martes, 5 de enero de 2010

Sus ojos se cerraron, y el mundo sigue andando...


Sus ojos se cerraron, y el mundo sigue andando…

El maldito cigarrillo lo ha matado. El azaroso tabaco que cumple lo que promete: dolor y muerte.
Si digo Roberto Sánchez es posible que muchos no se den cuenta del ejemplar a quien me refiero aun en este momento.
Pero si digo Sandro todos sabrán que me refiero a Sandro, el único, el que dedicó su vida a cantarle al amor.
Y sucede que desgraciadamente se ha ido el muchacho de América, uno de los mayores ídolos de los últimos 50 años.
Se fue cuando nosotros, sus seguidores, pensábamos que todo iba bien y tendríamos nuevamente oportunidad de verlo.
Él, que tanto se contorneaba a lo Elvis; que siempre tuvo una sonrisa para todo el mundo, ya no volverá a los escenarios ni tendremos esperanza de volver a verlo.
Sandro fue un poeta que, a sus 64 años, mantuvo la calidez, el furor y hasta la ternura de sus simpatizantes en todos los países del continente.
Fue un ser muy querido, respetado y admirado.
Su talento no tenía fronteras porque él tuvo la maestría de acomodar su voz a cada ritmo y a cada canción.
Sandro muere convertido en mito y son millares los que en este momento, bajo el sol abrasador del verano austral, hacen filas para entrar al palacio del Congreso Nacional de Argentino, donde están siendo velados los restos mortales de este hombre excepcional que cantó en nombre y para todos los enamorados del mundo.
En sus interpretaciones la poesía se volvió más grande porque no hubo cursilería en sus canciones. La noche / se aferró a tu pelo / y el mar se sintió celoso / y quiso en tus ojos estar también…
Cuando Sandro estaba en su mayor esplendor, hace ya 40 años, yo era apenas un adolescente que recién se había hecho locutor de radio y, como tal, debutaba en la antigua Radio Reloj (Emisoras Unidas), 950 khz., hoy Radio Popular, bajo la tutela del doctor Pedro Julio Santana, un sabio con un corazón inmenso y generoso que me abrió las puertas de su emisora aunque no tenía yo los 18 años requeridos por la ley para desempeñar esas labores.
En ese tiempo mi amigo del alma, el locutor Napoleón Beras Prats, tenía un programa diario con las canciones de Sandro; se llamaba algo así como Los éxitos de Sandro. Cada jueves me correspondía hacer ese programa porque entonces Napoleón Beras empezaba su notable carrera como animador presentando las veladas de lucha libre desde el parque Eugenio María de Hostos. Entonces yo era el locutor sustituto, y en ese tiempo aprendí a escuchar a Sandro y a disfrutar la poesía de sus canciones, hasta el sol de hoy, cuando el mundo lo llora y, estupefacto, contemplo en CNN, en Primer Impacto o en Al Rojo Vivo escenas de verdadero dolor. Muchas de sus nenas se han desmayado desde que se hizo saber el deceso y algunas han sido hospitalizadas. Mujeres jóvenes y de la tercera y hasta cuarta edad, hombres jóvenes y viejos de todas las nacionalidades cantan a coro sus canciones y exhiben la fotografía del ídolo.
Roberto Sánchez ha muerto, pero no Sandro.
Porque Sandro es el mito construido por el talento de Roberto Sánchez.
Ya extrañamos su baile, la gula que ponía en todo y las ganas inmensas e incalificables de vivir que tenía.
Ahora Sandro pasa a ser leyenda.
Vivirá en eso que llamamos eternidad. Y eternidad fue la palabra que él utilizó para definir a la muerte; No quiero que me lloren / cuando me vaya a la eternidad…
De modo que la eternidad de Sandro llegó ayer, epifanía de los Reyes Magos.
Pero el mito se queda para siempre, aunque Sandro ha muerto porque lo mató el maldito cigarrillo.

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