sábado, 17 de enero de 2009

Zelda y Scott Figtzgerald







Las miradas fugaces (12)

A veces no sé si tengo existencia real o si soy un personaje de una de mis novelas.
La frase es atribuida al gran F. Scott Fitzgerald.
Más que un enigma su vida fue una incertidumbre permanente, un no ser que se convirtió en tragedia.
A este lado del paraíso, su primera novela fue la suerte pero también la desgracia. Dinero y fama, fiestas, derroche y alcoholismo, junto a ese amor único que fue Zelda Sayre, la belleza de Alabama con la que casó y a quien arrastró al mismo estilo de vida, son todos elementos que fueron formando un infierno tan increíble como algunos paisajes de sus novelas.
Zelda y Scott Fitzgerald fueron protagonistas de una intensa historia de amor, que probablemente y con el perdón de El Gran Gatsby es la verdadera obra maestra. ¡Cuántos enigmas, cuánta incertidumbre, cuánto derroche de pasión, cuánto alcohol para simular poder con una existencia que parecía una carga!!
La soledad fue matándolos cuando ya estaban abrumados por la pena y la ansiedad, las resacas permanentes y la infelicidad de un éxito que hizo la vida demasiado frágil.
Él muere en plena flor de la juventud, ella muere calcinada en un incendio en el sanatorio al que había sido ingresada con una incorregible esquizofrenia.
Poco antes de morir él mismo dijo hablar con la autoridad que concede el fracaso.
Pero ha dejado una obra que esculpió su nombre en el mármol de los inmortales.


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