viernes, 6 de febrero de 2009

Estos días tan fríos!

Britney Spears
Ingrid Betancourt


Catherine Millet











Desde hace varios días eso que los meteorólogos llaman frente frío está pasando por mi país y, en este mismo momento, como si no sucediera absolutamente nada, la oficina nacional de meteorología anuncia que se mantendrán durante todo el fin de semana la baja temperatura y los fuertes vientos.
Las calles lucen limpias y no es necesario encender los aparatos de aire acondicionado a no ser para que el rumor que producen en la habitación sirva de bloqueo para cualquier ruido exterior. Pero la naturaleza suele cobrarse las deudas con altísimos intereses.
Como consecuencia de nuestro clima tropical, los isleños somos a veces renuentes a las bajas temperaturas y hasta pueden bastarnos unos no muy pocos grados para abrir los closets y extraer, con mano trémula, el suéter cuello tortuga o la pieza que va a protegernos de cualquier eventual resfriado. Yo mismo, como fumador que fui durante muchos años, vivo protegiéndome, tratando de esquivar éstos vientos, los que ahora zumban como sirenas y remueven las losetas con flores que hay en una de las ventanas del estudio donde leo y escribo, sueño y me miro cara a cara con la terrible realidad, solo para que a primera hora de cada mañana venga puntual el colibrí que espío y me recuerda que la vida no es una tragedia.
Durante muchos años mi vida fue una fiesta permanente en las continuas noches del piano bar y de una bohemia que casi a diario empezaba al anochecer y concluía en los amaneceres de sol terrible, el rostro cubierto por el vaho de las vísceras ardientes y el apestoso cigarrillo trémulo colgando de los labios como un clavo de ataúd o una sentencia de muerte.
Esos años han pasado felizmente, y cuando los recuerdo me lleno de preguntas que alguna vez no quise contestar y que no por eso han dejado de atormentarme.
Ahora me basta el vuelo breve del colibrí y la sonrisa de un niño o la mirada grácil de una muchacha, o de las ninfómanas y las adúlteras que pasan bajo mi balcón, se percatan de mi presencia y sonríen como si fuésemos cómplices de algo furtivo.
Esa ventaja encuentro en estos aires que van armando fiesta entre los árboles y júbilo entre las faldas y las blusas; hacen que uno se recluya por temor al resfriado o a la eventual violencia de las calles cuando están demasiado despobladas. Así cada cosa en su lugar. Los automóviles bien aparcados y protegidos, la música a bajo volumen y -¡ punzante, criminalmente punzante!- el recuerdo de un rostro, una piel, una voz que se oye todavía, un deseo que se niega a morir, tiempos que retornan porque son circulares como la vida misma.
Uno se conecta a la red y se entera con tristeza de las últimas andanzas de Britney Spears mediante la información suministrada por Radio Televisión Española porque en el estudio el televisor está encendido a bajo volumen. Uno estira el brazo, sobre la piel se refleja un rayo rojizo y amarillo porque así el ocaso es, y como por azar, la mano alcanza un libro delgado pero intenso: La vida sexual de Catherine M., esas memorias sexuales de alguien que ha fornicado con cientos y cientos de hombres y mujeres y cuya protagonista es nada más y nada menos que una respetable intelectual francesa que tan mal leída ha sido.
Cuando miro hacia un lado me encuentro con la fotografía de la valiente y graciosa Ingrid Betancourt en bikini y el titular preguntando si es cierto que ya ella tiene nuevo amor; hasta se puede envidiar a aquel en cuyo regazo se anida tan inteligente mujer. Y así pasa la vida, mientras la tarde sigue convirtiéndose en noche y uno se siente depositario de muchas cosas realmente importantes.Y como para consagrar todo cuanto he dicho, he visto y he tocado, está viva sobre el escritorio, junto a la lap top, pero medio perdida entre la masa de diccionarios de la Real Academia unos, otros de sinónimos y antónimos, que son las armas del escritor que serio se considera en su oficio, encuentro y levanto esta copa de vino tinto que ha de consagrar –repito- todo cuanto he dicho y me recuerda que todo colibrí es una flor que vuela y jamás se posa.

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