viernes, 24 de octubre de 2008

Prólogo de René del Risco Bermúdez al primer poemario de Radhamés Reyes-Vásquez



Me honro reproduciendo el prólogo que el siempre bien recordado René del Risco Bermúdez escribió para el opúsculo El imperio del grito, que me sirvió de credencial en el mundo cultural del país .


Por allá, por el cementerio de la Máximo Gómez, por donde vive Radhamés Reyes Vásquez, la noche es bronca y el día peligroso. Por esos barrios la muerte suele ser un humilde suceso inopinado, porque desde hace cierto tiempo a la gente por allí no le ha interesado disimular la arruga del hombre o la amargura entre las cejas y entonces el balazo en la nuca o la sangre en las costillas es un riesgo gratuito para todos.
¡La violencia! -increpan los editoriales de los diarios- pero allá arriba, en esos barrios no pasará nada. Una mujer teñirá de negro un vestido. Alguien no volverá a la casa. Y eso es todo.
Pero no hay alternativa. Por otro lado, en la ciudad la gente podrá soñar y amarse en las salas de cine, cortar con un cuhcillo limpio la carne en un restaurant, jugarse la luz verde en los semáforos, y en caso de gravedad sintonizar en el radio de transistores un reportaje vivo "desde el lugar del hecho" cuando una explosión sacude el recinto o cuando una ráfaga quiebra la alta presencia de la noche. Pero allá arriba, en los barrios, el riesgo está planteado en términos más sencillos: la noche es definitivamente bronca y el día es peligroso.
Radhamés Reyes Vásquez puede muy bien asumir a plena conciencia su condición de muchacho inmerso en la grave realidad de un barrio pobre y airado de la capital dominicana, y esa conciencia con que asuma su posición desconforme será la real y valiente expresión de un joven sometido a la dureza de su tiempo; pero sucede que Radhamés, gratuitamente, sin que se lo ordene nadie, ha elegido para sí una responsabilidad aún mayor, un compromiso aún más serio, porque de él en parte depende que esa sucesión de hechos simples y trágicos que a su alrededor suceden, día tras día, adquieran el valor de un relato auténtico y unánime de la hermosa y lamentable realidad de los suyos.
A los dieciocho años, ya no resiste la presencia en un rincón de su espíritu de esa oscura mariposa, grande y pesada, que es la poesía. La siente fatal y solemne, dominante en el más íntimo juego de sus sentimientos, advierte su preocupante, su inevitable presencia, intuye su sombra angustiosa, y ya decidió desesperarse, ceder, rodar, morirse interminablemente víctima de la más obsesiva e incurable obediencia a un alado demonio, aposentado siempre en la más cerrada e intocable sombra interior, castigador a carne viva, imborrable, indestructible, inevitable. Radhamés, inofenso e incauto, aceptó los signos, se precipitó a la muerte.
Y aquí tenemos que este joven ha empezado a vivir su destrucción (que no otra cosa es hacer poesía). Pero bien, eso es sólo un punto de partida.
Estimo, y espero así lo estimen los demás, que no es la ocasión para intentar un estudio de este pequeño libro, ni mucho menos tratar de buscarle un lugar determinado en el atestado estante de la poesía dominicana. No se trata de eso, de ningún modo. De todas maneras Radhamés Reyes Vásquez empieza aquí, y si es claro que no sabemos dónde terminará, tampoco es posible determinar dónde estará mañana. Cabe incluso la posibilidad de que, como sucede muchas veces en este país, alguien en muy mal tono lo mande a callar y él, avergonzado, se calle.
A nosotros lo que nos interesa por el momento es ayudarle a franquear una puerta a la que él y cualquiera tiene derecho. Derecho que a menudo no se reconoce entre nosotros, porque existe la creencia (y la conveniencia de creer) de que alguien que no cuente con el patrocinio de ciertas capillas influyentes, o de ciertos grupos politiqueantes, o de algún mandamás de periódicos, o de un grupo cultural vociferante y demagógico, es decir, alguien que venga solo, como viene Radhamés Reyes Vásquez, no tiene entrada en esta función muy espectacular, por cierto, en este momento, de la literatura nacional.
Y no es así, sencillamente porque nada de eso es importante.
Aquí entra con su valor inicial, mucho o poco, un joven que escribe poesía. No habrá que advertir a los que lo lean con espíritu crítico que encontrarán inmadurez, manifiesta inmadurez, pero ello no es un defecto más que cuando aparece como característica lamentable en la obra de algunos que, aupados por muy distintos intereses de nuestro medio, resultan como ciertas frutas maduras al carburo, no más que pintonas, y por fuera.
Claras y explicables influencias permanecen visibles en la superficie de esta poesía que, a tientas, muda pasos en este libro. Influencias que van desde la consabida Pedromiriana, hasta en algunos momentos (muy pocos por suerte) el por-encima-del-hombro, tono de Miguel Alfonseca, pasando por las novias y los pañuelos de Pedro Caro. Pero sabemos que hay más, por detrás está la palpitante, viva, inevitable influencia de toda la poesía nacional. De todo el que ha escrito un poema en este país. Y tiene que ser así. Ya vendrá, si es que viene, el momento en que este joven tenga un modo más suyo de caimnar, y aun entonces de alguien llevará, como todos, los zapatos prestados.
Pero hay algo más importante por ahora que todo lo que podamos criticar en este cuaderno; se trata de su posición. Esta no puede ser otra que la del propio autor. No se trata de una posición previa y personalmente establecida, sino la que está determinada por el origen y la situación social del joven que dentro de la grave realidad de su barrio, entre sus humildes amigas y compañeros, ante los dolorosos hechos que lo cercan diariamente, optó por obedecer al demonio alado de la poesía y se da en este libro la puñalada mortal de la que ya no podrá arrepentirse so pena de quedarse vergonzosamente vivo y mudo.
Ojala que Radhamés comprenda qué seria y trascendente es la misión del escritor y se prepare en todos los sentidos para llevarla adelante. Luchando por una cada vez más rigurosa formación, exigiéndose mayor disciplina cada día, afinando su tono, puliendo su expresión, asumiendo, en fin, su muerte. Una muerte que beneficiará a los suyos, porque él escribe lo que vive, lo que viven esos que saben que la noche es bronca y el día peligroso.


René del Risco Bermúdez
Santo Domingo, noviembre del año 1969

1 comentario:

Anónimo dijo...

Antmenah ha escrito el 20-12-2011:

¡Ah! ¡Cómo palpita la realidad de la muerte y la fuerza de la vida a través de la magia del bisturí atemporal de la palabra en la voz de René del Risco y Bermúdez!
Brilla el verbo y corta la noche con su filo escudado por los sustantivos como un claro reciario que protege al joven poeta presentado,que ya se ha lanzado definitivamente al combate con la muerte.