viernes, 27 de noviembre de 2009

Las miradas fugaces (26)

Otra vez Nicaragua

Desde el balcón en que te has instalado para ver la noche de noviembre observas a Managua, tan encendida como un arbolito de Navidad, y te distraes. Tienes sobre las piernas el ordenador portátil, y a tu lado una pequeña mesita sobre la que has colocado cuidadosamente varios libros de J. M. Coetzee y otros de J. M. G. Le Clézio, dos pesos pesados de la literatura de excelencias, la que reinventa el leguaje y apresa al lector.
Piensas demasiado y cada vez que abres uno de esos libros sientes que la página te invade y sus mundos también. Ambos autores prefieren narrar sus textos en presente y a ti te encanta esa manera de escribir. Es de las cosas que te convirtieron en ciego fanático de Faulkner desde que cayó en tus manos Mientras agonizo o Luz de agosto, pero no sucedió lo mismo con Santuario ni con Banderas sobre el polvo.
Lees y relees los párrafos que has subrayado y siempre vuelves a descubrir esa prosa fresca y a veces no tan diáfana, pero siempre reveladora. Y te abismas en ti mismo, en ese enigma y hasta en los frondosos descuidos de Faulkner.
Tal vez es porque estás lejos, solo y lejos, y el tiempo es más espeso, y la noche es más clara y mayores las angustias. Pero sucede que ya no hay noche en ti, poco más de diez años que no habitas esa porción de tiempo que tanto amabas y ya muy pocas copas apenas en la intimidad de tu hogar. Te controla el niño y el Crestor 2.5, y el Tritace 2.5,y el reumatismo, los analgésicos y las promesas de amor, y te estremeces cuando el cardiólogo lee los resultados de los últimos análisis y te mira por encima de los espejuelos. Ya si me jodí, te dices cuando el doctor vuelve a dispararte esa mirada escrutadora que dice más que todas las palabras.
Sucede que nadie sabe realmente cuándo ni cómo van a ser sus tiempos finales, los últimos instantes de una vida que quién sabe si…Además estás en Managua y aquí te pueden joder si quieres inventar. Entonces prefieres ver la sonrisa de las muchachas que entran y salen de las plazas o a las gasolineras, esclavizarte con un libro en la mano o frente a la pantalla chica. Sí, porque puedes fracasar si te descuidas, si olvidas pueden machetearte y joderte sin apelación alguna.
Es mejor quedarse en su balcón, y recordar; tomar notas y volver a recordar, contemplar el cielo limpio, tararear algo y seguir recordando. Estás en un istmo, en el estrecho dudoso cuya gente tanto admiras. Y te conmueve esa tristeza milenaria que reflejan sus ojos, esa íntima conciencia de fracaso que también se apodera de ti muchas veces.
Es que nuevamente estás en Managua, la noche es más espesa y las ausencias se sienten.
No hay vuelta atrás, es mejor seguir leyendo a Coetzee o a Le Clézio para no perder las ilusiones, y dejar este balcón antes que te pesque un resfriado.

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