domingo, 9 de noviembre de 2008

Daiquirí

Estos sonetos de amor los escribí en un momento muy especial de mi vida, allá por los años 80. Mis lectores, los de entonces y los de ahora, sabrán comprenderme y perdonar la osadía.

A la memoria viva de Rafael Valera Benítez,
patriota, poeta y amigo inolvidable,
autor de los más bellos sonetos de amor.
Como entonces, y como ahora.



Escribir sobre tu cuerpo


En tu cuerpo construyo la quimera.
En tu cielo destruyo la llanura
y de tus pechos surge la espesura
que me acuerda tu nube, la primera.

Sí de tu amor surgiera la pradera
y en tu cielo reciente la ternura
yo te diría con débil hermosura
que no puedo vivir sin tu ladera.

Si tu amor se ocultara en una estrella
o besaran los ángeles tu frente
el mundo yo te diera, mi doncella,

las últimas palabras del poniente,
lluvioso día, velero, madrugada
sobre mi tibia piel enamorada.



El desvelado


En desvelo de amor vivo callado,


vivo sin tí, muriéndome vacío


inquieto por la luz tibia del río


que sale de tu pelo derramado.

Cerca de tí mi pecho ha proclamado


tu transparente mano en el rocío,


la mano que me deja en el hastío


sin el calor que tanto he deseado.

Furias del alma son estas pasiones


crecidas en el ocio de la infancia
donde no hay sed, sonrojo ni oraciones.

Más testimonio son, última instancia,
velado ardid de las profanaciones
que renace al calor de tu fragancia.


El fuego en ti crecido


Vienes ligera en el amor ardido
a desnudar la luz que en ti procuro.
Cuando es mi pecho llanto tierno y puro,
vienes a darme el fuego en tí crecido.

Surges del verso leve y conmovido
que llevo a tu pasión como un conjuro
para calmar la sed. Mas yo te juro
que encontrará mi amor tu honor vencido.

Si has de venir, tus lágrimas espero.
Toma mi ser, la estrella que me queda:
estancia de la luz que yo venero.

Mas de no ser así, si es que no vienes
olvida en tu memoria lo que tienes
y deja que se pierda en la vereda.



Llena de mí te acercas


En el día de tu pelo yo te siento.
Distante estás del oro y de la muerte
como el lejano cielo que convierte
en eterna tu imagen de tormento.

Llena de mí te acercas sin lamento.
Donde tu cuerpo es gota, mana y vierte
una trémula rosa que al no verte
vuelve a su soledad y al pensamiento.

Danzando al alba el verbo nos redime,
entre tú y yo las noches no terminan
cuando en su propia luz alas germinan.

Si ya no eres ciudad acorralada
ni espacio que concluye, entonces dime,
¿empieza amor acaso en tu mirada?



Patria verdadera



En ti tengo mi patria verdadera:
sueño de amor, palabra desterrada,
fulgor que se destruye y llamarada
que del polvo retira su bandera.

En ti dejo mi carne y es de vera
que no tengo silencio como espada:
perdí tus labios, sombra desvelada,
dormí bajo tu sangre de palmera,

y en el claro preludio de tu vida
crece, crece desnudo si atardece
un pálido lucero que merece

la brisa transparente, ya perdida,
En tí muere mi cedro, mi distancia,
mi callado velero sin fragancia.





Alegre llama dócil

En mí late el amor que no vivimos,
tu alegre llama dócil, la primera,
signo de sueño, sándalo o quimera
permanente en el beso que nos dimos,

estrella que adoramos y no vimos,
soledad del amor en primavera.
Eres en mí, mujer, la prisionera
amorosa ilusión que presentimos.

Yo te siento en el alba y en el muro
de tu lozana piel honda y perfecta
donde escucho tu nombre que me nombra

como el eco en tu voz sencillo y puro.
Así extensa y azul como una recta
sólo eres agua, luz, mas nunca sombra.




Piedras de olvido


El amor que por tí crece en olvido
es llama bajo el agua, miel sincera,
aire tierno de luz como la esfera
o pedazo de fuego presentido.

El haz triste del miedo que ha partido
a mirar con su luz la noche entera
0 nos viene a destruir, por vez primera,
el deseo del amor que yo he perdido.

Oculto en esta voz que no me asombra
es memoria el deseo, candor y sombra,
un despoblado cielo como ahora.

Lejana cual el vuelo que perece
descansa la provincia donde-llora
un lucero de muerte que amanece.



En nombre del amor


En nombre del amor, el que ahora es mío,
en el agua callada te presiento.
Mujer, gacela, pardo triste viento:
te evoco en esta hora del hastío.

