miércoles, 6 de mayo de 2009

Las miradas fugaces (18)

Las flores oscuras

de Nadia Anjuman



Nadia Anjuman, una bella mujer y una magnífica poeta afgana, fue asesinada a palos por su marido, allá en las oscuridades decimonónicas y malditas donde la opresión en contra de la mujer es más que criminal. Entraba ella a la plenitud de la juventud.
Llamarle bestia a quien asesinó a la madre de su hijo de cinco meses de edad sería ofender a los animales. El pecado de Nadia Anjuman fue simplemente haber leído a algunos autores occidentales, como Shakespeare o Dostovyeski, escritores supuestamente malditos.
En ese mismo Afganistán hace poco que Shakira desató todos los demonios del mundo simplemente porque “enseñó demasiado piel”, y una televisora fue amonestada debido a que se atrevió a transmitir algunas de las imágenes de la efervescente colombiana, aun cuando en sus bailes se evocan las danzas árabes. Entonces alguien escribió que el mundo estaba arrodillado ante las caderas de la atractiva artista.
En esa totalidad donde todos los mundos se encuentran, con el perdón slogan del centro de arte santiagués, he encontrado un poema de Nadia Anjuman, un texto muy breve pero de una gran transparencia, que reproduzco a continuación.

Una poema de Nadia Anjoman

traduccion de Andres Alfaro

No tengo ganas de abrir la boca
¿De qué debo cantar?
Yo, quien está odiado por la vida,
No hay diferencia de cantar o no cantar.
¿Por qué debo hablar de la dulzura?
Cuando siento yo tanta amargura.
Oh, el festín del opresor
Me tocó la boca.
No tengo ni un compañero en esta vida
¿Para quién puedo estar dulce?
No hay diferencia de hablar, reír, Morir, ser.
Yo con mi soledad agotada
Con dolor y tristeza.
Nací para nada.
La boca se debe precintar.
Oh mi corazón, ya sabes que es la primavera
Y el momento para celebrar.
¿Qué debo hacer con un ala atrapado?
Que no me deja volar.
He estado callada por demasiado tiempo
Pero nunca me olvido la melodía,
Porque cada momento cuchicheo yo
Las canciones de mi corazón
Que me acuerdan del
Día que voy a romper la jaula.
Volar de esta soledad
Y cantar como un melancólico.
No soy un débil árbol de álamo
Que cualquier viento va a sacudir.
Soy una mujer afgana,
Así que sólo tiene sentido para gemir.
Este breve poema dice más que todos los libros de historia y de ensayos que puedan escribirse tratando aquella verguenza.
Nadia Anjuman estaba próximo a cumplir veinticinco años cuando fue salvajemente asesinada.

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