota por la beautiful people, damas de sociedad de lo más chic a las que bautizó como sus ‘cisnes’; y a las que luego destriparía públicamente en su cruel relato La Côte Basque 1965, un fragmento explosivo de su inconclusa mágnum opus póstuma Plegarias atendidas.
Su pareja más perdurable fue Jack Dunphy, un solitario escritor que había estado casado anteriormente con una mujer y a quien no le importaba, aparentemente, que Capote fluctuase entre pasar tiempo con él y la gran vida.
En los años 60, en casa de Cecil Beaton, en Londres, conoció a la Reina Madre, quien, según todas las referencias, quedó “encantada” con él.
Su afecto más intenso estaba reservado a Barbara Babe Cushing, también conocida como Mrs. William S. Paley, que fue su mecenas, su amiga y su confidente, hasta que la traicionó.
Ahora bien, que el exceso de caviar y de champagne no estropearan su forma de escribir es algo que habla en su favor, su dedicación era de una seriedad casi flaubertiana. La necesidad de producir una obra de trascendencia lo llevaría, en noviembre de 1959, a investigar el asesinato en masa de una familia en Kansas y a producir, en el llamado “nuevo periodismo” el volumen In cold blood (A sangre fría), un curioso híbrido al que se consideró una obra maestra innovadora.
En 1966, con el pretexto de honrar a Katharine Graham, la dueña del Washington Post, Tru fue el anfitrión de un legendario baile blanco y negro, considerada la fiesta más sonada de la década en el hotel Plaza de Nueva York.
La danza de la decadencia
El Capote rey de la alta sociedad comenzó a eclipsar al escritor. Soñaba con romper su bloqueo con el éxito dudoso que le proporcionaría escribir algo tan grande como la suprema novela de Proust. Así, su En busca del tiempo perdido se iba a llamar Answered prayers, de lo cual publicó un avance en la revista Esquire en 1975. Al hacerlo provocó un escándalo, así como un espectáculo pirotécnico de indignación, horror, vilipendio y, finalmente, ostracismo. El suicidio social sería el primer paso hacia su muy acariciada autodestrucción.
La última fase de su desastrosa carrera estuvo plagada no sólo de resentimientos, sino de estúpidos actos de venganza: tipos contratados para darle una paliza en la calle, insultos y humillaciones... entraba y salía del hospital. Iba allí, lo secaban bien y, apenas unas horas después, volvía a estar ahogado en vodka. Haciendo esfuerzos sobrehumanos por recobrar su talento perdido, acabó un deslumbrante volumen de historias y bocetos llamado Music for Chameleons (Música para camaleones).
Su enemistad con Gore Vidal fue legendaria y desagradable. Gore tendría una edad de oro distinguida donde en la Truman había demasiado rencor y envidia.
Su decadencia fue horripilante: se orinaba en el suelo, yacía borracho en rincones del Studio 54 y sus grandes amigos del jet set lo habían abandonado y algunos lo trataban más con piedad que con respeto. Deseaba la muerte y creía que las semillas de su deseo se habían sembrado durante su desgraciada infancia. Quizá tenía razón.
Al morir, como huésped en casa de su leal amiga Joanne Carson, en Palm Beach, Florida, el 25 de agosto de 1984 –a menos de un mes de cumplir 60 años–, Truman había llevado una vida fascinante aunque sobrecogedora, y una de las grandes verdades que dejó su paso por este mundo es que, a pesar de concentrarse intensamente en autodestruirse, sin Truman Capote la literatura contemporánea sería mucho más pobre y aburrida.
Truman Capote: ascenso y caída
A los 25 años de su muerte, la recuperación de sus cuentos completos alienta la evocación del más polémico de los autores norteamericanos.
Un 25 de agosto de 1984, Truman Capote cerró los ojos definitivamente. Había llegado a Los Ángeles, una ciudad que detestaba, dos días antes y a ciencia cierta los médicos no supieron establecer la causa de su muerte. Era todo y nada. Le faltaba solo un mes para cumplir 60 años, pero su aspecto parecía el de un anciano decrépito, después de décadas de machacarse la integridad a golpe de adicciones, en las que no faltaba el alcohol, las drogas y los fármacos.Fue el último acto de una carrera, no exclusivamente literaria, que empezó muy pronto y de una forma fulgurante cuando a los 23 años se dio a conocer como el wonderboy de la literatura norteamericana. Años más tarde, convertido en la mascota de la beautiful people neoyorquina, más personaje que persona, la publicación de A sangre fría hizo de él una estrella. A partir de ese cénit todo fue caída.Poco eco está teniendo en Estados Unidos el 25 aniversario de la muerte del escritor, aunque en España las librerías acojan la recuperación en bolsillo de sus Cuentos completos (Quinteto / Anagrama) y la reciente edición en catalán de Retrats (Angle Editorial). Además, aquí todavía no se ha apagado el eco de la capotemanía que cristalizó hace unos pocos años en dos películas biográficas, Capote e Historia de un crimen.El lado oscuroEl cine desveló sus aspectos más oscuros, su afilada lengua que no conocía fidelidades, su capacidad para acumular un catálogo de enemistades y una hipertrófica jactancia que lo animaba a decir sin sonrojarse que la novela que, presumiblemente, ocupó sus últimos años y no llegó a terminar, Plegarias atendidas, era la respuesta norteamericana a En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, nada menos.Pero más allá de esa personalidad contradictoria y por ello fascinante –como demuestra la muy recomendable biografía de Gerald Clarke–, Capote se tomó a sí mismo muy en serio como escritor desde que a los 21 años un inquietante cuento, Miriam, despertó el interés de la crítica. Solo dos años más tarde le consagró la publicación de Otras voces, otros ámbitos, un destilado literario de su propia infancia. «Nací en Nueva Orleans y fui hijo único –escribe en el prólogo de esa novela–. Mis padres se divorciaron cuando yo tenía 4 años. Fue un divorcio muy complicado con mucho rencor por ambas partes, y esa es la razón por la que pasé gran parte de mi niñez yendo de una a otra casa de parientes en Louisiana, Misisipí, y la Alabama rural. Los libros que leí por mi cuenta tuvieron una importancia mucho mayor que mi educación oficial, que fue una pérdida de tiempo y concluyó cuando cumplí 17 años». Esa edad aparentaba más o menos en la foto que, guapo y desafiantemente ambiguo, apareció en la contraportada de la novela publicada en 1948, en unos tiempos pocos propicios para demostrar en público el orgullo gay.Capote no vivió su homosexualidad como un problema. Maestro de la seducción, era capaz de cautivar a todo el mundo, pese a su voz afectada y aflautada (no hay más que echar un vistazo a una de sus entrevistas en Youtube para comprobarlo) . De hecho, le gustaba alardear de haber ganado para la causa homosexual a heterosexuales convencidos. Fue el caso de su relación mas duradera, el escritor Jack Dunphy, casado con la bailarina Joan McCracken, que más tarde se casaría con Bob Fosse.Rigor y frivolidadLa mayor paradoja de este hombre cargado de ellas fue su voluntad de conciliar su rigurosa vocacion literaria y su fascinación por la vida frívola. En los años 60 no hay autor que chupe mas cámara televisiva que él. Se codea con las divinas Marilyn Monroe –a la que retrata entre la fascinación y el descaro– y Jackie Kennedy e intenta convertir en actriz a su hermana, Lee Radziwill. Cuando el fragmento de Plegarías atendidas en la que la retrata sin misericordia se publica en la revista Esquire, ella le dará la espalda. No fue la única.El principio del fin se sitúa en 1959, cuando Capote lee en los diarios que en un pueblecito de Texas, la familia de un prospero granjero ha sido masacrada «a sangre fría». Se traslada al pueblo y, poniendo de nuevo en marcha su infalible máquina de seducir, se gana la confianza de todos sus habitantes. También la de los asesinos. El resto es sabido. En 1966 aparece elsuperventas que le convierte en un millonario pero también le corrompe sin remedio. Con los réditos de la novela organiza la legendaria fiesta en blanco y negro del Hotel Plaza, en Nueva York. Desde el punto de vista literario, lo que vino después solo fue un excelente puñado de bocetos, pero sin la ambición del pasado. Se enquista en la depresión y el resentimiento hacia los antiguos amigos y su decadencia es sobrecogedora. Clarke, su biógrafo, sostiene que si no hubiera impedido a su amiga Joanne Carson, en cuya casa murió, que pidiera ayuda médica, posiblemente se hubiera salvado aquella mañana. Pero no, Capote quería poner el punto final.

