miércoles, 8 de julio de 2009

La muerte en el combate (1972)

Reproduzco, intacto, mi texto de juventud La muerte en el combate, opúsculo con el que realmente empieza mi vida de escritor, a los 17 años, y que fue publicado por la Editora Cultural Dominicana.

La muerte en el combate

Siempre será dulce la muerte en el combate,
morir con los ojos abiertos
caer como hojarasca entre un grupo de camaradas,
siempre sera dulce morir de tarde,
frente al mar
oyendo los tambores del combate.

Esta ciudad fue centro, principio y fin
de la jornada.
Escenario de los combates nocturnos,
de las matanzas, de los malos entrendidos,
de las rafagas quebrando ramas en los aalmendros.
Los dias transcurrian lentos como paloma
de alas rotas
sobre la multitud,
nos conocimos una mañana de marzo,
realmente gris y fastidiosa.

Tocamos tambores y sirena,
y el fuego se hizo orden, vigencia y permanencia.
cortamos espigas y corrimos levantando banderas,
disparando.

Yo no violé tu cuerpo,
nadie hubiera logrado tocarnos
nadie tuvo tu estatura
a no ser que yo tuve entre las manos
la mansedumbre de tus cabellos.

Entonces no hubieramos ido al combate,
no moririamos junto a los demas,
ni estaría contandote esta historia
sucedida en un país amargo.

Yo no estaría mirándote fijamente
a los ojos.
Contornos de árboles y de espigas
fuimos,
de puertas entreabiertas,
caminantes perdidos en el absurdo de la
noche,
amantes del mar y las gaviotas
ruídos de fusiles fuimos ,
conocedores del plomo y de pólvora.
Músicos, comerciantes, poetas.

En esta ciudad nos conocimos,
tocamos el cuerpo de los muertos y
los pájaros
y morimos apretujados en multitudes.
El mundo entero crecía entre nosotros
y en nosotros, el corazón de las gaviotas.
Luego la voz de la guerra apareció
rompiendo los cristales,
y estuvimos allí, entre las ametralladoras,
defraudados en aquel mundo agridulce como la vida.
Y estuvimos viviendo el exterminio
arrancando de cada árbol una hoja
y presentando cartas a la muerte...
Las cenizas de nuestros muertos
permanecen en nosotros .

El humo chamuscaba las paredes,
dejaba cierta amargura en la mirada.
No hemos olvidado los combates que
libramos en las madrugas de marzo,
las vidrieras rotas,
el fuego quemando las manos del combatiente
como arcilla recién sacada del horno.

Levántese, comandante, con su silencio nos aflige.
No venimos de la noche,
estuvimos junto a usted
en medio del espanto y las balas,
cuando la muerte rondaba la ciudad
y las ametralladoras cantaban
en los días de un verano
caluroso y gris.
Debe recordarlo comandante,
éramos pequeños y delgados
en aquella ardiente estancia
de palabras muertas,
donde los muertos y los vivos eran iguales
y la esperanza alegró por un momento
el corazón de nosotros : su corazón
comandante
ahora abrevia sus latidos
que no le alcanzan para levantar la voz.
Avancen, muchachos ...avancen
tenemos que tomar la ciudad
Felo esta herido.
Los crepúsculos eran lentos como días.
Ciudad nueva, era grande y triste
y el mar crecía en el corazón de las
muchachas.

¿Cómo olvidar la guerra en la que tantos calleron,
las matanzas, las explosiones,
el fuego quemando los cabellos,
los compañeros sin enterrar?
No había tiempo.
No había tiempo para detenerse
a contemplar las mujeres de rostros
indiferentres.
No había tiempo comandante
cuando su voz cansada ordenaba disparar
sólo se veían la bocas de los fusiles
en los callejones,
alguien gritaba: no disparen ...no disparen.
Entonces sabíamos que allí había uno
de nosotros, atrincherado...
Debe recordarlo comandante, los días
sin comida...avanzando ...
tomando metro a metro la ciudad...
las noches de lluvia...las amenazas del enemigo
los invasores muertos...
Ahora le parecerán extrañas estas cosas.
y si cuando llegue a su morada, comandante,
encuentra alguien más justo que nosotros
pida paz para esta tierra...
cuéntele de esta lucha sangrienta y agria
de sus hombres, de sus obreros,
de las pobres y tristes lavanderas
resuma la historia,
cuéntele de nosotros, comandante
y diremos presente.

Comandante, usted con su silencio nos aflige,
tome su bastón para decir presente.


Radhamés Reyes-Vásquez
Santo Domingo, marzo de 1972

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