sábado, 15 de agosto de 2009

Las miradas fugaces (21)


Si la memoria no me traiciona

Después de cinco años de labor en el servicio exterior dominicano, regreso a casa. En cada país donde estuve dejo amigos, muchos de los cuales se han vuelto entrañables. En mí están calles y nombres porque en cada ciudad me sentí como en mi país, aunque de regreso a la casa o al hotel, sintiera la espantosa soledad que se adueña de nosotros cada noche, después de cada recepción, cada sábado y cada domingo, cuando nos levantamos y sabemos que no estaremos en la oficina y miramos hacia un lado, posible al alcance de la mano, el teléfono casi muerto, entonces hacemos un gesto de desdén y entramos a la red a leer cuanto periódico o revista encontremos.
Ese tiempo fue más que suficiente para entender un poco más las incertidumbres que padece el ser humano, las mezquindades, los abismos en los cuales uno a veces se hunde sin darse cuenta. La vida es afán y agonía, y la distancia es como el viento, según el estribillo de la canción italiana. Fui paria y transeúnte detenido ante los escaparates mirando con asombro, invocando un gesto de ternura; quise ser juglar pero apenas fui un hombre que, para no dejarse destrozar por la nostalgia, se esclavizó ante el televisor siguiendo cada episodio en que mi equipo de béisbol favorito, los Yanquis de Nueva York, caía o salía airoso. Confieso que algunas eventualidades anímicas me impidieron concentrarse, como debía ser, en mi labor intelectual. Mañanas enteras pasé frente al computador, abierto en Word, sin encontrar la palabra adecuada. Cada texto es una mirada y cada mirada un paisaje.
Amigos y amigas que conocí y traté durante ese breve ejercicio, les prometo no olvidar porque olvidar es traición y crimen. De manera permanente estarán vivos en mis afectos, si la memoria me lo permite.

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