Paisaje entre las sombras como un río
que convoca sin mí la madrugada,
en ti se va el amor, en la mirada,
en lo lejano y gris de su navío.

Igual al tenue aliento del maíz
irguiendo oscuramente su raíz
amo sin tí tu cielo conmovido,

todo tu cuerpo, aquello que venero,
el aire, el sol, la alondra que prefiero
tu escurridizo amor ya removido.




Si en tu amor creciera


Si en tu amor creciera mi lucero
y sembraras de besos la llanura,
me gustaría vivir en tu cintura
y en ella ser tu eterno compañero.

Yo te daría mi amor, mi amor entero,
y buscaría en tu labio con ternura
todo tu aroma, pálida blancura.
Rescataría de tus ojos el sendero

la mirada que asciende ya perdida,
de tu noche la luna que aún me queda
en soledad callada y presentida.

Inmensa es en tu frente la vereda
mas si por ella pasa alguna sombra
será luz si es tu pecho el que la nombra.




Lecho perdido



Del amoroso lecho que perdí
el oro del pezón sin ser ya mío,
fue viento leve atándose al navío
cuando de amor tus labios encendí.

Tuve tu piel y el sexo que viví,
tu cabellera oscura como el río
y en medio de tu llanto y el rocío
he de cantar el mundo que te dí.

Tu mano está en mi frente y no retiene
el alba que me dabas, ni el destello
del cielo o la pasión que te sostiene.

Murió en el lecho el sol y todo aquello
que de tu reino huyó como el olvido
no volverá jamás a ser tu nido.




Agua enterrada


Si por tus tiernos labios yo viviera,
dejara con mi amor la nuez más pura
que derrama en el mundo la ternura:
tu mano desolada no muriera.

Dejara por tu amor lo que me diera
la cálida fragancia, tu cintura
y tus senos con débil hermosura
serían el dulce espejo que me diera.

Pasajera del viento que a tu paso
-ceiba distante, fruto perseguido-
tus claridades dejas tras un vaso,

y no hay en tu viento sangre ni velero
ni la mano que doy de amor vencido,
es tuya viva muerte que venero.




Renuncia irrevocable


En tí dejo el amor como una espada.
Tu amor que es sueño y patio desvelado
crece en mi huerto, crece equivocado,
cuando me das ternura apresurada.

Libero aquí la voz por tí ignorada,
la triste voz que ausente has convocado
huye de mí, procura tu pasado
para encontrar la boca enamorada.

Este misterio dulce que acaece
guarda en tu labio el amor que no perece
como a la estrella su órbita inviolable.

Eres cual luz, cercana e inalcanzable:
aquí o distante siempre permanece
en esta mi renuncia irrevocable.


Ana en la pradera


Entonces te recuerdo en la pradera
tibia de mí -callada luz que ardía-­
tan cercana de mi voz que aún se escondía
tu desnudez de viento en la madera.

Toco tu piel, recuerdo tu quimera
y de su patria quieta un solo día
el aura de tu cuerpo en que latía
ese deseo de un alma lisonjera.

Tu te hallarás desnuda y sin dulzura
como el anillo ciego en la mirada,
sin gesto ni caricia y consternada.

Y por amor, mujer, ya sin blancura,
recuerdo que tu pecho en la ventana
se deletreaba amor igual que Ana.




Estrella de cielo anochecido


En tí el amor vistió traje de espada,
de estrella por mi cielo anochecido
cuidando un labio de mujer ya ido
de voz y tenue luz emancipada.

En ti el amor sembró con la mirada
para mis ojos el llanto enardecido
y ya en el tibio lecho que he perdido
murió mi triste luna disgregada.

Mis sueños en tu tierra no crecieron,
mis deseos y mi voz no florecieron.
Eterna la palabra en tu lamento.

Estás distante ahora, sola, ausente
y entre las redes que el amor presiente
es triste tu mirar de tierno acento.




Estrella candorosa


Tuve en tí el mar, el más perfecto día,
adonde va el amor vivo y callado,
el astro de tu nombre arrebatado,
tu mano fiel creciendo con la mía.

Tuve por tí, mujer, lo que nacía
en el viento del sol acorralado,
el puerto donde tú, buque atracado,
arrojaste a las aguas tu agonía.

Tuve de ti el espanto y la caída,
el resplandor de marzo, y en la huida
tu candorosa estrella resplandece.

Eres la oscura fiera que estremece
desde tu patio en lluvia, muy fluida,
el deseo que en tu alma no florece.