Los retratos íntimos de Truman Capote
El mejor personaje creado por Truman Capote fue él mismo. Pequeño, rechoncho y mordaz, ejerció con pasión el oficio de escritor y con desparpajo el de una figura totalmente mediática, un socialité, amigo de Marilyn Monroe, Marlon Brando, Elizabeth Taylor y otros más, no desaprovechó nunca la oportunidad de ser el centro de atención, ya fuera por talento, sus opiniones o sus acciones.
Truman Capote nació en Nueva Orleans y comenzó a escribir a los ocho años de edad. A los 23 años publicó su primera novela Otras voces, otros ámbitos que tuvo gran éxito con la crítica y el público, y también, debido a una fotografía suya en la contraportada, que muchos calificaron de pecaminosa, significó el inicio de su notoriedad en el ámbito social. De ahí en adelante, Capote experimentó con todas las formas de escritura hasta llegar a su novela paradigmática A sangre fría, un género que él bautizaría como “la novela de no ficción”.
Capote jugó siempre con la ficción y la realidad, fue un agudo observador de la cotidianeidad y se esforzó siempre por trasladarla a la literatura en forma de cuentos, descripciones y diálogos. Su libro Música para camaleones es una colección de estos textos diversos, una obra en la que Truman Capote buscó “conseguir una prosa sencilla y limpia, como el arroyo de una montaña” y hacer del lector un testigo de una experiencia verdadera.
El libro se compone de tres secciones: la primera “Música para camaleones” es un conjunto de seis relatos cortos, un género en el que Capote se especializó desde el comienzo de su carrera. La segunda, “Ataúdes tallados a mano”, es una novela breve siguiendo el modelo de A sangre fría que narra la investigación sobre un asesino en serie. Finalmente, la tercera parte, “Conversaciones y retratos”, es un conjunto de escritos en los que Capote describe con precisión situaciones y personajes. En esta última parte está el texto “Una adorable criatura” sobre Marilyn Monroe y “Vueltas nocturnas” el cruel retrato que Capote realizó de sí mismo en el que declara: “Soy alcohólico, soy drogadicto, soy homosexual, soy un genio”, una descripción que lo persiguió hasta su muerte.
En Música para camaleones, Truman Capote intentó volver a sus orígenes: la brevedad y la descripción. Cada pieza del libro es un esfuerzo por una escritura que solamente mostrara y en la que las opiniones del narrador desaparecieran por completo para no obstruir la percepción del lector. Sin embargo, Capote se sitúa siempre en el centro de la escena y esa es la diferencia fundamental con A sangre fría, y su narrador impersonal: la presencia ineludible de quien cuenta, pero sólo como un medio para transmitir los relatos.
Este libro fue la última obra completa publicada por Capote. Por años trabajó en lo que, según él, sería su novela definitiva: Plegarias atendidas, basada en sus cartas, diarios y conversaciones con gente de la alta sociedad. Música para camaleones, dijo “es el aperitivo de lo que podemos esperar de Plegarias atendidas, todos los personajes son reales, nada es inventado”.
Los libros de Truman Capote constituyen un mosaico de la sociedad de su época. En su literatura, y particularmente en Música para camaleones, tienen cabida todos los estratos sociales, tratados por igual por la mano de un escritor que abrió los ojos, escuchó todo y afiló la pluma, sin miedo y con fervor.

