lunes, 8 de diciembre de 2008

De Antologías (2) El crepúsculo de Ezra Pound


Reyes-Vásquez en su antiguo Despacho de la Embajada
de la República Dominicana en Costa Rica
RADHAMÉS REYES VÁSQUEZ


Nació en Monte Plata el 9 de diciembre. Pertenece a la Generación de Postguerra. Ha publicado varios libros de poesías que lo sitúan en un puesto especial en el panorama de nuestra literatura, por la ductibilidad de su acento, que despliega con naturalidad una gama de inquietudes entre las que se hallan la antipoesía, y un verso cincelado a la manera de Luis Cernuda, siempre mirando hacia el ideal de la poesía inglesa. De ahí el acierto de su poema más importante de sus inicios, «El crepúsculo de Ezra Pound». Obtiene en 1985 el Premio Biblioteca Nacional de Poesía con Las memorias del deseo, y en 1986 el Premio Anual de Poesía. Realiza una abundante labor periodística en diferentes órganos del país.

OBRAS PUBLICADAS:
La muerte en el combate (1973), Sobre el tiempo presente (1974), Las memorias del deseo (1985), Si puedes tú con Dios hablar (1992), El bolero, memoria histórica del corazón (1994).





EL CREPÚSCULO DE EZRA POUND

He aquí la patria que nunca conoció.
He aquí los matorrales, las montañas,
El riachuelo dividiendo caminos,
los ojos perdidos en inmensa polvareda,
la dura piedra y la mirada gris.

Usted no puede irse,
no puede marcharse tan callado
como pájaro que abandona la rama
de tanto esperar.

Ezra Pound,
burgués,
traidor,
amigo mío,
alguien ha cortado su canosa barba.

Ahora tiene suficiente paz.
No puede ver los crepúsculos caer
desde algún asiento del parque,
no puede confundirse entre las gentes,
ni dejar el corazón en una esquina.

Gesticule.
El mar es azul aun sin su presencia.
Avance y calle.
Demasiado se habla de usted en los periódicos.

Muera interminablemente.

No se juega con los pájaros si necesitan libertad.

He aquí la voz del viento
trepando paredes y derribando cocoteros,
las manos húmedas sobre las piernas y
el corazón callado.
Ezra Pound,
multifacético;
de pequeños ojos luminosos
siempre mirando para el mar.
Aquí están las lavanderas,
los insatisfechos, los recién casados.

Viejo caminante, amigo mío, no estreché su mano.

No deje su bandera en esta tierra,
no deje su chaqueta.
Un pueblo que no es el suyo pregunta por usted:

¿Por cuáles caminos andará?
¿Cuál pájaro impide el crecimiento de la flor?

Apenas divisamos el sol entre la niebla
y yo temo a su voz en las soledades.
Vamos pisando hojas por un camino largo,


celebrando la llegada de la tarde


con un crepúsculo gris en la floresta.


Y usted no puede compartirlo.

Nos acercamos un poco más hacia la muerte.

Traté de conocerle y de que me entendiera.
Como hojas rodaron mis palabras


sin que tocaran sus oídos.
Estuve en su país y usted no estaba allí.

¿En cuál ciudad estaría perdido?
¿Cuáles palomas verían sus ojos?

Suicídese en su morada
lento caminante de la tarde,
estatua de hondos ojos debajo de la tierra.

Que allá llegue el viento y desorganice sus cabellos.
Allá lleguen los burgueses y los pobres,
los injustos, los afligidos de corazón,
los desvalidos y los desamparados.
(Que su nombre quede sobre usted, Ezra Pound.)

Maldiga la vida que amamos,
el licor que despreciamos,
maldiga a los pueblos que odian.


Maldiga a los indiferentes,
maldiga a los usureros.
Los que quedamos se lo pedimos.

Su cuerpo se hace más delgado,
la lluvia empaña sus músculos,
la pradera es verde y bella.

Solamente estuvo de pasada en esta tierra,


siga su camino
de madrugada y de tarde, extraño extranjero
de hermanos sin gracia y sin conciencia.

Los árboles y los niños
aún siguen creciendo.

Tomemos una cerveza, Ezra Pound, extiéndame su mano,
miremos el crepúsculo,
vayamos a otro lugar para esperar
la muerte verdadera.

Yo le vi pasar por esta esquina.
Con sus cabellos de árbol, triste
y mortecina mirada en ojos de lagartijo inofensivo.

Ya no le miran asombrados los amantes,
ni Venecia se acuesta con las palomas
delante de sus ojos.

¿Qué será de usted, Ezra Pound,
introvertido,
fascista,
poeta...?
De blanca, canosa barba y límpida piel.
El día se le acuesta en las paredes
y le sorprende en los aleros con una multitud de recuerdos.

No tema.
Millares de razas y apellidos
se confunden en su pueblo.
No derrame sus lágrimas.
Usted será polvo gris, amarillento,
palabra inquisitiva, eterna quietud en su ladera,
crepúsculo muriendo sobre el parque.

Y no vendrá el olvido.
¡No vendrá la muerte verdadera...!




(Tomado de la obra Dos siglos de Literatura Dominicana.
Selección, prólogo y notas de Manuel Rueda.
Colección sesquicentenario de la Independencia Nacional.)










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