Sueño de amor


Perdido en ti, el inquieto, el desvelado,
soy el deseo y el amor aún no transido,
árbol sin flor creciendo en ti vencido
entre tu nombre apenas desolado.

Triste y sin luz, instinto desterrado,
sueño de amor que quiere ser vivido
para volver de donde ya ha partido
y no sentir su vuelo acorralado.

Juro en mi sol y en el vasto tormento
que vivir no podrás, pues lo que siento
es como un día colgado a mi delirio.

Ya no serás la alondra en mi premura,
ni el canto del amor que con ternura
amanecía tan débil en el lirio.



Lo que de ti me queda


Lo que de tí me queda lo he soñado:
mudo te quiero, luna que fulgura,
ancha llama que mira lo que dura
como el navío de tu nombre deseado.

Lo que de tí me queda lo he llorado:
he perdido la nube que procura
bajo cipreses su tímida frescura:
lágrima que es lucero derramado.

Para mejor morir estoy muriendo
sobre la lluvia trémula serena,
el sueño de tu mano, pero ajena

allí por donde muere va creciendo,
por tu amor, que es un cielo que oscurece
y en callada memoria reverdece.




Tu nombre y el mío


Junto a tu nombre tan cercano al mío
crece en amor la edad de tu mirada:
arco de flor apenas disparada
que busca en tu memoria su rocío.

Amo tu voz, me hiere el desvarío
ardiendo sólo en ascua y llamarada,
y en su estación de estrella desolada
el fuego del amor que está vacío.

Provienes de lejanas humedades
que se albergan en ti cual un quebranto
permanente y sin fin como el olvido.

No quiero ya encontrar tus soledades
pues no valen amor ni valen llanto
porque han muerto en tu cielo consumido.



Mano adolescente


En mí tu mano tiene un gris lamento
bella mano de niña adolescente
vencen en ti las ruinas del poniente
un caballo de amor que yo presiento.

Extensa y breve mano como el viento
borrando con su paso la simiente
de tu amor es el sueño que no miente
sombra extraviada sin presentimiento.

Envejecida, tibia ya merece
todo el amor, amor que prevalece
allí donde tu nombre no retiene

la luz del mar ni el tiempo ya vivido
en el espacio claro que contiene
porque sin tí no soy lo que he vivido.


Ruego de amor


Busca el amor tu mano soñadora
creciendo en la palabra y la quimera,
busca el calor, el fuego y la madera
allí donde eres magia seductora.

Pues este amor de ausencia y tolvanera
es huracán de tu alma arrobadora,
ardiente voz, distancia bienechora,
signo de seda azul, estrella entera.

Toma la luz de un pecho enamorado
que va en busca de ti, la despiadada.
Vuelve a la mano alegre que requiere

rescatar el amor que has olvidado.
Retorna aquí en tu órbita callada
a levantar la voz que por ti muere.


Oscura transparencia



Porque sé que en tí estoy como la noche
cercana está mi voz aún en tu ausencia
y sabes que su suelo es la presencia
del árbol de mi pecho en su derroche.

Luz tierna tan quieta en el reproche,
sola vienes oculta a mi conciencia
a renacer la oscura transparencia
de la piedra que muere cada noche.

Viento o mujer, alígera y callada
eres la voz que alienta mi quebranto,
furia de amor lejana y desolada.

Por eso en mí discreta sigues siendo
pena de amor latente, y das al canto
fugacidad de aurora decreciendo.



Retorno de amor


Presiento volver pura y soñada
en las hojas crecidas del rocío,
en el gesto de amor, que ya no es mío,
pero siempre tan leve e inesperada.

En mí siento una calma insospechada
por el amor que esparces como un río,
por tanto cielo al borde del estío
cuando tu mano es luz de madrugada.

Te presiento, mujer, allá en la huida,
en la honda quietud como en el ruido,
en el alba fugaz de toda llama.

Con oscuro delirio de homicida
soy para tí silencio más que olvido,
inescuchada voz que te reclama.



Condecoración


En levedad de amor te condecoro
aura de sol que gira en su neblina
palabra que se oculta o ilumina,
para negar la paz donde te imploro.

Celebro en tu presencia lo que adoro
porque es tu cuerpo mansa golondrina,
flor que al morir de pie sobre la espina
suelta a los altos vuelos su tesoro.

Amo al cantar la paz que no me diste
Viajero soy de ausencia perpetuado,
memoria de la fiera que aturdiste

entre tus manos, solo, abandonado
donde tu cuerpo tenue ya sostiene
el gesto de la luz que me entretiene.




Luz inacabada


Entro en ti, mujer, como en un sueño,
muero en ti, en el azul de tu mirada
sin tu voz tierna al aire desvelada,
en la amarilla bruma del ensueño.