sábado, 15 de agosto de 2009

Las miradas fugaces (21)


Si la memoria no me traiciona

Después de cinco años de labor en el servicio exterior dominicano, regreso a casa. En cada país donde estuve dejo amigos, muchos de los cuales se han vuelto entrañables. En mí están calles y nombres porque en cada ciudad me sentí como en mi país, aunque de regreso a la casa o al hotel, sintiera la espantosa soledad que se adueña de nosotros cada noche, después de cada recepción, cada sábado y cada domingo, cuando nos levantamos y sabemos que no estaremos en la oficina y miramos hacia un lado, posible al alcance de la mano, el teléfono casi muerto, entonces hacemos un gesto de desdén y entramos a la red a leer cuanto periódico o revista encontremos.
Ese tiempo fue más que suficiente para entender un poco más las incertidumbres que padece el ser humano, las mezquindades, los abismos en los cuales uno a veces se hunde sin darse cuenta. La vida es afán y agonía, y la distancia es como el viento, según el estribillo de la canción italiana. Fui paria y transeúnte detenido ante los escaparates mirando con asombro, invocando un gesto de ternura; quise ser juglar pero apenas fui un hombre que, para no dejarse destrozar por la nostalgia, se esclavizó ante el televisor siguiendo cada episodio en que mi equipo de béisbol favorito, los Yanquis de Nueva York, caía o salía airoso. Confieso que algunas eventualidades anímicas me impidieron concentrarse, como debía ser, en mi labor intelectual. Mañanas enteras pasé frente al computador, abierto en Word, sin encontrar la palabra adecuada. Cada texto es una mirada y cada mirada un paisaje.
Amigos y amigas que conocí y traté durante ese breve ejercicio, les prometo no olvidar porque olvidar es traición y crimen. De manera permanente estarán vivos en mis afectos, si la memoria me lo permite.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Las miradas fugaces (20)






