lunes, 8 de diciembre de 2008

Radhamés Reyes-Vásquez Premio Centenario Joaquin Balaguer


Reyes-Vásquez recibe el Premio Centenario Joaquin Balaguer
de manos de Don Rafael Bello Andino
Palabras pronunciadas por Radhamés Reyes -Vásquez

en el acto de aceptación del Premio Joaquín Balaguer



En esta hora crepuscular, cuando el rosicler de los cielos y la tarde se confunden como si se hubiesen propuesto compactar en la memoria los hechos de las últi­mas décadas y la relación con sus protagonistas, conmueve profundamente recibir con mano trémula este premio con­vocado para resaltar los aportes que al país y a la democra­cia hizo el doctor Joaquín Balaguer, uno de los más ilustres dominicanos de todos los tiempos, piedra angular en la re­construcción de la República moderna, la que fue levantada después del derrumbe de la satrapía, cuando el protagonista de la Historia no era el hombre sino el futuro.
En esta casa que fue el templo de nuestro prócer moder­no, se puede afirmar que los tiempos en los que a éste le co­rrespondió gobernar son realmente incalificables. Cuando ya estén apaciguadas las pasiones y las sinrazones, no sólo ha­blarán los contemporáneos, sino los muros que, por iniciativa del presidente Balaguer, fueron edificados y sirvieron de pla­taforma a la reinvención de la democracia dominicana.
Quien intente calificar a este gladiador tan manso, pero tan feroz cuando defendía sus convicciones, tendrá que in­ventar las palabras como él inventó los procedimientos y el clima indispensable para legarnos un país con un verdadero crecimiento en todas las vertientes. Pero más que un país Balaguer nos entregó una nación y una patria bien definidas. Basta pensar y comprender la realidad sobre la que edificó a la República y detenernos en el país que nos legó. Sobre las cenizas cálidas de la destrucción y sobre la sangre caliente de héroes y aventureros, fue redefinida la nación a pesar de tantas adversidades, tanta ceguera política, tanto fanatismo y tantos extremismos desbocados.
El destino puso en las manos firmes de este hombre tan calumniado excepcionales responsabilidades que difícil­mente otro hubiese podido asumir con éxito. Sólo a Dios y a la Virgen de la Altagracia este país les ha pedido más que a Balaguer. Fue su temple, su integridad, su consagración, su superioridad sobre los hombres de su tiempo y sobre sus adversarios. Se confesó fervoroso creyente del destino y, aun consciente de los peligros y las adversidades, se dejó bañar sin naufragar por la ola de los tiempos, las murmuracio­nes y las eventualidades. Balaguer es la más actual y lúci­da de nuestras instituciones y se definió como "instrumento del destino". No fue rencoroso ni soberbio, se instaló en su tiempo y allí vivió, siempre sobre ascuas o brasas ardientes, pero jamás utilizó el denuedo como arma para su defensa. Cuando nadie creía en el destino dominicano, construyó un país y una democracia, y, de tan firmes que fueron sus con­vicciones, cambió con su obra la manera de vivir, y hasta de pensar, del grueso de los dominicanos.
Pero no todos los mortales logran ser insertados en esa circunstancia siempre cambiante que constituye la actuali­dad permanente. Ejemplo de mesura y de sobriedad, Joa­quín Balaguer fue como el día: una totalidad que contiene el amanecer y el mediodía, pero también la noche. Hizo menos pobre al pobre y habló en parábolas, pero sobre todo con hechos. No hipotecó al país ni debilitó a la moneda nacional. No fue accionista más que de la patria a la que nunca pasó factura, no tuvo empresas ni cuentas de banco, no dejó bie­nes materiales ni más riqueza que sus realizaciones y su pen­samiento. No fue un Dios ni quiso serlo, pero sí un patriarca fraguado en la eternidad del mármol y en la dominicanidad innegociable; no fue eterno pero sí inmortal, y por eso es nuestro mito más moderno y nuestro único enigma; su magia no ha muerto y se mantiene en sentido ascendente.
Este que ahora celebramos en el templo que fue su casa es un acto de fe y de recordación, más que de reconocimiento a sus aportes tan fundadores. Y si, como escribió Ortega y Gasset, un hombre se define mejor por sus ilusiones, entonces la verdadera estatura del hombre es la medida de su sueño.
En nombre de todos los participantes en el concurso ce­lebrado con motivo del centenario de su nacimiento, doy las gracias sinceras a la Fundación Joaquín Balaguer en la persona de su presidente Don Rafael Bello Andino, símbolo indudable de lealtad, todavía más allá de la muerte, conven­cido de que la Historia de la República Dominicana, inevita­blemente, hay que dividirla en Antes y Después de Balaguer.
Muchas gracias.

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