Quisiera ser tu espejo y ser tu dueño,
quimera hay en mi luz inacabada,
quimera hay en tu voz como la espada
para la muerte viva que te enseño.

Brotan de mí serenos como el lirio
los cantos del amor que en su delirio
vuelven la vida al hombre cuando muere.

Callado, sin dolor y sin premura
cuán poco valgo ya sin su ternura
es disparada flecha que me hiere.



Eurídice


Símbolo, amor, pasión que no se alcanza,
inquieta, ardiente, lágrima tardía,
ternura en el rubor, noche en el día,
apasionada y cruel más que una lanza.

Lejana piel de los vientos, y a ultranza
virgen en flor colgada en tu estadía.
eres aquella rosa que moría
en la quietud del aire en su alabanza.

Inexistente luz del mito destruido,
sueño y deseo de un candor perdido
en este canto fiel y enamorado


eres el muro que a la vida engaña
igual que el lirio en tu primera hazaña
porque sin ti Orfeo soy desmemoriado.



Estrella irreverente


¿Mío el amor? Jamás sin tu presencia.
Quiero ver que eres fruto perseguido
el aire, el sol, los ojos que he perdido,
la estrella de tu nombre en reverencia.

Arbol que muere apenas en tu ausencia,
alegre llama al vuelo parecido
del sueño que me deja envilecido,
solo: sin tí, sin la púdica esencia

del amor. Dónde la última sonrisa
de la flor que ocultándose en el agua
inventa los canales de la brisa,

y estremeciendo el fuego de la fragua
ya no es la llama que invade tu fragancia
porque ha muerto el lucero de la infancia.


Muro de ceniza


Eras frutal y cruel como la espada
muro y ceniza en luz desposeída,
mirada por tu frente sumergida,
rosa creciendo sola en la enramada.

Agua que cae en la piedra tamizada
nacida de mi voz, la que se olvida
que eras gaviota y paso de homicida
en el inmóvil mar. ¡Desmemoriada!,

me diste el agua, el viento y del camino,
la abeja azul de tu alma soñadora
que va buscando el rostro de mi sino,

y quieta en la estación de tu sonrojo
será tu sueño un viaje en la demora
de retornar al fuego y los enojos.

La presentida


Eres la presentida. Así vendrás
cantando sin retorno, sola y viva,
por el bosque del mar que a la deriva
empieza, crece, muere... Tú tendrás

del viento las entrañas, y verás
cómo crece en mi noche persuasiva
la fragancia de un sueño que perviva
en la piedra sin rumbo en que estarás.

Tendré para tus manos un lucero
así: callado, oscuro y en enero
de mi piel la tibieza, luz que dura

desolada, ardiente en su armadura.
Eres la presentida. Así desnuda,
danzando volverás tibia y sin duda.


Luz sobre mi lecho


Eres la voz que inmóvil, quieta y sola
anuncia sin querer toda la ausencia:
olvido, amargo viento es tu presencia,
rosa gris que en el llanto me enarbola,

triste, lenta, azul como una sola.
Sé que tu amor se vuelve permanencia,
luz que me invade y salta en la conciencia,
extraño sol de abril en la amapola.

Oculta allí la miel su sinfonía
mientras se ciñe a ti como un rosario
la tarde de tu amor ya satisfecho.

Tengo tu voz, tu suave melodía,
el corazón que oprime y que a diario
tórnase ardiente luz sobre mi lecho.


Constancia de amor


Todas la luz del mar te pertenece.
Del mundo todo el cielo, el que ha crecido
del gesto de aquel Hombre conmovido
Entra a mi sombra frágil que fenece

en el frutal aroma que en ti crece
desde la voz que inventas al olvido.
Tráeme tu paz, tu seno sumergido
como un adiós que siempre permanece.

Acerca a ti mi sangre duradera
para que seas el fuego y la primera
constancia del amor que no entendí.

De la prisión del agua y del rocío
vuelve, callada y lenta, como el río
a recoger el mundo que te di.


Desvelado sol


Nada nos hiere tanto si el vivir
bajo un sol insincero y desvelado
donde es la brisa rostro desolado
o torpe río que no acaba de fluir,

sombras somos que cambian sin sentir
el viento que en las manos he poblado.
Nada sino la muerte que a mi lado
un pedazo de cielo es al morir.

Amaneció en el viento bien temprano
la cálida tristeza de tu mano,
oscura primavera eres: primor

y voz que se destruye, quemadura,
triste pecho que siembra su blancura,
que muere sin morir, sin resquemor.

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