miércoles, 7 de enero de 2009

Las miradas fugaces (9)



Las miradas fugaces (9)

Es noche de miércoles en la República Dominicana. Como si fuese día de copas, aunque todos los días y todos los instantes pueden ser de copas, estoy sentado en mi balcón. Son aquí las siete menos cuarto, el sol es una bola rojiza que ahora veo al sur y baja en asombrosa medida.
Frente a mí el mar, ahora sin color, aunque no me devuelve lo que en la cercanía me niega... Mis ojos no son como antes y, por tanto, la mirada en su alcance ha disminuido también.
Si aquí son las siete, en Managua son las cinco; pero no las cinco de Federico García Lorca, la hora de la cornada, cuando un ataúd con ruedas es la cama y el viento se llevó los algodones.
Aquí es la hora de la reflexión, del pambiche y del perico ripiao. La hora en que la ausencia extiende sus tentáculos y el deseo proclama su orfandad, su realidad, aquel apéndice diminuto pero amplio que toda existencia proclama.
Ya lo dijo Borges: la noche es una fiesta larga y sola.
Pero en mi mediaisla la noche es un apagón y unos tristes recuerdos.

Yo apenas soy, no el caminante, sino el transeúnte inmóvil y apacible.





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