lunes, 8 de diciembre de 2008

Antologías (1)


Radhamés Reyes-Vásquez. Nació en Monte Plata. Poeta y ensayista. Obtuvo el Premio de Poesía Biblioteca Nacional 1985 por Las memorias de] deseo; y en dos ocasiones el Premio Nacional de Poesía: en 1993 por Si puedes tú con Dios hablar, y en 1997 con Boutique de la memoria. Ha publicado los libros de poemas El imperio del grito (1969), La muerte en el combate (1973), El ángel caído a los infiernos (1973), Sobre el tiempo presente (1975), Antipoemas: textos 1975 (1975) Las memorias del deseo (1985), El nombre del amor (1988), Si puedes tú con Dios hablar (1992), El hombre deshabitado (1998), boutique de la memoria (1999). Publicó tam­bién el libro de ensayos El bolero: memoria histórica del corazón (1994) y
Parece que fue ayer (memorias, 2000).





CIUDAD INHABITABLE




Habito esta ciudad y siento que mi vida se disuelve en un grano de anís.
La recorro con mis ojos.

Sólo hallo transeúntes pálidos y pensativos,
autos veloces, muchachas de piel reseca y pantorrillas doradas.
La ciudad es un hechizo de manos y bromelias,
olores y frutas de pulpa indecible.
Habito esta ciudad como se habita un cuerpo,

como se huye de un espejo inaccesible donde el tacto recuerda

un labio trasnochado,
y toca en la memoria lo fugaz que parpadea,

la ciega mansedumbre del crepúsculo.
Vivir es ir deshaciéndose en los días y dejar la sombra
sobre una leve cascada de nuez,
despoblarse avergonzado en los espejos
y en residuo de las horas mirar el lagarto sobre el cactus
terriblemente atado a su destino,
la tarde ocultándose en la aridez de los bejucos.
En tu presencia que me llena los ojos de resinas

y mariposas fúlgidas

que me hace recordarme en aguas y nenúfares,
en lo lívido de piedras jubilosas que transmigran
de lo inefable a lo común.
Aquí estoy vinculado a la materia que en grito es natural,
a la vida que es un árbol de laboriosa estirpe,
una lámpara de inagotable parpadeo.
Atado estoy a los espejos abisales de la nocturnidad.
Nada fluye si no el tiempo asido a la materia

porque voy buscándome sin término en lo preciso de la luz,

construyéndome otra vez en una hoja de trébol

o en lo permanente de mi voz.
No son los días sino yo mismo quien transcurre,

quien palpa la marea y se precipita perpetuándose.

El instante es una sed y una vigilia, un manantial de zumbido
y edades.
En los orígenes del vivir gozoso, perfeccionándose,

la muerte se dilata, el Uno diverso de la carne.
Lo eterno se aleja y se aproxima cuando llueve y un tacto
traza sus itinerarios en la piel.
El tiempo que somos no aparece en el verbo que
pronuncias.



(Tomado del libro La ciudad en nosotros, la ciudad en la poesía dominicana.
Selección, Notas y Prólogo de Soledad Alvarez.
Publicación de la Secretaria de Estado de Cultura.)

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