domingo, 23 de noviembre de 2008

Nicaragua en el corazón

Rubén Darío, el gran poeta
Las miradas fugaces (6)


Hace tres años que desempeño funciones diplomáticas en Nicaragua, país extraordinariamente hermoso como su gente, la que sonríe en las calles y en los centros comerciales, tierra de excelentes poetas. Pero en los últimos meses quebrantos de salud me han mantenido fuera de ese país, y aun así no he perdido el amor de su gente, la sonrisa de un niño ni el calor de sus noches bajo un cielo espléndido, o –¿por qué no?- el gesto de amor en la Ruta Maya o ante un gin tonic mientras espero en la Casa de los Mejía Godoy alguna canción que me devuelva a otros tiempos o me hunda en la realidad cuando, a media mañana del día siguiente, me enfrente a la lectura de los diarios dominicanos, y después a la pantalla en blanco antes de que los personajes de algún relato o de alguna novela vuelvan a desafiarme.
Pensarán que para alguien que vaya a trabajar en el cuerpo diplomático y que viva en Las Colinas Nicaragua no tiene el zumo amargo de una realidad que golpea, aunque alguien quiera hacerse el ciego o el sordo. Quien así piense se equivoca, Nicaragua es todo un sueño pero es, asimismo, una realidad visible y muy cruda, de esas que afectan a todos los latinoamericanos.
No vaya nadie a creer que la ausencia física me ha desconectado de aquel terruño. Todo lo contrario. Estos meses de ausencia me han metido más en ese país y en su gente. Cada mañana, antes de que regrese el colibrí que día por día viene a recoger el polen de la flor en la ventana del estudio donde escribo y leo, me paseo por los diarios nacionales y, ya conectado a la red, me voy a Periódicos del Mundo y caigo en Nicaragua, me detengo en El Nuevo Diario y en La Prensa, cosa que ya se ha vuelto costumbre en mi vida. Cuando fumaba pretendía escaparme en las volutas del Marlboro Light, pero ahora que-¡válgame Dios mío! - hace más de un año (después de un terrible susto que me declaró hipertenso) me he desprendido del tabaco y del café, lo hago junto al primer vaso de jugo de naranjas de los dos o tres que consumo diariamente, cuando no es el Ensure con tostadas y pistacho.
Es así como me mantengo dentro de un país que siento mío de alguna manera, que no me ha negado nada y que, probablemente, me ha devuelto algunas ilusiones. Me duele lo malo que le sucede y disfruto esos breves momentos de felicidad aunque venga en caramelo envenenado. Muchas veces creo que regreso del Hipa Hipa durante algún atardecer, y vuelvo a la Zona Hipo o al Pelícano Feliz reconstruyendo alguna felicidad mentida mientras un trovador interpreta viejos boleros y rancheras que, indefectiblemente, hablan de nuestras vidas.
En los 90 fue en México, D. F. donde viví inolvidables noches como las había vivido en las calles de San Juan en aquel Puerto Rico del alma; después ha sido en Caracas, en San José, en Antigua Guatemala, algunos días en La Habana. Pero desde hace tres años es en Managua. Desde entonces no me olvido, y ahora que me propongo regresar espero que la sangre de hermanos no vuelva a manchar las calles adoquinadas ni que en sus bosques tan frecuentes la muerte haga de las suyas.
En el alma de cada nicaraguense está el alma de Rubén Darío, y en cada sonrisa del niño o del adolescente toda la ternura, la infinita ternura que no miente.
Apuesto a la cordura.

1 comentario:

goloviarte dijo...

añadido en la etiqueta literatura en aquiestatublog
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