Lucecita Benitez

La extraordinaria cantante puertorriqueña, recibió hace pocos momentos el permiso para residir de manera permanente en esta media isla privilegiada por la naturaleza y desgraciada por la voluntad de los hombres.
De esta manera la magnífica intérprete de la Nueva Ola se une a Julio Iglesia y a Danny Rivera, quienes hace ya tiempo residen en nuestro país.
La información me alegra, pues soy fans de Lucecita, que junto a Chucho Avellanet y la inolvidable Carmita Jiménez, conforma el trío de mayor calidad en la historia de la música portorriqueña.
De ella amo su vozarrón bien administrado y su ética profesional, y es capaz de enloquecer a cualquiera cuando interpreta esos boleros inolvidables. De doña Carmita admiré siempre su temperamento tierno y apacible, y considero que Chucho, aún después de los 60 años, conserva la voz magnífica transmitiendo sentimientos como solo las estrellas como él pueden hacerlo.
Recibo con júbilo la información y celebro su presencia entre nosotros.

martes, 4 de agosto de 2009

Las miradas fugaces (19)

Entre Managua y Villa Juana
Luna que se quiebra sobre las tinieblas
de mi soledad...

Managua es un horno y un espejo en el que se reflejan las máscaras del júbilo. Hermosas muchachas pasan sonrientes, cuerpos enfundados en esos vaqueros que bien merecen, de parte de las féminas, un monumento, porque disimulan tanto como muestran y recogen.
Ya es de noche y aun estoy en esta ciudad caliente, donde flora y fauna son únicas, y se baila y se bebe como en toda liturgia pagana; pero realmente estoy allá, en Villa Juana, el barrio donde crecí.
Recuerdo una muchacha, una cabellera y una bachata próxima que nunca me ha entusiasmado. Evoco aquellos labios y mis dedos en el bosque fragante del cabello, interrumpiendo esa mansedumbre, ahí donde la noche es bronca y el día peligroso como dijo el inmortal René del Risco Bermúdez cuando, a mis quince años, requerí su mecenazgo y él correspondió con esa sonrisa tan suya con que solía entender las cosas.
Camino por las calles estrechas donde se juega dominó y se bebe. Veo las luces débiles bajo una lluvia pertinaz y me detengo bajo algún alero. Es demasiado triste la manera en que cae esta lluvia, que aquí jamás ha cesado. Oigo los pasos de mi madre en la cocina. Se ha despertado muy temprano para preparar el desayuno, mientras tintinean los utensilios de cocina, y el aroma enloquecedor del café fresco y embriagante inunda la casa, poco antes de que empiece el programa México en la canción, porque mi amiga y excelente locutora Luisa María Martínez ya ha dado la hora y empiezan a oírse los violines del mariachi. En la Voz del Trópico siempre es ayer, y a cada instante lo compruebo.
Pero es tarde aquí. Managua es pura locura bajo la lluvia y hoy han desfilado por las céntricas calles los más hermosos ejemplares de caballería. Yo los veo, aunque realmente estoy ausente. Cruzo ahora una calle de la zona norte de mi ciudad capital. Hay pelotas de béisbol rebotando de las paredes. Hay caballitos de plástico compitiendo en el agua de los acantilados, y es que a pocas cuadras está el Perla Antillana, el memorable hipódromo de Pedrito y Dicayagua, cuya estatua es el más alto monumento ecuestre levantado a ejemplar alguno.
Todavía estamos en la pubertad o vamos entrando a una adolescencia que marcará nuestras vidas.
Somos los muchachos del barrio y aun desconocemos lo que nos guarda el destino. Somos ingenuos y parecemos pendejos.
Apenas el tiempo, si es que pasa, podrá decir o revelar esas magias que atribuimos al destino.
Este sábado es la fiesta hípica, tradición de primer orden entre los pinoleros. Me lo dice la piel. Me lo repite el viento y hasta quienes pasan bachateando. Ellos también tienen sus obsesiones, sus secretos, sus problemas íntimos. Algunos toman pastillas para conciliar el sueño, se afeitan y se sientan correctamente a la mesa. Uno es mucho, y dos es multitud, dicen.
Mientras, yo sigo aquí porque de allá nunca he salido. Sigo cantando, soñando, escribiendo, muriendo a cada instante. Vuelvo a oír la voz de mi madre y a sentir los olores de los alimentos que prepara amorosamente.
Pienso en el colibrí y en las libélulas (caballitos del diablo), en las mariposas y en los algarrobos, en las mascotas que tuve y en lo que no tuve. Y toda distancia disminuye. Es día de Reyes y amanece, me levanto y busco debajo de la cama donde, ilusionado, la noche anterior puse un recipiente con agua y un par de cigarrillos negros, y ahí está el juguete que siempre tuve, lo recojo y se lo enseño a madre. Ella me mira con esa húmeda tristeza que siempre hubo en sus ojos.
Hoy es ayer, y jamás ha pasado.
" Luna que se quiebra sobre las tinieblas
de mi soledad..."